Nadie tiene acceso a la biblioteca de José Luis Meiszner. Sus verdades se mantienen guardadas bajo siete llaves. Sólo salen a la luz cuando los once apóstoles vestidos con la camiseta de Quilmes pisan el césped de la cancha. Los misterios que encierran los manuales del presidente son difíciles de aseverar pero fáciles de deducir. Lo cierto es que desde los renglones se desprende una cortina de polvo. Los tiempos en el fútbol cambiaron, ya no se gana con nombres propios “rutilantes”. Encontrar la receta del éxito sería atribuirle a este deporte una lógica ajena. Sin embargo, hay un inciso que expone un aditamento insoslayable: la existencia de un club no tiene sustento si no se impulsa el futuro a través de una política que ratifique el trabajo que se realiza en las divisiones inferiores.
Si el triunfo de Banfield sólo implicara una derrota deportiva, la conjunción circularía por los carriles normales. Pero el Taladro le dio a Quilmes una paliza institucional. Banfield puso blanco sobre negro, y así desvistió el triste contraste de realidades: una entidad modelo contra otra que cuenta las monedas de cinco centavos para poder pagar las cuentas del día. Mientras Banfield se cansó de exportar jugadores genuinos (Jesús Dátolo, Gabriel Paletta, Renato Civelli y Darío Cvitanich, entre otros), los manuales de Quilmes indicaron que erogar dinero en estrellas congeladas en el tiempo era el camino indicado. Los resultados integrales no dejan mentir… Aquí también se observan dos formas de conducción diametralmente opuestas. El presidente de Banfield, Carlos Portell, transita su mandato con una línea de pensamiento distinta a la de Meiszner.
Julio César Falcioni visitó el Estadio Centenario y le dio minutos a catorce profesionales: siete surgieron de la cantera de Banfield. En tanto, Leonardo Madelón también incluyó catorce futbolistas, aunque nacidos en Alsina y Lora participaron dos. La planilla es elocuente.
Más allá de la pésima campaña y de la desprolijidad en el armado del plantel, para Quilmes es bueno que Enzo Kalinski se afiance en la alineación principal. No obstante, no hay que olvidarse que el santiagueño arrancó relegado, como el resto de los hombres que protagonizaron el último ascenso que registra la historia del Cervecero. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y Kalinski, con un balde de agua fría, le mojó la oreja a quienes no confiaron en las condiciones de aquellos que supieron defender los colores de Quilmes con buenas actuaciones y no con producciones difusas. Otro asterisco: Hugo Tocalli, cuando estaban suspendidos Charles Aránguiz y Santiago Hirsig, recurrió a Kalinski porque no le quedaba otra opción. Por eso hay doble mérito en el mediocampista, que atraviesa un presente que se condice con el sacrificio que hizo para ocupar este lugar de privilegio.
De ahora en adelante sería bueno anexar a la oferta literaria un capitulo de autocritica y reflexión. Nunca viene mal.
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