Ni trescientas dosis de Rohypnol podrán combatir este fenómeno. Los sentidos se agudizan en las noches de desvelo y un reloj de arena indica cómo sube la bilirrubina. Una inyección de insulina también quedará en offside cuando el azúcar en sangre tire el paso hacia adelante. Pedirán cajones de pastillas para no soñar, aunque la maniobra morirá en el intento. A medida que aumente la adrenalina se irá ingresando en las entrañas de un círculo vicioso del que sólo se saldrá por una puerta: la principal, la del ascenso. Brillarán los ojos húmedos en el medio de la oscuridad. Será el instinto el que guie el rumbo cuando el déficit de argumentos futbolísticos inunde la escena. Se esbozará una sonrisa ancha como la Avenida 9 de Julio, y por la nariz, a través de una inhalación interminable, ingresará cafeína en estado puro. El organismo querrá seguir drogándose con triunfos que escondan los miedos pero que, a su vez, destraben las dictaduras internas, aquellas que por momentos hacen pensar que el nocaut, sin cuenta de protección, se firmará por decreto con un membrete auspiciado por el mismo estigma que acecha cuando la tabla de posiciones canta el “quiero vale cuatro”. Ninguna receta médica saciará la sed. Cuando un plantel se inmuniza, todo el cóctel se pone al servicio de la camiseta. Ahí es donde la partera se calza el uniforme y saca de la galera un equipo que sólo piensa en salir campeón.
Quilmes no es el alumno que tiene diez de promedio, pero sí representa una porción importante de sacrificio, personalidad y responsabilidad. Despacio, con calma, incluso rompe estadísticas. Por ejemplo, desde que Jorge Ghiso se hizo cargo de la dirección técnica, el Decano nunca había podido dar vuelta un resultado: ante Defensa y Justicia cortó por lo sano, entregó el corazón en parte de pago y se llevó tres puntos después de haber arrancado en desventaja. Quizá fue un flashback de la época de José María Bianco, cuando dos remontadas heroicas (Unión y San Martín de Tucumán) marcaron el ego del equipo con un resaltador verde. ¿Por qué el Cervecero no es el alumno ideal? El refugio numérico podría simplificar la explicación. En la segunda rueda, la mayor cantidad de goles que le sacó de ventaja a un rival fue de apenas dos: frente a Deportivo Merlo y al descendido Sportivo Italiano, a los que le ganó 2 a 0. Luego se impuso por la mínima diferencia en seis cotejos. De todas formas, no hay que quitarle méritos a un conjunto que suele hacer bien los deberes, que aplica inteligencia para estudiar el libreto y que, además, supera la exigencia básica cuando enfrenta un examen final.
La mano del entrenador se nota. Este Quilmes no es dueño de un fútbol extravagante, de hecho no es ni más ni menos que los demás adversarios de la divisional. No obstante, el Cervecero es puntero porque la convivencia entre el cuerpo técnico que encabeza Ghiso y los futbolistas se cubre bajo un mensaje nítido. La voz limpia de Vitrola hace ruido en el vestuario y los jugadores se adoctrinan en lo que el orientador pretende transmitir. Palabra clave: convencimiento. La lucidez conceptual no se pierde en una charla técnica, sino que se atrinchera a las raíces del césped y los hinchas se agarran de esa premisa para trasladar la ilusión a un estado de obesidad absoluta. No hay grandes interferencias, por eso la adaptación a un esquema poco ortodoxo (4-4-1-1) no se convirtió en un trauma; ni tampoco se alteró el nivel general cuando se implementaron otros dibujos tácticos. En definitiva el fútbol es obra y arte de lo que los intérpretes resuelven con la pelota en los pies, más allá de los dispositivos y de los delanteros que haya en cancha. Se generó una retroalimentación positiva, aun con Ghiso sabiendo que quedan muchas cosas por mejorar, sobre todo en cuanto al volumen de juego.
Poco importa si Defensa y Justicia es clásico. En ningún libro de fútbol figura una definición precisa que señale cómo se mide si un oponente es clásico o si es “uno más”. Lo cierto es que todos los cotejos son importantes, a pesar de los rótulos folclóricos. En Florencio Varela se toma como el choque del año; en Quilmes se ningunea al Halcón pero, por otro lado, se vive un clima distinto con relación a otros partidos. Los dirigentes bajan los precios de las entradas y habilitan todo el estadio, mientras que algunos simpatizantes esperan a los jugadores visitantes en la calle interna del Estadio Centenario para ofrendarles una atmósfera repleta de hostilidades. No existen grandes certezas con respecto a la trascendencia “tribuneril” actual, aunque la historia de ambos clubes se escriba en polos diametralmente opuestos.
Defensa y Justicia apabulló a Quilmes de entrada y con el 1 a 0 le hizo precio. La ingenua expulsión de Juan Martín enterró las aspiraciones del elenco de Carlos Ramacciotti y revivió a un Cervecero que estaba al borde del abismo. Tras un primer tiempo tirado a la basura, el dueño de casa pisó fuerte en el epílogo y se llevó puesto al Halcón, que quedó preso de la misma indeterminación global que lo llevó a reposar en la zona de promoción.
Ghiso leyó bien el trámite del partido y golpeó con los tres cambios que introdujo, aunque en el momento parecían una bombita de agua para apagar un incendio forestal. Enarbolando la bandera de la paciencia, y sin modificar el 4-3-1-2 inicial, apostó por Emmanuel Martínez, quien formó una enorme sociedad con Pablo Garnier por el sector derecho, Diego Cardozo y Mauricio Carrasco, que recibió del ex volante de Instituto y anotó el gol de la victoria. Cada uno aportó su granito de arena y la movida resultó satisfactoria. Si bien los jugadores tienen la última palabra, a veces los entrenadores pueden inclinar la cancha. ¿Para algo están los suplentes, no?
Quedan ocho finales. Quilmes se afirma fecha tras fecha y las perspectivas de cara al futuro empiezan a ordenarse. El trayecto es largo y nunca hay que subestimar al destino. Continuar por la misma línea de trabajo será vital para las aspiraciones de un plantel, de miles de hinchas y de toda una ciudad que sueña con volver…