La pelota es para el fútbol lo que el corazón representa en los seres humanos. Es imprescindible. Sin pelota no hay goles; sin goles no hay emociones; y el fútbol no es nada si no tiene emociones. Los jugadores son protagonistas, pero sin el balón no pueden subsistir. Tampoco podrían plasmar en una cancha todo su talento, por más buenos profesionales que sean. El fútbol es una hermosa forma de expresión. Hay una frase que lo pinta de cuerpo entero: “Se juega como se vive”. Se siente, se sueña, se goza, y por momentos también se sufre. Pero el fútbol no sería fútbol si no existiera ese pequeño cuero redondo que hace que este deporte sea tan inmenso. Hay millones de equipos y de futbolistas en todo el mundo. Los estadios contemplan diversas dimensiones; las tribunas están capacitadas para aguantar un número mayor o menor de espectadores. Los arcos tienen una medida estipulada. Pero el esférico es la esencia viva y universal en cada rincón del planeta tierra. Es el denominador común porque es idéntico en cualquier punto del mapa. Y aunque todos de entrada elijan al más habilidoso en el pan y queso del barrio, yo prefiero, como primera herramienta, tener la pelota en mi poder. Por eso todos quieren caerle bien con al pibe que lleva la pelota al potrero, porque si no se quedan sin jugar. El triunfo de Quilmes en Jujuy se empieza a explicar con un concepto que suena lógico: conservar la posesión del balón te deja al borde del halago.
Jorge Ghiso se tomó el avión del jueves a las 6:05 con muchísimas certezas dentro de la cabeza. Sabía cómo y a qué iba a jugar Quilmes. No haber exteriorizado la alineación titular en Buenos Aires fue, quizá, una maniobra para estirar una decisión que ya tenía tomada. Vitrola viajó lleno de convicciones. Y aquí va un dato de color: una vez concluida la práctica vespertina que el plantel Cervecero realizó en San Salvador, el director técnico, lejos de inmiscuirse en el silencio del misterio, le confirmó quiénes iban a ser de la partida a un periodista jujeño que cubría el entrenamiento. Si, los medios partidarios se enteraron un rato después. Hay situaciones que no son propiedad de lo casual, de lo que se da por arte de magia. La seguridad que transmitió el equipo dentro de la cancha fue la misma que aplicó el ex orientador de Ferro a la hora de transitar los instantes previos al inicio del cotejo. Las declaraciones fueron consecuentes con lo que ocurrió en la Tacita de Plata. El que avisa no traiciona.
La batalla se planteó por los extremos. Ghiso había dicho que era importante “utilizar bien los costados” y Héctor Arzubialde, entrenador de Gimnasia, sacrificó un delantero de movida (Emanuel Fernández Francou) para fortalecer el mediocampo. El Lobo estaba al tanto de lo que salía a proponer Quilmes. Sin embargo, cuando los intérpretes se levantan de la cama con el pie derecho, no existe resistencia capaz de contener la andanada. No es descabellado analizar el partido en términos ajedrecísticos. En un mano a mano constante, el Cervecero embolsó las expectativas jujeñas e hilvanó, lentamente, un trabajo de hormiga que fue encontrando el punto justo de eclosión a medida que el reloj corrió hacia adelante. Logró someter al rival con extrema meticulosidad, con una paciencia que no muchos tienen cuando actúan ante un conjunto que, sobre 11 choques en casa, sólo había perdido uno (con Unión, por la primera fecha de la presente temporada). La asfixia paulatina resultó irreversible para las aspiraciones del elenco anfitrión. El Cervecero le robó la pelota a Gimnasia, en defensa le cerró los caminos (los atacantes de Arzubialde cayeron infinidad de veces en posición adelantada), no lo dejó razonar con lucidez, le achicó los espacios y, así, llevó al local a moldear una estructura larga e inestable. Jaque mate.
Si bien para ganar es fundamental adueñarse del balón, es un arma de doble filo si no se cuenta con precisión y efectividad para encontrar los huecos claros. El primer mérito de Quilmes fue haber dominado táctica y territorialmente. Y el segundo consistió en la nitidez al momento de la circulación. Con las bandas como flanco elegido, la figura de Sebastián Battaglia fue determinante por el sector izquierdo. El santafesino estuvo intratable: pidió todas, doblegó a Nahuel Sachetto, encaró, gambeteó y, de yapa, hizo expulsar a Federico Pomba. Tras un arranque de campeonato irregular, el primo del volante central de Boca emergió como una de las grandes figuras de la noche. Por el carril derecho, Pablo Garnier, quien lastimó en ofensiva pero le costó mucho el retroceso, aportó en el instante indicado: en el gol de Mauricio Carrasco apareció para bajarla en el segundo palo. El delantero neuquino, otro que lució picante, cristalizó en la red. De todas formas, a pesar del control, cuando el Cervecero prestó el esférico pagó con la virginidad de su arco.
