Punto de inflexión

Aquella noche se dieron vuelta todos los postulados de la medicina. Se incendió la biblioteca. Los libros milenarios ardían y se transformaban en cenizas crudas. Hipócrates, desde una nube, mientras tomaba mates con San Pedro, sujetaba sus dedos a los pocos pelos que le quedaban en la cabeza. Con el ritmo cardíaco alterado, observaba una escena sobrenatural que, indirectamente, le tiraba un guiño con sabor a complicidad orgásmica. Abajo, la sala era testigo de lo que nunca le había tocado vivir. Las parteras, en medio de la vorágine, buscaban refugio en la memoria para comprobar si lo que estaban presenciando tenía algún punto de contacto con la teoría bíblica que tuvieron que consumir antes de ser acreedoras del diploma oficial. El silencio en la mente retumbaba como la pisada de un elefante feroz. Las respuestas, a esa altura, brillaban con la misma intensidad que la luz de un reloj sin pila. La criatura salió peluda, con barba y con un bulto prominente. Ya caminaba. Pidió una afeitadora para reducir el volumen del vello facial y emprendió el camino. Se calzó el traje, prendió un cigarrillo, agarró el maletín, salió caminando por la puerta, saludó a los que esperaban afuera, matizó con un lacónico “está todo en orden” y se subió al primer taxi que pasó por la calle de la entrada principal de la clínica. ¿El destino? Cualquier avenida que suba como una escalera infinita, hacia donde no llegan ni los cohetes de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio (NASA).

El presente de Quilmes superó la edad del pavo en el vientre y la niñez se quedó en el cordón umbilical. Los soldaditos de plástico y la Play Station se trasladaron a un terreno formal, con saco y corbata, con corridas y con interminables rutinas de oficina. El proceso de maduración, que muchas veces genera trastornos por doquier, fue sólo un simple acontecimiento transicional. Marcó una mudanza rápida entre dos etapas antagónicas de la vida. Y la sensibilidad del ojo humano es capaz de percibir semejante laurel. El viaje a Santa Fe significó mucho más que el punto que engrosó la cuenta numérica. El Cervecero partió de Buenos Aires con una situación sentimental dulce, pero que en definitiva llevaba el freno de mano puesto: el bolso de regreso volvió repleto de confirmaciones; y con el anillo de compromiso brotando a flor de piel. Y ese anillo de compromiso, si bien adquiere un sentido figurativo, engloba cuestiones que conforman la fisonomía de un equipo que continúa levantando vuelo.

El compromiso es recíproco. Todos están involucrados y cuando las fuerzas se unen siempre hay más posibilidades de que el barco llegue a buen puerto. El partido con Unión cobra relevancia porque se jugó gran parte del cotejo con un hombre menos, con todo lo que eso implica dentro del fútbol moderno, donde se apuesta más a la supervivencia física que a los recursos técnicos de los jugadores. Quilmes se plantó con una adultez propia de los equipos importantes, que saben interpretar las acciones de juego más allá del clima exterior, de las presiones. Hoy el Cervecero dejó atrás el respirador artificial que le pusieron tras los empellones de Belgrano, Boca Unidos y Atlético Rafaela, y el sueño se sustenta alrededor de un cuerpo tangible, que puede inhalar una bocanada de aire por sus propios medios. El trabajo sucio, el que conlleva dificultades severas, está hecho; ahora el objetivo es mantener la nave por la misma línea recta, sin desviar el trayecto, porque tampoco hay que olvidar que aguardan siete finales antes de la finalización del certamen. No quedan dudas con respecto a que Quilmes puede ser campeón. El primer gran indicio es que la realidad expone una estructura integral extremadamente sólida, que puede tropezar pero nunca besar la lona para que el árbitro cante el nocaut. Cuando los argumentos futbolísticos no se hallan, hay un condimento inherente al corazón que Quilmes tiene en su alma, por eso es el puntero del campeonato. Y si bien jugar al fútbol es esencial, también la balanza mide el carácter y el temperamento. El Cervecero tiene más en el haber que en el debe: el balance da positivo.

Cuando Quilmes, por la fecha 22, visitó a Aldosivi, Jorge Ghiso se inclinó por un 4-4-1-1 que generó estupor en los hinchas. El resultado fue satisfactorio y el dispositivo se repitió en cada partido de visitante que disputó el equipo. Vitrola fue ganando un respeto extra a raíz de las decisiones acertadas que fue tomando con el correr de los encuentros. A tal punto que ahora nadie se animaría a poner en tela de juico a Ghiso si es que vuelve a alinear al Cervecero con un solo delantero. Con la expulsión de Sergio Meza Sánchez, el entrenador se vio entre la espada y la pared, entre la gloria o Devoto. Sabía que los cambios que podía introducir iban a inclinar la cancha para un lado o para el otro. Sin el Checho era el partido que él tenía que entrar a jugar. Así, de repente, sin entrada en calor, con el filo del reloj y la impaciencia de hasta el más paciente. Pero Ghiso, con espalda ancha, volvió a dar en la tecla, aunque si Unión hubiera marcado un gol la historia hubiese sido distinta. Decidió cuidar el cero en el arco y resignó a todos los hombres de punta. Arriesgó y se llevó el premio grande. Los ingresos equilibraron la desventaja numérica y el Tatengue se ahogó en un vaso de agua. El empate terminó siendo justo, y un negocio interesante para Quilmes, que se aseguró la cima al menos por una jornada más.

Los simpatizantes del Decano pueden dormir tranquilos. A Sergio Rodríguez no hace falta practicarle un ADN: es uruguayo de pura cepa, sus características lo confirman. Tampoco es necesario pedirle el Documento Nacional de Identidad. Dirán que es rustico, pero su efectividad está fuera de discusión. La dupla que forma con Walter Ribonetto, otro de interesante factura en el Estadio 15 de Abril, es de alto voltaje. Por su parte, Pablo Garnier colaboró con su despliegue habitual y volvió a depositar en la utilería una camiseta chorreada de transpiración. La ecuación es sencilla: cuando el nivel colectivo funciona bien, las individualidades se potencian.

La actualidad deportiva de Quilmes goza de buena salud. La resolución dependerá de lo que ocurra puertas adentro, todo está supeditado a lo que el Cervecero pueda hilvanar. Quedan siete finales. Fue el punto que permitió pisar las 56 unidades; pero también fue un punto de inflexión dentro de la campaña.

(foto www.radiofmq.com)

Salchicha

Sería bueno que las personas que puedan colaboren con ensalada de frutas, latas de durazno, de tomate, botellas de agua mineral, galletitas, dulces de vainilla, entre otras cosas, para hacerle llegar a Salchicha, que está pasando un momento delicado de salud. El miércoles, en el ingreso al Estadio Centenario, habrá gente recolectando lo que los hinchas vayan acercando.

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