Enrique Santos Discépolo, Argentina, 1951, su cara desfigurada, su gorrito de cuatro puntas, la ropa desvencijada, la TV blanco y negro y una insignia del fútbol que algunos no quieren oír. ¿Que sería del fútbol sin el hincha?…El hincha es todo en la vida…» La Filcar armada al lado del bolso, la ilusión institucionalizada en el corazón, esas ansias de salir a copar campo ajeno, quedará relegada por la fortuna de un fútbol apretado por la coyuntura social que lo rodea, que ve hecha añicos la realización de un
espectáculo deportivo. Y de visitante ya no se puede, y se juegan finales con tribunas vacías, de ambos lados, con el grito ensordecedor de los técnicos. ¿A quién carajo le importa lo que diga el entrenador? El silencio también es ensordecedor. El fútbol está en coma 10000 para desgracia de Discépolo. Y ya no habrá cordero patagónico en Comodoro Rivadavia, ni empanadas tucumanas, ni se podrá disfrutar de esos viajes a Córdoba, las sierras con su hermosura a cuestas y ese aire puro. Epa, tampoco me pidan que traiga alfajores de Havanna, por más que los consigas en cualquier parte. Efecto globalizador, vio. Aquellos que pecaron de ingenuos, cinco fechas atrás del desenlace fatídico que depositó a Quilmes en el Nacional B,
avizorando viajes, fines de semanas mezclando placer y pasión, deberán someterse a una spika de las nuevas, en medio de changos de supermarket, a escuchar como el relator de turno nos pone las arterias del corazón al borde del paro. Y se buscarán excusas para mitigar los sábados y comenzarán los partidos de fulbito, lavar el auto, sacar a pasear al perro. Y allá, 11 gladiadores más visitantes que nunca, sin saber a quien levantarle los brazos, rehenes de una decisión que no cambia nada, porque en la Argentina, las soluciones de fondo no existen. Por que no se dejará de fumar, por que los kioscos no vendan más cigarrillos.
Es así, y los hinchas sufren las consecuencias, y la vida no será igual, claro que no. Es un partido de
fútbol, perfecto, pero con Quilmes se me va la vida y ya no sé a que excusa acudir. Y que hubiera pasado si esta reglamentación sin sentido hubiese sido impuesta hace cuatro años atrás. Cómo le cuento a mi hijo lo que lloré en Ferro, lo que sufrí con el cabezazo en el palo, lo que fue esa hora de retraso con 12 mil tipos en un frenesí que estas palabras no pueden explicar. Y con el Quilmes de visitante seremos rehenes de los comentarios y entonces todo se transformará en algo más tendencioso. Si esta regla hubiese existido siempre, los hinchas de Talleres que estaban presentes en el debut de Maradona a mediados de los 70 no se lo hubiesen podido contar a sus hijos, y yo tampoco hubiese podido contarle lo que fue esa fiesta en Rosario multiplicada por 25 mil. Pero los efectos coyunturales de una sociedad pseudo anárquica abogan en contra del fútbol y matan la pasión, bien entendida, claro. Y si damos la vuelta en la Tatenguita, o Rosario, o Tucumán, el próximo año. Nadie se puso a pensar de qué manera puede llegar a actuar el público local. O acaso piensan que nos tirarán pétalos de rosas. Y no piensan en lo otro, en esos hinchas que se pierden de la magia, de lo único que les genera alegrías y los saca de la agonía.
Pero seguimos buscando soluciones superficiales y ya no sé si nos mandamos un moco y como medida ejemplificadora nos mandan a jugar a Arrefices si soy local o visitante. Y tendré que ser preso de una radio o acompañar a mi jermu al super que me destroza la tarjeta y que no entiende aún porqué no fui a la
cancha. Discépolo tampoco lo entendería. Y llora de pena quizá porque nos vendría fenómeno un vinito de Mendoza, una empanada tucumana y un Habanna de postre. Están matando la pasión, lo llora Enrique Santos.
Fede Doval