José Hernández está pidiendo a gritos que le abran la puerta. Quiere ver. Quiere sentir si entre las creaciones hay características comunes. Tiene las manos hinchadas de tanto golpear para que alguien lo escuche. Probablemente nunca logre volver a ver la luz, pero nada ni nadie podrá privarlo del sublime acto perceptivo. Las historias se autoabastecen con un orden correlativo y, así, se transforman en hechos mellizos, aunque hayan nacido con años largos de diferencia. Uno quedó grabado en la memoria de quienes disfrutan las buenas producciones; el otro transita el camino de la evocación con una sonrisa que recorre hasta los lugares más inhóspitos del rostro. El final de uno ya está escrito; el otro firmó el prólogo y ahora corre atrás del cierre decoroso. El primero es causa; el segundo es la consecuencia. Las vivencias de Martín Fierro marcaron una época. Y Quilmes, que es toro en su rodeo y torazo en rodeo ajeno, de a poco se apropia de ciertos condimentos que vienen impresos en las marcas de la vida del gaucho. Porque para gozar, primero hay que saber sufrir. Mientras la desfachatez, el tesón, el amor propio y la credulidad son argumentos que se utilizan en la misma medida que un arquitecto aprovecha el lápiz para confeccionar un plano, Fierro se sienta en la mesa de un bar y, cerveza de por medio, espera el desenlace…
Los equipos con hambre de gloria suelen ser fáciles de divisar. Poseen particularidades que, a la larga, cuando la personalidad está formada, marcan la diferencia con respecto a los demás. A veces son pequeños atributos que, sin embargo, señalan las grandes distancias. Quilmes, bajo la apuesta ambiciosa (y muy arriesgada) de José Luis Meiszner, se armó con el mandato obligatorio de retornar a Primera. De todas formas, se presenta una construcción ambivalente: sin tener un rendimiento superlativo, el Cervecero, hoy, es parcialmente distinto al resto sin llegar a ser distinto en su totalidad. ¿Cómo es esto? Quilmes no es mejor ni peor equipo que ninguno de los otros 19 competidores, pero en el historial acumula actuaciones que ningún otro rival directo pudo redondear. No hay un abismo en el medio, de hecho un solo punto no representa una ventaja cómoda, por eso, en un contexto en el que la irregularidad es moneda corriente, la solidez que está teniendo el elenco de Jorge Ghiso es un pilar dentro de una campaña numéricamente irrefutable.
Llenar los ojos de fútbol acorta el trayecto, y, como consecuencia, otorga más posibilidades de ganar que de perder. Adueñarse de la pelota es una premisa básica, aunque también un buen equipo debe saber moverse cuando la posesión del balón le pertenece al oponente. Quilmes tuvo en Córdoba una solvencia estructural que le deja una chance inmejorable de cara al futuro. El Cervecero fue práctico cuando Instituto le cedió el esférico y luego, tras la conquista de Facundo Sava, se protegió en trabajos individuales que rozaron la perfección. Después de algunos deslices en partidos anteriores, la dupla de marcadores centrales se afianzó y contrarrestó todo lo que intentó hacer el dueño de casa. Sergio Meza Sánchez volvió a sobresalir en la mitad de la cancha y a esta altura es el motor que abastece el circuito de transición/circulación. La tranquilidad interna de Ghiso, más allá de que siempre se puede mejorar, es que los jugadores interpretan el mensaje. Este concepto no es nuevo, pero la realidad indica que adquiere peso cada vez que Quilmes sale a la cancha.
El triunfo volvió a ser inobjetable, a pesar de que Instituto tuvo situaciones como para igualar el marcador. Son tres puntos que cotizan en Euro, porque ahora todo depende de Quilmes. El análisis futbolístico profundo implicaría penetrar un terreno subjetivo. Lo que sale en limpio, disputadas 29 jornadas y con el Decano como líder absoluto, es que hay un compromiso asumido por parte de los jugadores. Y ese compromiso es, en primer lugar, con el club y con el objetivo que se fijó antes de arrancar la temporada. Podrán hablar de sueldos astronómicos o de “carros viejos”, pero ver a Sava presionando y tirándose a los pies para obstruir un pase, aunque parezca un detalle mínimo, termina siendo un acto digno de ser resaltado, sobre todo después de tantas malas experiencias. Todos los partidos son distintos. El nivel puede incrementar o disminuir, las virtudes con la pelota y los errores también: no obstante, mientras los intérpretes levanten la bandera del convencimiento, el Cervecero empezará a ganar terreno en la difícil misión de volver a la máxima categoría. Aún restan nueve finales.
Teniendo en cuenta que Instituto no despega (sumó su segunda derrota al hilo) y que San Martín de San Juan se cae a pedazos, el presente de Quilmes alimenta la ilusión.