De la galera y el bastón al saco roto. De Carlos Salvador Bilardo a César Luis Menotti. Del dibujo fino y prolijo al mamarracho que termina muerto en un tacho de basura. Del caviar al sándwich de mortadela. De la risa al llanto. De ser un cocodrilo hambriento a formar parte del staff de carteras de una señora de Barrio Norte. Del aplauso a las miradas atónitas. De Los Chalchaleros a Los Rolling Stones. Con la misma inestabilidad mental que tiene un maníaco depresivo. Con una alteridad asombrosa. Como Quilmes subiendo la tabla en ascensor y, menos de una semana después, rodando por las escaleras. El escenario se alumbra y los intérpretes salen de atrás del decorado, pero se olvidan la letra y pasan del papel protagónico al cuasi papelón. ¿Cómo explicar semejante fenómeno? Quizá los libros de historia sean los que puedan encontrar fundamentos en el pasado. El enorme mercado futbolístico abarca transacciones y valores de todo tipo. Como consecuencia, las vicisitudes se dirimen en la mesa de negociaciones. Todo se puede vender; todo se puede comprar. Menos un atuendo con el que nunca se debe especular: la actitud. Es una idea tan abstracta como impermutable. Tirar la toalla antes de la campana final es un sacrilegio. Cuando un equipo que venía con chapa de candidato no transmite absolutamente nada y sufre el partido como si le estuvieran clavando una estaca, hay alguna pieza que no encastra. Así, en la noche del jueves, el Cervecero apenas se arrastró…
En el fútbol hay tres resultados posibles: ganar, empatar o perder. Los triunfos llenan los pulmones y siempre te dejan bien parado; la igualdad es el punto medio; y las derrotas duelen, pero existen matices. Hay muchas maneras de irse con las manos vacías. A veces hay situaciones en las que las caídas se maquillan con atenuantes sólidos. Cabe la posibilidad de que el rival te supere con extrema claridad; o también que logre imponerse a través de un “acto fallido”. Atlético Rafaela no sólo capitalizó las bondades del esquema que eligió Carlos Trullet, sino que, además, aprovechó la escasa virilidad de Quilmes, que otra vez se escondió debajo de la cama cuando tenía que reafirmar lo bueno que había exhibido en los últimos dos partidos (la performance ante Deportivo Merlo fue regular). Que el sector que cubre Emmanuel Martínez sea un peaje con la barrera levantada es una ventaja demasiado grande para el adversario. Que Martín Quiles, un jugador de nivel parejo, tenga responsabilidad directa en los tres goles de la Crema no es habitual. Que Pablo Garnier camine por el césped inmortalizando la figura del brazo en jarra no le sirve ni a él ni al equipo. Que a Sebastián Battaglia, de enorme tarea en Jujuy, se le caigan los anillos por ir a disputar un balón tampoco aporta. Que Mauricio Carrasco, quien es capaz de definir un partido pero, por otro lado, puede recorrer metros como un turista en pleno paseo por una calle peatonal, quede en offside tres veces en menos de un minuto representa una prueba cabal de desconexión. De todas maneras, el Cervecero, más allá de estas apreciaciones puntuales, se entregó y se regaló como estructura integral. Desalmado, Quilmes sintió en carne propia el rigor que sembró el elenco santafesino, que en un par de ráfagas demostró cómo se juegan esta clase de duelos decisivos.
Jorge Ghiso se volvió a inclinar por el 4-4-1-1. Aunque el tanteador final le dio la espalda, en la previa parecía una determinación lógica porque, entre el choque con Gimnasia y el de Atlético Rafaela, sólo hubo una práctica formal, y proponer un cambio importante podía alterar un andamiaje que venía derecho. Después, con la realidad frente a los ojos, la repetición no salió. La defensa otorgó innumerables beneficios (y más), los volantes externos no pesaron, Miguel López no se acomodó y Carrasco quedó aislado. Además, Miguel Caneo, el elemento diferente, no encontró su mejor versión gracias al buen rendimiento de Fernando Cáceres y de Walter Serrano. Claro, también hay que decir que estuvo muy impreciso en las entregas y, a la postre, terminó inmerso en la nebulosa. En tanto, la idea de Trullet no tuvo fisuras en ningún aspecto. Sus soldados saltaron al Estadio Centenario con una idea concisa pero eficiente. Las dos líneas de cuatro se pararon con firmeza y a la practicidad ofensiva se le sumó una aglomeración ordenada e impermeable.
Se sabe que cuando los titulares no reaccionan, el director técnico busca soluciones en el banco de suplentes. Allí es fundamental poseer un abanico abundante para poder torcer la historia en caso de ser necesario. Y Ghiso, en el afán de no alterar fichas, se equivocó en la conformación de la banca de sustitutos. La nómina que escogió Vitrola dio sus frutos en Mar del Plata y en Jujuy porque cuadraba en un contexto en el que Quilmes cuidó una ventaja a favor. Sin embargo, los futbolistas que tuvo a su lado para enfrentar a Atlético Rafaela no encajaron dentro de un conjunto que debía dar vuelta el resultado. ¿Para qué dos volantes centrales? ¿Por qué dos delanteros de área? La exclusión de Enrique Narvay le quitó la variante de encontrar los caminos por los costados con un atacante rápido. Cuando un equipo se cierra atrás, generalmente se busca perforar por las bandas: ni Leopoldo Gutiérrez (un cambio malgastado) ni Facundo Sava tienen esa característica. Francisco Cerro, quien junto a Emanuel Tripodi fue el hombre que mejor rindió en la primera parte de la temporada, ni asoma en la consideración del entrenador… A veces es mejor mirar para adentro y no gastar tantas energías en hallar excusas burdas.
A propósito, las declaraciones de Ghiso tras el cotejo resultan imposibles de dejar afuera del análisis posterior. Las palabras del ex orientador de Ferro hicieron recordar viejos tiempos, cuando Alberto Pascutti tenía puesto el buzo quilmeño. Vitrola no tiene por qué realizar una autocrítica pública. No obstante, que realmente puertas adentro esté convencido de que Quilmes “en el primer tiempo hizo el trabajo perfecto” es ir en un barco que tiene destino de iceberg. Si cree que ciertos jugadores anduvieron en “un nivel excelente” sólo podría embarrar el campo. Y en el rubro “pretextos”, Ghiso debería preocuparse para que el Cervecero no camine de rodillas durante 76 minutos, porque por lo visto, cuando Matías Gigli abrió la cuenta, el partido podía haber durado dos días y Quilmes ni siquiera hubiera llegado al descuento. No es saludable que un entrenador de tanta trayectoria actúe de esta forma. El hincha puede “perdonar” muchas cosas; lo que jamás perdonará es que, además de ver a su equipo con pocas gotas de sudor en la frente, la cabeza del grupo intente engañar con un discurso, como mínimo, particular.
La sensación que queda flotando es que Quilmes, cuando hay que llevarse tres puntos clave, se deja arrebatar. Hay partidos que no se pueden perder con tanta holgura. La gente estuvo presente y asistió para brindar apoyo. Pero el Decano, como tantas otras veces, fue el gran ausente.