Partido al medio

José María Bianco está sintiendo en carne propia el rigor y la presión que gira en torno al Quilmes Atlético Club. Recién ahora se da cuenta cómo funciona el paño en la institución. Se debe sentir raro al reflejar su figura en el espejo, simplemente porque cuando se mira, la imagen que devuelve el vidrio no es la del mismísimo Chaucha. Se lo comió la locura de quienes insultan sólo porque creen que pagar una entrada les da derecho a hacer lo que quieran. Hay un intruso que entró en el cuerpo del entrenador, que lo seduce y lo repugna en la misma proporción. Un equipo de fútbol nunca, bajo ningún punto de vista, puede jugar al ritmo de los hinchas. Una cosa es el contagio que puede transmitir el aliento desde la tribuna, pero otra diametralmente opuesta es pretender que en el campo de juego se resuelva con la misma velocidad que salta la gente en el cemento. Ahí estuvo el peor de los pecados. El final no es feliz a partir del momento en que los simpatizantes quieren ser directores técnicos, dar indicaciones, ordenar y mandar.

La lesión de Ramón Lentini marcó un antes y un después. A Bianco lo traicionó el inconsciente. Ningún hombre pretende ser tildado de “cagón”, y aunque él nunca lo haya sido, las cataratas en el Estadio Centenario le tiraban ese rótulo facilista y, al mismo tiempo, pesado. Es imposible abstraerse. Y ante una situación semejante, con hostigamiento constante, el nerviosismo levanta un vuelo peligroso. Como consecuencias, el margen de error se hace cada vez más chico y se corre el riesgo de que ocurra lo que a la postre ocurrió en la cancha de Ferro. La inclusión de Leopoldo Gutiérrez no fue un cambio nacido ni las entrañas del orientador de Quilmes ni en su filosofía futbolística. Lo invadió un punto oscuro de su mente, malos recuerdos que hicieron que entre un jugador que no encajaba con lo que pedían las acciones del cotejo, pero que era delantero, y muchos hinchas todavía creen que la clave para ganar es amontonar atacantes.

Lo más razonable era que Bianco agregara un volante. El problema es que quiso jugar al compás del tablón, para que nadie luego le reproche nada, ni que se escuche el “Bianco manda el equipo para atrás”. ¿Se imaginan que hubiese pasado si el DT metía un mediocampista por un delantero y Quilmes, como pasó, terminaba perdiendo? Lo cierto es que nosotros ni ganamos ni perdemos partidos, pero son pequeños detalles que en momentos decisivos hacen a la cuestión general.

La zona media de la cancha es fundamental en el desarrollo de cualquier partido. El que logra ganarla tiene el primer punto adentro. ¿Por qué? Desde allí se gestan los circuitos de un equipo, el avance y el retroceso, la imposición de una temperatura de juego y, además, la ampliación del abanico de opciones para lastimar al rival. Si los volantes se desordenan, los de arriba quedan aislados y los del fondo tienen que luchar contra el mundo, generalmente en inferioridad numérica. Si ganás el medio, ganás la posesión de la pelota. Y sin la pelota no podés herir, por ende, tampoco podés convertir en la valla del oponente: no podés ganar. Sin la pelota te derrumbas. Sin la pelota te desgastas físicamente con mucha más velocidad, y lo que es aún peor: corres de atrás para robarle el cuero. En el caso de lograr recuperarla, después tenés que saber administrarla, si no es como querer arrancar un auto sin poseer la llave. En ambos sentidos, Quilmes arrancó perdiendo desde el vestuario. No sólo cayó en la batalla de la mitad nuclear, sino que nunca dominó el esférico con constancia, y las pocas veces que pudo ponerlo de su lado, resolvió muy mal.

Con la baja obligada de Lentini, el panorama, dentro de un contexto desfavorable, daba para el ingreso de un futbolista que conecte, por lo menos, a las dos líneas más adelantadas (medio y ataque). Quilmes necesitaba alguien que le brinde tenencia de balón para recuperar lo que Ferro le había extirpado de entrada; eso redondo que es la esencia del fútbol. En el banco de suplentes estaban Juan Olivares, Maximiliano Planté y Matías Córdoba (¿cuándo tendrá una chance seria para poder mostrarse?), pero Bianco confió en un elemento que sólo contribuyó en el hecho de meter el dedo en la llaga. Con respecto a Gutiérrez: en determinadas circunstancias es mejor, antes de caer en subjetividades, mirar los números de su carrera. Las estadísticas no mienten. Y pensar que Franco Vera, periodista de La Gaceta de Tucumán, cuando el santafesino vestía la casaca de Atlético, lo definió como “el obrero del gol”… Por otra parte, el bajo nivel de Francisco Cerro ayudó al desconcierto general. Cuando los buenos jugadores no aparecen, el andamiaje colectivo paga las consecuencias. Para colmo Walter Ribonetto, uno de los que venía cumpliendo siempre, quiso rechazar y la productividad del local terminó en el fondo de la red de Emanuel Tripodi.

En tanto, Ferro ya no es ése elenco de campeonatos atrás: ahora funciona aceitado y es de sumo cuidado para cualquiera que lo enfrente. Tiene intérpretes que saben cómo tratar la pelota y, por sobre todas las cosas, un entrenador que impone el concepto de balón al piso. Jorge Ghiso sabe y conoce la categoría. Armó una estructura desde los escombros y ahora el Verde, con un presupuesto limitadísimo, le hace frente al que se le ponga adelante. Más allá de que todo el pueblo quilmeño quería ganar, es justo enaltecer la tarea del adversario, sobre todo cuando la superioridad fue abismal. El resultado, mentiroso: el Cervecero debería haber perdido por más goles, y sólo la impericia del local y algunas atajadas de Tripodi redujeron el tanteador a la mínima expresión. Patricio González, Diego Tonetto y Cristian Zermattén fueron mucho para la tibieza Cervecera. Ellos fueron los responsables de copar el punto neurálgico de la cancha. Los dirigidos por Bianco no anduvieron bien, es cierto, pero el Oeste triunfó con credenciales y tuvo la grandeza de anular las virtudes de Quilmes.

La desazón del final es un llamado de atención para los dirigentes optimistas que ya están pensando en contratar refuerzos “de renombre” para “asegurar el ascenso”. Ferro demostró que no es indispensable tener un plantel con figuras para pelear el ascenso, mientras que en Quilmes piensan lo contrario. Lamentablemente, las derrotas potencian la ansiedad de los amantes de la billetera gorda.

En lo futbolístico habrá que seguir trabajando. Es sólo una caída. Si el equipo logra asimilar el golpe, la expectativa que se generó a raíz de los últimos partidos seguirá vigente. Eso es lo que todo el mundo Quilmes desea.

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