Ricardo Caruso Lombardi aterrizó de emergencia y no necesitó demasiado rodaje para tomarle la temperatura al Cervecero. Sólo un ingenuo podía pensar que el ex orientador de Tigre asumió en Quilmes convencido de que había material para revertir la situación. Y si en algún rincón existió una persona sesgada por el optimismo, la caída ante Huracán le truncó la esperanza. Estos jugadores no están hechos a la medida de Caruso Lombardi, y probablemente no estén hechos para calzar en el gusto de ningún entrenador. Es difícil torcer el rumbo cuando el camino está marcado a fuego. La convivencia con el fracaso y la resignación siempre se torna tediosa cuando la padece un alma noble. Y aquí la nobleza se ubica en la tribuna, el resto forma parte del trabajo pasajero de un futbolista, entrenador o dirigente.
Enfrascado en un período vergonzoso, la bienvenida a Caruso Lombardi no podía ser de otro modo: con una derrota, la quinta mancha consecutiva de un grupo salpicado por su propia vulgaridad. Quilmes tuvo la increíble capacidad de perder frente a un rival que no lo atacó en ningún momento. Los errores infantiles de Emanuel Tripodi y Sebastián Martínez, además de impericias garrafales, denotaron desconcentración, y en la lucha que protagoniza Quilmes no puede haber lugar para distracciones estrepitosas. La visita a Parque Patricios surcó el lamento por otro traspié, pero del lado positivo se rescató el orden que el flamante director técnico le dio a una estructura que se desmoronaba fechas tras fecha. Igual no alcanzó.
Los futbolistas deben prestigiar a los entrenadores, más allá de la luz propia que los entrenadores adquieren a través de la potestad de cambiar, decidir, elegir y ejecutar. Está claro que es (casi) imposible que un plantel desequilibrado y mal armado pueda respaldar a un entrenador sin conseguir el nivel mínimo requerido para disputar el campeonato de Primera División. Quilmes salió a atacar a Huracán por las bandas, hizo ancho el terreno y en los primeros minutos del partido aprovechó la proyección de Hernán Grana y la movilidad de Diego Torres. Pero si el Cervecero no tiene hombres capaces de levantar un centro, ya sea con la pelota parada o en movimiento, no hay manera de hostigar al adversario.
La situación que atraviesa Quilmes se cansó de esperar líderes, aunque las evidencias indican que no hay referentes. De la cancha se desprende una pobreza que atenta contra cualquier ilusión. El optimismo desaparece en épocas de sequía. Porque los jugadores no están a la altura de las circunstancias, porque les falta capacidad y solvencia para afrontar semejante responsabilidad. Porque los dirigentes son cientos de errores sentados en una mesa chica, prometiendo una “refundación” cuando todavía el club continúa en plena descomposición. Bienvenido a la jungla, Caruso. Acá el dolor no se toma licencia.