Los reflectores se posan sobre el paño verde, que en este caso nada tiene que ver con el césped de un estadio de fútbol. El humo que se desprende de los habanos asalta la escena, el picaporte no puede disimular las huellas dactilares de quienes acceden presurosos, con una falsa certeza impresa en el cuerpo. Y agregan vasos de whisky importado mientras tiran botellas vacías de contenido líquido pero llenas de oídos aturdidos por la voz del silencio. A veces el lenguaje de una boca cerrada transmite argumentos, y consume menos energía que el que desgasta el paladar con el rozamiento de la lengua: porque el silencio es capaz de ser material sólido aunque tenga los dientes guardados. La mudez se hace carne. Y desde allí es donde comienzan a expresarse los caciques. No dicen, sólo actúan. Como si se tratara de una contienda bélica que se dirime en treinta puntos, el mundo que rodea queda a un costado y las acciones se desatan a un ritmo inusitado. Pueden revolver el mazo, todo está bajo control. El orden de los factores no altera el producto. La repartija de naipes es un mero acto formal; aunque la mano salga torcida siempre existe el as bajo la manga para torcer el rumbo. Quilmes le tira un guiño de ojo a su propio futuro y sigue adelante. El Cervecero, pase lo que pase, tiene cartas para ganar el truco. Y, en determinadas circunstancias, la dulzura es tan grande que permite anotar el último poroto con un tanto al ángulo del cuatro de copas.
Quilmes pasó de la voz de Gladys La Bomba Tucumana al sello de Mercedes Sosa, del espanto a la tranquilidad. El Decano se volvía del Jardín de la República con una parva de rosas con espinas, pero volcó en un toque de Miguel Caneo toda la ambición que escondió durante 97 minutos. Cabeza fría y corazón caliente en el instante preciso, una combinación letal. El Cervecero no redondeó una buena tarea, es cierto. Sin embargo, el mensaje invita a olvidar la forma y el cómo. Ya no importan los caminos ni los métodos, lo esencial es sumar puntos para despegarse de los equipos que vienen atrás. Cuando un ladrón corre para huir de la policía no se fija si en el camino se lleva por delante a dos ancianas o a tres mujeres embarazadas: sólo quiere avanzar para perder el rastro. De todas maneras, especular (con la suerte) puede terminar convirtiéndose en un arma de doble filo. Prevalecer en el juego siempre va a dejar la victoria al alcance de la mano, por eso hay que seguir trabajando para achicar la influencia de algunos factores abstractos. Quedan cinco fechas, el ascenso se palpita, es imposible apartarse del clima que se genera alrededor de la campaña de Quilmes, aunque aún no está dicha la última palabra.
El gol de Caneo espantó fantasmas. Si el Cervecero hubiese perdido, la preocupación hubiera estado en el tapete. Fue una actuación realmente pobre, que en otro contexto hubiese encendido la alarma roja. No por el marcador tras el cabezazo de Héctor Álvarez, sino por el nivel futbolístico y emocional que exhibió el equipo. Quilmes se desenvolvió en el terreno de juego a un compás particular, como los muñequitos del Winning Eleven de la Play Station One: en cámara lenta. Sorprendió. San Martín de Tucumán asumió el rol de elenco dueño de casa y redujo a Quilmes a ser un adversario tibio, incapaz de reaccionar ante las embestidas. ¿Presión de los hinchas que organizaron la caravana desde la sede social hasta el Aeroparque Jorge Newbery? Es ridículo creer que un conjunto que logró imponerse en reductos inhóspitos pueda sentirse presionado por el aliento de su gente, en todo caso la ecuación cambiaría si se pensara que la presión la impone el oponente de turno con su fuerte localía. Por otra parte, pegarle a Jorge Ghiso por el planteo y por el escaso vuelo que tuvo Quilmes significa caer en el facilismo del resultado. El esquema, más allá de los rendimientos individuales, fue el mismo que en Mar del Plata, San Juan, Jujuy y Córdoba. Es sencillo adular en el triunfo, pero difícil valorar cuando no se gana.
El circuito ofensivo no funcionó, entre otras cosas, porque los volantes extremos no tomaron contacto con el balón, y en el 4-4-1-1 que propone Ghiso los carrileros ocupan un papel preponderante: son quienes tienen la obligación de pasar al ataque para abastecer al único delantero o, en su defecto, asociarse con el enganche. Emmanuel Martínez no le encontró la vuelta a la posición y Sebastián Battaglia fue intermitente. ¡Cómo se extrañó la presencia de Pablo Garnier! Los laterales no se acoplaron y Miguel López aportó mucho despliegue físico pero ningún condimento picante. La defensa, desconocida, otorgó créditos al por mayor y también contribuyó al desconcierto general. El sustento de Quilmes volvió a hacer foco en el arco. Emanuel Tripodi le dio vida al Cervecero cuando las posibilidades de revertir la situación habían dejado al optimismo sentado en la silla eléctrica. Las atajadas del ex arquero de la Comisión de Actividades Infantiles (CAI) fueron goles a favor. Salud, Emanuel.
Cierra Callejeros: “A tu suerte siempre restale una duda. A esa duda, una posibilidad. Si esa posibilidad se vuelve tan loca, esa es tu verdad”.