La bomba Little Boy que destruyó Hiroshima fue la misma que detonó en el corazón del Estadio Centenario. El cielo radiante y despejado quedó a la deriva, sin rumbo, tapado por nubes oscuras. La realidad desnudó algo más que la desintegración de los cimientos de una estructura que venía tambaleando. Sí, algo se rompió. Y cuando los vidrios estallan, las astillas atacan por todos los frentes. Se multiplican, incomodan y hieren porque traspasan los límites de la piel. Hoy Quilmes se prende fuego y pareciera que ningún bombero es capaz de mitigar el grosor de las llamas. El Cervecero se chocó de frente contra su propia realidad. ¿Qué indica la realidad? Que Quilmes es un equipo que viene en franco retroceso, con futbolistas que no alcanzan la línea media establecida y con un entrenador que, a partir de la rebeldía silenciosa de algunos jugadores, perdió las riendas del vestuario. Jorge Ghiso, si el contexto fuera otro, ya hubiera dejado de ser el director técnico del club. Pero quedan sólo dos fechas, no se puede cambiar la cabeza del grupo por más que el máximo referente esté decapitado. Ahora hay que llegar a cumplir el objetivo; el enorme problema es dilucidar cómo va a hacer Quilmes para enderezar el rumbo después de cinco cotejos paupérrimos. Habrá que trasladar el contenido abstracto hacia el rincón de lo tangible.
Quilmes se posa frente al espejo y tararea una famosa canción de Divididos. “Qué ves cuando me ves”, ésa es la cuestión. Realizar un análisis introspectivo sería el primer paso antes de pisar la cancha de Platense. El Cervecero aún depende de sí mismo y la ventaja numérica que lo respalda debería imponerse sobre las diferencias internas, que existen tanto en el fútbol como en cualquier ámbito de trabajo. La ilusión del ascenso todavía no quedó sepultada. Después del 15 de mayo, si queda tiempo, los protagonistas podrán abrir un espacio para limar asperezas. Ahora el nombre de la institución está por encima de los nombres propios y de la relación (desgastada) entre los jugadores y el cuerpo técnico que encabeza Ghiso. El gol de Lucas Nanía fue una señal de alerta, un llamado de atención. Cuando las cosas se hacen mal, la derrota espera a la vuelta de la esquina con la mesa servida, la comida en el plato y los colmillos sedientos. Quilmes, inconscientemente, claro, hizo todo para que Ferro, un elenco limitado, le arrebatara tres puntos que cotizaban alto. Otro paso en falso. Otra actuación que lastimó la autoestima de los hinchas.
José María Bianco se vistió de villano. Sí, el Chaucha, a quien echaron por no haber conseguido la cantidad de puntos que pretendía la dirigencia. El santafesino hizo un planteo inteligente y demostró que quiso imponerse a pesar de su pasado. Bianco, además de obrar con el profesionalismo que lo caracteriza, rescató valores humanos/futbolísticos que, en tiempos de suspicacias constantes y de interés absoluto por el dinero, besaban la tierra de algún cajón antiguo. Del resto se encargó su tropa, que doblegó a su adversario con llamativa facilidad y, así, tiró nafta cuando el Cervecero pretendía arañar la Primera División.
De la actuación de Quilmes no hay nada para sacar en limpio. “Sesenta años tomando el mismo veneno”, repetía un plateista cuando el empate aún persistía. Con la expulsión de Sergio Meza Sánchez, el hombre no pudo evitar que por sus mejillas corrieran unas cuantas lágrimas. Como consecuencia, en un acto de sensatez, abandonó el estadio antes de que Alejandro Toia bajara la persiana. No existían más opciones: era encontrar la puerta de salida o retirarse en una ambulancia. La resignación que transmitió el equipo se metió en las tribunas. No es común ver a Quilmes con un corazón tan pequeño. Entregado, insulso, alicaído, el Decano silenció el aliento de una multitud que volvió a decir presente. La dependencia de Miguel Caneo se acentúa partido tras partido y la falta de variantes es preocupante. ¿Plan alternativo? Imposible hallar vías paralelas cuando no se dan dos pases seguidos; y cuando optaron por los envíos aéreos, los ejecutantes hicieron gala de una imprecisión asombrosa.
El sábado Quilmes no juega contra Platense: Quilmes juega contra Quilmes. El rival del Cervecero está en casa. La barrera, en este momento, es su propia fisonomía, su alma y sus limitaciones. No quedan dudas: si Quilmes le gana a Quilmes volverá a la máxima categoría. Un empate entre las dicotomías internas significaría, como mínimo, disputar una Promoción, y llegar hasta ese punto representaría un golpe bajo. Los de Ghiso atraviesan la misma crisis cíclica por la que pasaron San Martín de San Juan, Instituto y Atlético Rafaela. Sin embargo, al Cervecero le duele el doble porque el bajón nació en una instancia donde no caben las vacilaciones. Quedan dos finales. El plantel tendrá que demostrar que quiere tirarse de cabeza al ascenso…