Euforia o tristeza. El viaje de Quilmes a través de esta temporada sólo contempla dos destinos posibles. Los últimos minutos del campeonato no dejarán margen alguno para la reflexión inmediata, ya sea por la posibilidad de desatar una necesaria alegría o por la indignación ante un nuevo objetivo que se escurre entre los dedos.
Aún cuando el resultado todavía es incierto, el pensamiento crítico sobre lo que resultó este certamen no debería modificarse. No se trata del balance general, aquel que implica una frialdad de ideas imposible de encontrar en esta época, sino de una concepción rápida sobre la manera en que se desarrolló esta nueva etapa.
A simple vista, y sin temor a sufrir la dureza de un archivo, podría decirse tranquilamente que esta temporada ha sido por lo menos una gran decepción. En un torneo de carácter mediocre, con rivales a los que la regularidad visitó poco y nada, en una categoría que no exhibió la dureza de otros tiempos, la ubicación de Quilmes en la tabla hace pensar en que algo se hizo decididamente mal.
Los 33 puntos del último semestre del ya lejano 2007 eran un trampolín interesante para lanzarse al sueño de volver a Primera cuanto antes. Si bien no se derrochaba optimismo, la sensación general era que el equipo de Fanesi no lucía pero funcionaba. Así empezó la segunda mitad del campeonato, en la que las perspectivas de un ascenso directo, conseguido con cierta facilidad si se mejoraba un poco el funcionamiento, eran frecuentes en cada escalón del Centenario.
Estancamiento en los resultados, despido de Fanesi, rescisión del contrato a Batalla, conducción de Pancho Martínez, lluvia de derrotas y llegada a lo más hondo de este pozo futbolístico en el que el Cervecero se encuentra sumergido desde hace ya unos años. Todo pasó demasiado rápido como para encontrar una explicación coherente cuando todavía queda una fecha para disputar, pero lo que es seguro es que los encargados de manejar los destinos del club deberán tomar esto como ejemplo, para no volver a repetir estas situaciones.
De la línea de cal hacia adentro, lo más rescatable se encuentra definido, desde hace rato, casi por unanimidad entre los hinchas de Quilmes. La certeza de que pese a todo Giampietri es el conductor que el equipo necesita, la consolidación de Olivares como abanderado de la nueva generación, los destellos de talento entregados por Diego García, la grata aparición de Tucker, el constante crecimiento de Guzmán y la solvencia de Sequeira. Todo eso representa los puntos altos de esta temporada, que por cierto no han sido pocos. Esa idea debería permanecer en la mente de todos, más allá de lo que pase este sábado ante Unión.
Es cierto que nadie vive de este tipo de alegrías cuando los resultados no acompañan, pero también es incuestionable que este tipo de factores son los que finalmente ayudan a que un club se consolide como tal.
Aún así, en el momento de hilar un poco más fino hacia un comentario global sobre la temporada, es imposible no mencionar una palabra tan fea como lo es ‘fracaso’. Fracaso porque los resultados mandan, y la realidad es muy dura cuando se observa que Quilmes está tan lejos de la punta que algún día supo tener en su poder. Fracaso porque se contrataron jugadores con extensas trayectorias y abultados salarios que no respondieron en ningún momento. Fracaso porque se repitieron errores del pasado. Fracaso porque un equipo que terminó segundo la primera rueda, con 33 puntos, hoy sería penúltimo si este 2008 fuera un torneo independiente a lo anterior.
Quedan 90 minutos para cerrar una temporada increíblemente marcada desde lo emocional. De mayor a menor, Quilmes escaló a la cima de la montaña en la primera parte y se lanzó al abismo en la segunda, quedando más cerca del suelo que de la cumbre. El fútbol es impredecible y cualquier cosa puede pasar este sábado, pero lo más importante es que el árbol no nos tape el bosque.