De Tocalli a Madelón, un abismo

Para enfocarse en la comprensión del suceso hay que trazar una línea recta con dos cabezas claramente identificadas: Hugo Tocalli y Leonardo Madelón. En el medio del camino, un abismo coloreado con matices de distinto tono. Entre Tocalli y Madelón desfilaron la ineficacia, el acierto, las complicidades, el amor y el engaño, el día y la noche… y el sabor espantoso de la desilusión. Porque es difícil encontrar consuelo cuando se depositan valores en un alma quebrada desde la entereza espiritual.

Tocalli era la joya histórica que José Luis Meiszner, con amplio consenso en el paladar de los simpatizantes, convocó para que guiara a Quilmes en el retorno a Primera División. La contratación de un hombre arraigado a la historia íntima y gloriosa de Quilmes parecía una apuesta fiable. Sin embargo, los bombos y los platillos dejaban de sonar cuando recordaban dos faros: el cordobés había visto sólo los últimos partidos del Cervecero en la B Nacional; y, además, después de haber dirigido al Colo Colo de Chile, pretendía descansar seis meses antes de volver al ruedo. Pero la ambición teórica de Meiszner despertó a un entrenador que ya se franeleaba con las sábanas, a punto de dormir la siesta. La promesa de un equipo competitivo, plagado de refuerzos infalibles y rumbeado por el candor de la billetera, sedujo a Tocalli. “Pedí un premio por salir campeón”, aseguró el Cabezón en su presentación oficial. Y así comenzó a cavar su propia fosa…

Tocalli defraudó a los hinchas y al club. Fracasó de igual o peor manera que años atrás lo había hecho Alberto Pascutti. Con desmanejos similares, con un discurso vulgar y con un proceder lamentable. Cometió errores más atribuibles a un novato que a un hombre de mil batallas, y se superó con involuciones permanentes. El ex orientador de Vélez se quedó sin conceptos y sin herramientas para justificar el despilfarro que protagonizó con Meiszner. Olvido de los jugadores de las divisiones inferiores, incorporaciones al azar, condena a quienes llevaron a Quilmes a la máxima categoría (porque en los códigos de este club a veces es delito toparse con la gloria) y manuales incendiados por la lógica de las políticas deportivas e institucionales. Todo mal, aunque también consecuente con el pasado. No sería justo que Tocalli salga indemne si Quilmes se va al descenso.

Como no podía ser de otra manera, la realidad volvió a dictar sentencia: cuando se trabaja mal, los resultados son malos. Aquellos que construyeron el monstruo hicieron todo lo posible para auspiciar el descalabro. Si hubieran actuado seriamente, Quilmes podría haber peleado de igual a igual contra cualquiera. Tocalli se fue después de perder con Vélez y sólo dejó deudas. Deudas en el compromiso, deudas con los hinchas, deudas futbolísticas y deudas sentimentales, entre otros baches.

Quilmes, en llamas, buscaba un bombero que apagara el incendio. Y apareció Madelón, con el mismo traje que lució, por ejemplo, en Gimnasia La Plata. Fue una buena elección de los dirigentes. El santafesino le devolvió al plantel una entereza que se había derrumbado. Lejos de la prédica añosa de Tocalli, el Cervecero de Madelón demostró que con empeño se puede dar batalla. Hubo una buena lectura del director técnico, que entendió qué es lo que requería la incómoda situación por la que pasaba el equipo. Y si bien es cierto que los futbolistas son esenciales, Madelón fue uno de los grandes padres de la levantada, porque los entrenadores influyen. ¿Recetas? ¿Manuales? ¿Conjuros? No hizo falta tanto. Alcanzó con un cambio en la mentalidad y con un una voluntad pronunciada.

En Madelón reluce un atributo innegociable en la composición orgánica de un entrenador: tomar decisiones medulares en momentos y situaciones determinantes. La inclusión de Hernán Galíndez fue la jugada principal. En la catarata de ideologías están los que se animan a cambiarle el dueño a la valla y los que tienen la modificación del arquero como un tema tabú. Lo cierto es que sacar a Emanuel Tripodi era un riesgo porque el prontuario entre el comodorense y Quilmes estaba ceñido por historias memorables. No obstante, Madelón se dejó llevar por sus convicciones y acertó. Son sucesos que generan confianza en el seno del plantel. Y sin confianza no se hubiese producido un cambio drástico en el rendimiento colectivo. Después, los resultados son consecuencias de lo bueno y de lo malo.

Hoy Quilmes tiene vida porque comenzó a creer. La campaña no es para vanagloriarse, pero el cierre decoroso del año deja al Cervecero en una posición expectante. Habrá que ingresar en un terreno de consolidación. Madelón es capaz de trasladar a sus jugadores hacia el objetivo.

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