La tabla de posiciones no miente. Es cruda. Desnuda un reflejo inundado de acidez. También contempla la cara sincera de una estructura que corre riesgo de derrumbe, que se desmorona con la misma rapidez que un buitre se acomoda con el viento a favor. Quilmes está último por mérito propio, porque hizo todo lo posible para anclarse en el fondo de las colocaciones. Porque no mira el pasado, porque desperdicia el presente y porque vende en cuotas el futuro. Cuando un electricista se encarga de plantar los cimientos, el edificio se viene abajo. Tan simple como entender que las casualidades no existen…
A la cabeza marcha Hugo Tocalli, desahuciado, que mira como el barco va a chocar contra el iceberg pero no tiene fuerza para meter el volantazo salvador. Quilmes necesita un golpe de timón desde el banco de suplentes, y para eso el entrenador debe tomar decisiones sustanciales. Hasta ahora Tocalli sólo transmitió inseguridad: en los planteos, en los engranajes, en las elecciones, en el armado de las pequeñas sociedades y en los cambios. El Cervecero defiende mal, el mediocampo no brinda seguridad y la producción ofensiva es (casi) inexistente. Sin embargo, Tocalli elige el camino más fácil, que, además de no auspiciar una movida concreta, abarca el riesgo de apostar por una fórmula que en siete fechas no dio resultado. El arco reflejo del cordobés traslada el impulso nervioso con delay. Llegó la hora de ponerse los pantalones y sentenciar, una función básica que debe asumir el director técnico.
La pésima confección del plantel es otro pilar de ésta campaña oscura. Refuerzos que no refuerzan, una vieja proposición que se afianza con el tiempo. Casos paradigmáticos: Diego Torres, Miguel Caneo y Danilo Gerlo, tres reacciones instintivas de Tocalli y José Luis Meiszner, quienes sin decirlo se hicieron cargo del mal armado del plantel antes de que empiece el campeonato. Ninguno estaba en los planes iniciales, aunque fueron contratados en la semana previa al debut oficial frente a Colón para maquillar los desniveles de la larga lista de incorporaciones. Después contribuyó la apología de la escoba afilada para desarticular a los hombres que lograron el ascenso y, luego, traer reemplazos de igual o menor porte. Como consecuencia, una vez más Quilmes salió a la batalla despojado de criterio.
El Cervecero tiene una dirigencia que se maneja con la vorágine de la cancha. ¿Qué significa esto? Que impulsa la política de las mil revoluciones, del grito de gol infinito, de los pies en el techo. Pero en ese bullicio hormonal cualquier hincha sin darse cuenta puede abrazarse con el que tiene al lado y, así, terminar sin la billetera. Porque vivir en un orgasmo eterno, en términos generales (en política también, claro), favorece a quienes ostentan el poder. ¿Algún día habrá humildad para rescatar las virtudes de las instituciones que son modelo dentro del fútbol argentino?
“Cuando un club es sólido los técnicos no pasan a ser una cuestión fundamental”, dijo el presidente de Colón, Germán Lerche, tras la renuncia de Antonio Mohamed. Tocalli es una excusa, la vejez prominente de Oscar Morales es otro pequeño lunar… Quilmes necesita solidificarse como club, tener ideales, principios y una línea que marque el camino. Hoy el estado es líquido y los proyectos a mediano y largo plazo descansan en un pozo.