Mientras el pasivo vomita sobre las hojas de las obligaciones financieras, hay un activo sentimental que mantiene encendida la antorcha de la pasión. El cemento escalonado transpira, sufre, se relame, empuja y presiona al mismo ritmo que se suceden las acciones dentro del terreno de juego. El resto es un culto, una religión con dogma indescifrable, que no evoca figuras estrafalarias ni rezos simbólicos. Es el noveno planeta que orbita alrededor del Sol. Aquí los renglones de la Biblia se escriben con sangre, sudor y lágrimas. Es tan impredecible que es capaz de transformar la oscuridad de la noche en la luz que encandila por la tarde. Pero todo cumple su ciclo y luego se regenera. Dentro de un amor repleto de altibajos, siempre se encuentra un resquicio para poder meter una pitada de aire fresco. Correr atrás de un sueño significa buscar respuestas para las preguntas cargadas de complejidad. Es hacer posible lo que muchos consideran una utopía, aunque los imposibles en la vida pasan a ser posibles en la medida que se trabaje para agudizar la creencia, aquella que representa el corazón del raciocinio.
La pelota que se utilizó en el último tiro libre tuvo un comportamiento ejemplar. Debe haber leído la historia para hacer bien los deberes. Fue respetuosa ante las exigencias básicas de los modales correctos. Viajó con fuerza hacia un blanco determinado. En el medio se interpuso la humanidad de Miguel Cárdenas, pero el disparo fue mucho más allá. Pidió permiso, resguardó las formas para no perder la elegancia y, despacio, cruzó el molinete y se subió al subte. Una nueva estación quedó atrás. El zurdazo fulminante de Ramón Lentini transportó la impotencia de noventa minutos de vacío futbolístico y, cuando el balón se mimetizó con la red, provocó el grito al unísono de todo un pueblo que miraba como la punta del campeonato quedaba servida en las manos de Olimpo. Quilmes estuvo atado de pies y manos, pagó caro la anemia ofensiva y quedó de rodillas, pero se mantuvo con vida gracias a Emanuel Tripodi, el esclavo rebelde que estimuló la reacción desde su fortaleza.
Fue un premio demasiado grande, injusto por cómo se habían presentado las acciones del encuentro. Quilmes mereció irse del Estadio Centenario con los bolsillos vacios. No obstante, la paciencia, la frialdad y la lucidez en los instantes decisivos terminaron marcando la deferencia entre el equipo puntero y un conjunto que en la primera rueda sumó 18 puntos. Las individualidades, en momentos trascendentales, juegan su propio partido. Tripodi le ganó el duelo a Leandro Armani, el mejor delantero de la Primera B Nacional, y después se vio la mano de Jorge Ghiso, que volvió a apagar el fuego desde el banco de suplentes. La maniobra del tiro libre denota el trabajo de la semana: Vitrola mandó a dos hombres a la barrera y, tras el movimiento de Walter Ribonetto y el toque de Pablo Garnier, Lentini apuntó al hueco que quedó cuando se abrieron los futbolistas de Quilmes. A pesar de la colaboración de Cárdenas, hubo efectividad para capitalizar el máximo un recurso lícito. Y teniendo en cuenta que se trataba de la última bola del cotejo, cabe destacar el hecho porque cuando asfixia el reloj las piernas empiezan a temblar. Además, el entrenador, más allá del ingreso de Lentini, tiró una ficha sobre Francisco Cerro y el santiagueño fue quien generó la falta que derivó en la conquista del Búfalo.
La estructura de Quilmes se fisuró en el medio, y de ahí nació el descalabro defensivo. Enzo Kalinski tuvo responsabilidad directa. Un volante central, sobre todo cuando no tiene compañero, no puede refugiarse tan atrás. Así, los carrileros retroceden y “empujan” a los defensores, que, sin darse cuenta, se van acercando al área propia. Tiro Federal fue inteligente para explotar el espacio que le otorgó el Cervecero. Facundo Castillón, un elemento de grueso valor, se hizo un picnic por el sector de Sebastián Battaglia y Claudio Corvalán, quienes se cansaron de tomarle la patente. La última línea quedó mal parada, por eso los rosarinos generaron innumerables situaciones de gol. Con los metros que le concedió el dueño de casa y la posesión de la pelota, el elenco conducido por Ángel Celoria inquietó, aunque no alcanzó a culminar. Quilmes padeció lo que Ghiso sufre: salir chueco de la lucha por el control del mediocampo, zona decisiva en cualquier partido de fútbol. La nula presencia de los volantes, que se transformó en goteras defensivas, también se expandió hacia adelante. Miguel Caneo regresó a media máquina, Miguel López no fue ni mediapunta ni delantero y Mauricio Carrasco se encargó de desperdiciar todas las jugadas en las que intervino. Quilmes, como consecuencia del desbalanceo, sumó poca gente en ataque y siempre que insistió fue en inferioridad numérica.
El premio de los tres puntos deja una sola sensación: al Cervecero le salen todas, y las rachas positivas son dulces cuando se las aprovechan. En otro momento Tiro Federal se hubiese ido de Vicente López y Esquiú de la misma manera que se retiró San Martín de San Juan en la temporada del último ascenso. Quilmes gana jugando bien; gana jugando mal; también sin transmitir nada; o con transmisiones interesantes. Fútbol puede faltar, pero lo que sobra es personalidad. Enorme punto a favor.