La etapa complementaria ratificó todo lo bueno que había hecho Quilmes en el primer tiempo. La superioridad fue abismal. Gimnasia no pudo tocar la pelota. Ni la vio. Terminó arrodillado y envuelto en su propia mediocridad. En una ráfaga efímera le dio vida al Cervecero cuando Juan Arraya tuvo una inmejorable ocasión para concretar, pero la definición, dentro del área chica, solo, y con Emanuel Tripodi resignado, terminó siendo tan mala que no admite comentario. Luego, los de Ghiso recobraron la fuerza y el Lobo se limitó a aguantar los cascotazos. El grito de Miguel Caneo, a los veinte minutos del acto final, le dio justicia al marcador. Después, con la tropa de Arzubialde buscando al ritmo de la renguera, el Decano despilfarró muchas situaciones. El resultado podría haber terminado en goleada. Quilmes perdonó, y ese es un riesgo que nunca es conveniente correr.
Con los tres puntos en el bolso de regreso, queda un interrogante en el aire. ¿Qué hubiese pasado si avanzaba el tiempo y persistía el empate? ¿Ghiso hubiese ido de cabeza por la victoria o firmaba la unidad? Las preguntas jamás tendrán una respuesta fehaciente, aunque da la impresión que la igualdad no era mal vista por Vitrola. Que haya metido los tres cambios con el equipo en ventaja es un atenuante. El primero en ingresar fue Enrique Narvay, quien pisó el césped cuando faltaban 12 minutos.
Más allá de eso, un triunfo de esta magnitud genera tranquilidad. Quilmes ganó con autoridad. Quedó claro que emplear un 4-4-1-1 puede ser ofensivo aunque en el dibujo aparezca un solo hombre de punta. Ghiso se maneja con inteligencia: si bien le gusta el 4-3-1-2, sabe adaptarse a lo que “pide” el estereotipo del plantel. ¿Poner un delantero es ser defensivo? No. Facundo Sava y Leopoldo Gutiérrez no están para ser titulares; Ramón Lentini, lesionado hasta la coronilla, quizá regresa algún día… Así las cosas, el entrenador se las ingenia para amoldar su filosofía dentro de un esquema que, por lo menos en Jujuy, fue ambicioso. Insistir con jugadores que no pueden estar a la altura de las circunstancias, o encapricharse con un número telefónico, sería ir en contra de lo que se necesita. Cuando Caneo es la manija, cuando Battaglia anda fino, cuando Garnier se acopla, y cuando Miguel López (frente a Gimnasia completó una pobre actuación) se enchufa, el Cervecero se vuelve peligroso en los metros finales. Va a ser difícil que Ghiso logre tatuar a fuego su impronta, no obstante, con sentido común puede suplir el poco tiempo de trabajo que tiene.
El Quilmes de Ghiso es un equipo que piensa más en la valla de enfrente que en la propia. Los elementos que elige Vitrola apoyan esta mención. Probablemente, aunque sea sólo un detalle, José María Bianco hubiera ido a enfrentar a Gimnasia con un carrilero como Matías Di Gregorio, quien desde la asunción del actual director técnico no tuvo participación, con otro mediocampista de combate para acompañar a Sergio Meza Sánchez, y con Martín Quiles como lateral. Las diferencias entre Ghiso y el Chaucha se empiezan a notar. Son posturas. Todas son aceptables. Ahora habrá que continuar demostrando en las 15 jornadas que restan. Allí recae el mayor desafío.
El párrafo que cierra la nota se lo lleva Caneo. El Japonés es el futbolista distinto que tiene Quilmes. Basa su juego en la rapidez mental y, además, la acompaña con ejecuciones quirúrgicas. Piensa antes que los adversarios. Y así saca ventaja. Ante el Lobo marcó la diferencia: inició la acción que terminó con la anotación de Carrasco, facilitó la victoria con el segundo gol, exigió a Carlos De Giorgi con disparos de media distancia, reventó el travesaño con un tiro libre y estuvo a punto de meter otro. Aunque lejos esté de ser un novelista reconocido, Caneo es capaz de interpretar la trama para ponerle el moño a la obra con toques de buena factura. Con él, el Cervecero juega con 12 hombres.