No la ver ni cuadrada

No “la ver ni” cuadrada Con dos goles de penal del juez Laverni (goleador del partido), Independiente derrotó a Quilmes 4 a 1 en el Cilindro de Avellaneda.

Aún con el descenso en nuestro corazón, la historia se repite una y otra vez, como tomada de pelo para el hincha cervecero. Porque el cóctel explosivo de SADRA y AFA sigue sumando víctimas humildes e indefensas a su haber.
El día de ayer, Chicago. Hoy, Quilmes.
De todos modos, no seamos ciegos. Quilmes no jugó a nada. Desde los treinta segundos del primer tiempo, ya con un penal en contra (Gracias Raúl) Independiente entendió el juego (del juez) y se puso en ventaja cuando Montenegro (¡una estrella eh!) convirtió la pena máxima en gol.
Desventaja para el cervecero y a arrancar el partido. De ahí en adelante, poco y nada. Quilmes peleaba con las limitaciones de Pereira y el poco vuelo futbolístico de Luna. Mientras que Medina no pegaba una, y la defensa hacía aguas por todas partes.
La pelota peleada en la mitad de la cancha, el “rojo” atacando levemente, y Quilmes especulando con lo que podría llegar a pasar.
¿El campo de juego? Inclinado algunos grados hacia el arco de Palos, gracias a las sutiles faltas que el “colegiado” cobraba para el local.
Mientras tanto, un partido aparte en las tribunas. El grito desaforado de los 3.000 hinchas cerveceros presentes, contra el murmullo casi imperceptible de los 20.000 locales.
Tal como lo comenté anteriormente, la inclinación de la cancha perjudicó a Quilmes, cuando a los 27 del primer tiempo, por una alineación planetaria medio complicada de explicar, Musto le pegó un derechazo des-calificador a un delantero del “rojo” y, jugando un poco con las palabras, roja nomás para el “defensor” cervecero.
Con la desventaja todavía impuesta en el marcador, el local aprovechó los presentes del juez, y no necesitó mucho para que, Sosa, tras un amague que dejó de “garpe” dos defensores blancos, definiera de zurda y aumentara el marcador, a tan solo cuatro para finalizar la primera etapa.
Ciento veinte segundos después, Laverni consideró poco los regalos para el “diablo” de Avellaneda, y le concedió otro penal más (lo vió solamente él) que, ante el pedido de la hinchada, el joven arquero Ustari (con destino inglés a partir de julio) envió a la red.
Final del primer tiempo, Quilmes perdía por goleada adentro del campo de juego, pero ganaba por la misma diferencia afuera. Porque las 3.000 almas cerveceras mantenían firme el aliento a los colores, el sentimiento de propiedad por una causa. Y los locales, apenas si se hacían oír.

