Estoy acostumbrado a los golpes, esto parece una redundancia, claro. Esa es mi vida. Peliaguda, triste e insignificante vida es la que me ha deparado el Dios de los bombos. Porque yo tenía todas las condiciones para ser el de Tula y disfrutar de las marchas, de esos actos multitudinarios, de los viajes en Primera Clase para ir a un Mundial. Pedía demasiado, se ve. Pero si yo me conformaba con ser el Bombo de algún grupito Norteño de música para asistir a esas fiestas multitudinarias (perdón que repita el concepto), donde hay buena comida y mejor bebida. Pero no, vaya vida esta de morder el polvo. Encima, ahora que la situación está difícil, prácticamente no me utilizan. Estoy desprotegido, sin calor, sin que nadie me valore. Recuerdo que el año pasado me vinieron a despertar con una motivación de esas que te borran las ojeras. La ilusión me duró 45 minutos. Pufffffffffff, lo feliz que fui (o lo que me dejaron ser). Habían armado una fiesta, parecía que venía el Dios de todos los dioses. 45 minutos… Nunca más me tocaron, hasta el sábado pasado, cuando en medio de telarañas me vinieron a rescatar. Ah, la emoción en sus rostros presagiaba la vuelta a vivir. Sentí que los pulmones (no parece, pero tenemos) se llenaban de oxigeno. Me iban pasando cual presea, cual objeto de adoración. Puse el lomo como nunca. Me lo hicieron saber desde que el rescate del ostracismo se concretó, con la excusa de los reyes de la fiesta seríamos nosotros. Y claro, después de casi seis meses, sentir esos aros estar mas fuertes que nunca para que los parches arrojen una melodía arrabalera, de tablón, de victoria, era una inyección armónica y compacta consustanciada con los tensores que hacían precisamente el aguante… Me perdí en ese micro alto, me fueron pasando y esas caricias de los palillos nos hacían sentir ganadores. Gritos, verborragia, palmas, música de origen extraño, daban comienzo a la fiesta que vendría. Veníamos preparados a voltear a todos, al más grande, al todopoderoso. Hablaban que un montón de miles de personas nos iban a odiar (léase, ignorar), pero nosotros sabíamos que nadie podría derrotarnos, teníamos a nuestro capitán (no recuerdo su nombre, perdón) encendido, casi ensimismado con la causa, al borde de querer esa camiseta que tendría enfrente. Es que nombraba tanto al rival, que en un momento pensé en decirle ¿Estás bien? De repente todo se nublo, divisé una gorra, dos hombres, y esos gritos se oyeron lejanos. Nadie peleó por mi, me separaron de los palillos, los tensores se aflojaron, solo escucho una sirena en medio del ostracismo de un habitáculo. No tengo reloj, perdí la noción del tiempo, pero han pasado las horas y nadie viene a reclamarme, será que se habrán olvidado o es que la fiesta se ha terminado. Habrá durado sólo 45 minutos como aquella vez??? O nunca habrá empezado??? El Dios de todos los dioses, se habrá salido con la suya??? Aunque parezca paradójico, mi única certeza es que la música siempre es la misma.
Martes 6 de abril
Desde la clandestinidad
Yo, el bombo (secuestrado y esperando: mejor me siento)