¿Ganar? ¿Perder? ¿Empatar? ¿Jugar lindo? ¿Ser más ofensivo? ¿Mandar al equipo al frente? Son circunstancias pasajeras que representan una diminuta abeja en medio de la colmena. Entre plomo, cromo, aceites, grasas y detergentes, pena la vida del Quilmes Atlético Club. La mesa está servida: veneno para beber y, en el plato, un muñeco sin cabeza que, además, tiene dibujada una sonrisa satánica. En la cocina se trastocan los condimentos y el chef, a último momento, debe cambiar sin el consentimiento de su consciencia; los manuales culinarios nunca indicaron que la presentación al público debe ser de esa forma. José María Bianco, apuntado fácil de la gente, trata de hacer equilibrio con una tablita de surf hecha de telgopor. Y el agua se lo va llevando puesto con la fuerte correntada que genera. Pasan los años y las promesas, pero la realidad indica que la vertiente del club continúa contaminada. La salud institucional se encuentra en coma. Los resultados deportivos, aunque serán analizados, pasan a un segundo plano. Como dice Raffaella Carrá, para algunos, “que fantástica (está) ésta fiesta”…
Carlos Salvador Bilardo, viejo zorro del fútbol, le facilitó el bidón embrujado al bueno de Branco, quien metió fondo blanco y pagó las consecuencias en el biorsi. Siguiendo por una línea similar, en Quilmes el bidón posee un contenido impuro. De allí le dan de tomar al socio y al hincha genuino. La “estrategia” para salir del pozo consiste en tirarle nafta al fuego y tapar las deudas viejas con deudas recién salidas del horno. Lo que sucede es una vergüenza propia de una entidad que navega a la deriva. Juan Carlos Garbaccio renuncia, los demás hacen caso omiso y el hombre de bigotes, al parecer, continuaría en su cargo. En el medio, rumores de discusiones con José Luis Meiszner, por quien pasan absolutamente todas las determinaciones de grueso calibre. En un momento político más que delicado, por Guido y Paz se siente oír el ruido de rotas cadenas. O por lo menos, si no es así, es hora de cortar un vínculo que, con el correr de los años, no ha tenido ribetes positivos.
Al igual que en la Batalla Naval: el barco hundido, o a punto de hundirse. Como si la enumeración fuese insuficiente, tras la derrota en casa ante All Boys comenzaron a correr trascendidos, por supuesto, extraoficiales. Está claro que si Quilmes hubiera ganado todo se metía debajo de la alfombra. Los triunfos dan aire y camino libre para las situaciones de escasa claridad; pero las derrotas, bajo cualquier punto de vista, sacan afuera la cara de la moneda que no se quiere exteriorizar. Pasa en todos lados, pero acá explota.
Bianco es un empleado que está atado de pies y manos. El enojo de los simpatizantes es entendible porque siempre molesta irse de la cancha con las manos vacías, aunque el enfoque es desacertado. Al común denominador no lo seduce el estilo del Chaucha, por eso la ira del final. Sin embargo, el inconveniente nace en el sector dirigencial, y hacia allí deberían dirigirse las manifestaciones populares. Se consumen los calendarios, desfilan técnicos y jugadores (en su gran mayoría mediocres), pero las decisiones parten de un mismo lugar. Exigir la renuncia del entrenador, a quien tildan de “cagón”, es mirar para otro lado. La solución es extirpar de raíz. Además, si la intención es ser un club serio, por lo menos hay que respetar los contratos que están firmados.
Es un tema recurrente y que se ha tratado en notas anteriores. La intolerancia es mala consejera. El resultadismo, también. Hace poco se hablaba de un equipo que estaba para cosas importantes y ahora, a pesar de estar a cinco puntos del líder, nadie sirve. Bianco, aún cometiendo errores, tiene el crédito abierto. Y, de no aparecer un factor extrafutbolístico, debería seguir adelante. Durante el ciclo espantoso de Alberto Pascutti, caracterizado por los papelones, no hubo semejante reacción de la gente. Paciencia.
Con All Boys volvió a quedar demostrado que el dibujo táctico no es lo esencial, sino que ensamblar las fichas es mucho más importante. En ese aspecto falló el conjunto Cervecero. El fantasma de no saber abrir al rival azotó por enésima vez, los espacios escasearon y Quilmes no tuvo la lucidez suficiente como para encontrar los huecos. Los jugadores tienen responsabilidad, sin dudas, pero Bianco es quien necesita trabajar sobre ese ítem. No hay misterios, es un panorama que se presenta cada vez que se juega en el Centenario: ningún rival sale a atacar; todos especulan y le tiran el fardo al local, que generalmente se complica cuando el rol protagónico le cae encima.
El elenco de José Romero no mostró nada y con un gran contraataque se llevó un halago inesperado. Capitalizó una acción negligente/infantil de Claudio Corvalán (expuesto en una posición que no conoce) y Mariano Campodónico, con toda su experiencia, vacunó desde los doce pasos. En la B Nacional es así. Los equipos que se defienden sólo pueden ganar de dos maneras: de contraataque o de pelota parada. ¿Tan difícil es planificar teniendo en cuenta ese principio evidente y básico? Es tarea del entrenador… Emanuel Tripodi volvió a ser figura, otro indicador. Quilmes, en lo colectivo, dejó mucho que desear. Y lo colectivo repercute en lo individual: si las individualidades no caminan, es utópico creer que el andamiaje general va a estar aceitado. Cabe destacar que el dueño de casa atacó sin argumentos y la desinteligencia para defender resultó suicida.
Transcurridas ocho jornadas, se evidenció un déficit ofensivo que preocupa. Mauricio Carrasco se quedó en los goles que hizo, no se comprometió con el juego y ayer vivió escondido detrás de su marcador. No sirve tener un delantero que reniegue de encarar, de pedirla y de mostrarse como una opción potable. Miguel López no estuvo fino y Facundo Sava fue más volante que centroatacante, y en el medio, más allá de algún pase en profundidad, pierde consistencia. Para colmo, Enrique Narvay, quien entró con el tanteador al revés, no aportó soluciones. Que Ramón Lentini haya quedado afuera es, como mínimo, extraño. El misionero venía en buen nivel y no ingresó ni en el complemento. Ah… Leopoldo Gutiérrez, flojito, deambula. Está perfecto que Bianco haya pensado en armar el equipo de atrás hacia adelante, pero, una vez conseguida la solvencia defensiva (Quilmes la tiene), es indispensable pensar en el arco de enfrente. Es una zona clave que, por lo visto, fue mal reforzada.
Mejorar desde el caos institucional no es sencillo. La escalera del ascenso tiene muchos escalones y Quilmes todavía sube los primeros. Hay que contextualizar lo bueno y lo malo. Y aquí los contextos propician el desconcierto, la desorientación y el mareo. Como en el Riachuelo, algo huele mal. Sumergidos, ni con antiparras se consigue claridad. La única esperanza es que los hinchas no vuelvan a comprar pescado podrido. Un club dividido desde la política no tiene futuro, ni integral ni deportivo. Si las cuatro patas no pueden convivir, vendrán años y años en los tristes escenarios del ascenso.