Aún con el descenso en nuestro corazón, la historia se repite una y otra vez, como tomada de pelo para el hincha cervecero. Porque el cóctel explosivo de SADRA y AFA sigue sumando víctimas humildes e indefensas a su haber.El día de ayer, Chicago. Hoy, Quilmes.De todos modos, no seamos ciegos. Quilmes no jugó a nada. Desde los treinta segundos del primer tiempo, ya con un penal en contra (Gracias Raúl) Independiente entendió el juego (del juez) y se puso en ventaja cuando Montenegro (¡una estrella eh!) convirtió la pena máxima en gol.Desventaja para el cervecero y a arrancar el partido. De ahí en adelante, poco y nada. Quilmes peleaba con las limitaciones de Pereira y el poco vuelo futbolístico de Luna. Mientras que Medina no pegaba una, y la defensa hacía aguas por todas partes.La pelota peleada en la mitad de la cancha, el “rojo” atacando levemente, y Quilmes especulando con lo que podría llegar a pasar.¿El campo de juego? Inclinado algunos grados hacia el arco de Palos, gracias a las sutiles faltas que el “colegiado” cobraba para el local.Mientras tanto, un partido aparte en las tribunas. El grito desaforado de los 3.000 hinchas cerveceros presentes, contra el murmullo casi imperceptible de los 20.000 locales.Tal como lo comenté anteriormente, la inclinación de la cancha perjudicó a Quilmes, cuando a los 27 del primer tiempo, por una alineación planetaria medio complicada de explicar, Musto le pegó un derechazo des-calificador a un delantero del “rojo” y, jugando un poco con las palabras, roja nomás para el “defensor” cervecero.Con la desventaja todavía impuesta en el marcador, el local aprovechó los presentes del juez, y no necesitó mucho para que, Sosa, tras un amague que dejó de “garpe” dos defensores blancos, definiera de zurda y aumentara el marcador, a tan solo cuatro para finalizar la primera etapa.Ciento veinte segundos después, Laverni consideró poco los regalos para el “diablo” de Avellaneda, y le concedió otro penal más (lo vió solamente él) que, ante el pedido de la hinchada, el joven arquero Ustari (con destino inglés a partir de julio) envió a la red.Final del primer tiempo, Quilmes perdía por goleada adentro del campo de juego, pero ganaba por la misma diferencia afuera. Porque las 3.000 almas cerveceras mantenían firme el aliento a los colores, el sentimiento de propiedad por una causa. Y los locales, apenas si se hacían oír.Ya en la segunda mitad, nuevamente casi desde el vestuario, fue Denis (dos goles en los últimos once partidos) quien marcó el cuarto grito del local, otra vez gracias a la defensa quilmeña que entre caídas y des-atenciones le dejó lugar al “Rolfi”, este tocó al medio, y el ex viaducto solo la empujó al gol. Parecía que se venía una catástrofe futbolística en Quilmes, que seguía sin mostrar absolutamente nada.
Sin embargo, el partido fuera del campo de juego se ponía cada vez más “blanco”. La gente de Independiente calló sus gargantas y dio lugar a la demostración más magnífica que se haya visto de un equipo descendido y vapuleado. Quilmes se hizo oír.
Con el canto de cada una de las personas presentes en la cancha de Racing, el “cervecero” dejó atónito al público local. Los plateístas “rojos” miraban hacia la popular cervecera, sin entender cómo podía ser que cantáramos de esa manera, si el 4 a 0 abajo y el fresco descenso debería habernos diezmado. La popular local callaba. Quilmes copaba y enfiestaba el ambiente dominguero. Un sinfín de melodías cerveceras, bailes y sonrisas. Llanto en algunos, que se emocionaban al ver tal aliento. Delirio en otros. La fiesta estaba en su plenitud. El “cervecero” era local en Avellaneda y goleaba el duelo de hinchadas, definiéndolo a su favor de manera clara, concreta. Mirar hacia el costado significaba ver la expresión cervecera en su más pura expresión. No importaba el partido, no importaba el descenso, ni los dirigentes, mucho menos los jugadores. Fueron los colores y la pasión por el club de nuestros amores, quienes alzaron sus voces y se hicieron escuchar a través de las gargantas cerveceras.
La sangre azul y blanca inundaba la repleta popular visitante, y la hinchada cervecera renació de sus propias cenizas, aquellas que se vieron frente a Central.
Dentro del campo de juego, todavía se jugaba un partido de fútbol. En donde ya con cuatro goles de ventaja, Independiente y Laverni aflojaron la máquina, y Quilmes mejoró apenas un poquito. Lo suficiente como para descontar a cuatro del final, tras un centro bajo de Batalla desde la derecha, que nuestro máximo goleador Carlos Luna empujó al gol.
En la popular, el gol no se gritó. Apenas una exclamación de alegría, y el canto seguía inmune.
Finalizado el partido, la gente no aplaudió a los jugadores, sino que fueron los mismos “profesionales” quienes en una actitud lógica y perfectamente entendible, se acercaron a la tribuna visitante y, tras regalar algunas camisetas, nos aplaudieron a nosotros.
Los jugadores de Quilmes fueron especialmente a aplaudir a la hinchada, porque cayeron en la cuenta de lo que se bancó toda la gente en el transcurso de la temporada.
Una temporada que casi llega a su fin, en la cual sufrimos, lloramos, nos descargamos, y bueno…descendimos.
Pero si algo me quedó claro este domingo, es que el amor cervecero sigue intacto. De hecho, me animaría a decirle que está cada vez más fuerte.
Este domingo marcó un antes y un después en mi cabeza. Porque lo vivido en la tribuna no tiene punto de comparación en los 36 partidos anteriores. La gente le hizo saber a los jugadores, que se quede quien se quede, no importa. Lo importante es la camiseta, lo importante es volver.

Lo que realmente importa, a fin de cuentas, es el QUILMES ATLÉTICO CLUB.

Santiago Toselli

 

 

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