Sin fútbol no hay salvación

El entusiasmo se desvanece. Vuela. Divaga. Y en el límite del círculo vicioso se cuelga de un piolín. La verdad encerrada en un rectángulo de cal desnuda una realidad despiadada. La efervescencia que preludió al debut en el Torneo Clausura tropezó con los escombros de una pared agrietada por dentro pero sensual para la óptica exterior. El reflejo de un Quilmes encandilado por el buen cierre de año no dejó ver que detrás de la lujuria había un vacío sustancial. La carencia básica del Cervecero está en el juego, más allá de la figura combativa que intenta vender Leonardo Madelón. Las aurículas del corazón de Quilmes reciben sudestadas de transpiración, sin embargo, los ventrículos no expulsan el complemento técnico y virtuoso que necesitan para equilibrar. Por eso se produce una anomalía compleja: Quilmes ostenta actitud, pero le falta fútbol, y sin fútbol no hay salvación.

Madelón planteó el campeonato en términos de “guerra”, se sabe. Quiso dar a entender que se venía un certamen en el que cada partido iba a ser una batalla. No es un error proponerlo de ese modo, aunque podrían objetarse algunas aristas. La garra es útil para recuperar la pelota cuando la posesión es del rival. Pero si Quilmes controla el balón y no sabe administrarlo ni tampoco dispone de un futbolista dispuesto a tomar la iniciativa, el espíritu guerrero muere en un gesto de mérito inconcluso. El Cervecero es incapaz de generar situaciones de riesgo concretas en el arco adversario. ¿Por qué? Porque el circuito de gestación luce desaceitado y no aparecen variantes cuando el dilema exige un referente. Madelón probó con Santiago Raymonda y Gustavo Varela y fracasó en el intento. Habrá que ver si Quilmes tiene armas futbolísticas para ir a la guerra. Por ahora no exhibió nada, y es preocupante.

Por otra parte, volvió a instalarse la maldita costumbre de atribuirle un valor esencial a un condimento que en el fútbol sólo acapara un pequeño porcentaje: la suerte, el escudo de los mediocres para esconder las falencias. Y aquí se desviste otro lunar que grita en el rostro de Quilmes. Si el cuerpo técnico y el plantel se convencen de que en el primer gol de Esteban Fuertes hubo mala suerte estarían incurriendo en una falacia. En realidad sería la excusa perfecta para despegarse de un denominador común que, claro, deja en evidencia al grupo: el pésimo trabajo en la elaboración de las pelotas paradas a favor. Porque la infracción que deriva en el primer tanto de la noche nace después de un tiro libre mal ejecutado por Gervasio Núñez, quien no pudo elevar el centro. Y luego, en el segundo disparo del Bichi, hay un hueco en la barrera que, sin dudas, no es producto de la mala fortuna.

El primer paso de Quilmes en el Clausura fue deficiente. Hoy al Cervecero le falta madurez e inteligencia para no cometer fallas que se pagan con derrotas. El cuadro de situación no es alentador. Quilmes pierde porque juega mal. Y juega mal porque por momentos no tiene argumentos sólidos para ganar. Madelón, un hombre experimentado, debe saber que los conflictos bélicos en el fútbol se resuelven con suela, al ras del piso y con ideas en la cabeza.

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