«Modificar el pasado no es modificar un solo hecho; es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas». En tanto y cuanto, Quilmes no escuche (en este caso, lea), la petición universal de Jorge Luís Borges, esas consecuencias infinitas seguirán siendo. Infinitas. Un grito que mueve al hincha del sillón en ese feriado extraño, de lunes, respondiendo preguntas a los neófitos del Nacional B de por qué debíamos jugar ese día.
¿Deben una fecha? Y la TV haciendo estragos, transformando a una masa de hinchas en gente atolondrada que pelea con la jermu que grita a los cuatro vientos que las milanesas se pasan, que el puré parece un chicle bazzoka, que le aflojemos al vino. Pero por Dios. Si en el medio de un arranque de Gorostegui, aparece una dupla bailando por un sueño. ¿Qué nos van a hablar de sueños? Cuando retomamos el poder del control, sigue a full el descontrol en combate de los pozos (que cancha de mierda), mientras uno convence a la suegra que Quilmes es el de blanco, el grande de la categoría. Aunque al
momento cae en la sensación de tener que explicar una nueva aseveración.
«¿Por qué son los grandes?», lanza. Por donde empezamos, pienso. Y la resumo: «Porque salimos a ganar en todos lados, suegrita». La red se infla y ante la cara de la bruja, escapo en busca de más picada y maníes para la cerveza. Me quedo solo y pienso como se puede modificar ese pasado infinito del que me habla Borges sin saber nada de fútbol. Para él tampoco tengo respuesta. Y se filtra por el parlantito del Talent viejo un grito minúsculo de guerra.
Y lo peor estaba por venir, porque la tía de mi señora, que había traído tiramisu sin queso mascarpone de postre, me dice porqué la gente grita por Quilmes si ella escuchó en el programa de González Oro que en los partidos de ascenso los visitantes no pueden estar en la cancha.
En ese momento pensé que era una joda, que estábamos jugando al ¿quién es quién? ¿Tiene pelo rubio, es alto, gordo? Y la tía, con tono de respondé inmediatamente, espera ansiosa una respuesta sin respuesta. La mando a Internet: ingrese al Google y ponga; Mario Gallina + público visitante y le saldrán diez millones de sitios donde le explicarán la cuestión. Y por las dudas huyo a la pieza de los nenes, y aunque sea difícil de crear, meto mi cuerpo en el placard y desde allí, con la 14 pulgadas en bajo volumen y la luz apagada, me conformo con diez minutos de gloria seguidos intentando meterle un hilo conductor a la pasión.
Lo logro, claro, pero Borges aparece de la nada con esa cuestión del pasado infinito, al tiempo que Gorostegui intenta superar a Tinelli un par de canales más arriba y emprende una cuesta que nunca va a sortear. Walter García se viste de patinador de sueños y deja tres tipos en el camino, pero la bocha se entremezcla en el medio del canal encuentro y un zonal que tiene un programa que se llama Almirante Brown y su gente, donde un tipo presenta un libro en una panadería.
Y ese cuadro bizarro es Quilmes. Ese equipo al que analizamos a la distancia, bajo una TV que nos hace funcionales al zapping, intentando sortear a la suegra, las tías y a las visitas propias de los feriados. Y estamos perdidos con ese pitazo de Pitana y la veo a la tía metida en la PC intentando entender el porqué de mi falta de respuestas al tiempo que me encuentro con esa encrucijada de Borges, el que no sabe de fútbol, pero que pintó la historia de Quilmes a su manera. Un visionario el ciego.
Fede Doval