Ni una extensa sucesión de palabras va a servir para explicar por qué a Quilmes lo volvió a invadir el gusto amargo de la resignación. El porqué de un empate con sabor a derrota es una incógnita tan grande como la pregunta misma, como el vacío existencial de un alma a la deriva. Sin embargo, se puede desandar un camino que desemboque en el punto que justifique la enemistad entre el equipo y el triunfo. En Sarandí, el elenco que dirige Ricardo Caruso Lombardi libró una lucha que por momentos logró dominar, aunque finalmente terminó preso por no tener argumentos que lo aparenten con la victoria. El Tano llegó y dignificó la tarea de un plantel que se arrastraba por la cancha, pero la falta de jerarquía futbolística y de solvencia colectiva le jugó en contra. Quilmes hizo méritos para ganar el partido pero también hizo méritos para que se lo empaten. Y el entrenador, desde su lugar, propició la igualdad de Arsenal a través de una lectura equivocada de las acciones del cotejo después del gol de Pablo Vázquez.
El debut auspicioso de Vázquez, la ventaja gracias a la pulcra definición del flamante refuerzo y el buen rendimiento que exhibió el Cervecero en el primer tiempo presagiaban un final feliz. No obstante, como la abstinencia a veces es incontrolable, el ciclo de Quilmes tenía que volver a incurrir en errores repetidos hasta el hartazgo. ¿Quilmes fue superior a Arsenal en el balance? Sí. ¿Sirve de consuelo? No. Porque después de un acto inicial interesante, en el complemento no hubo viveza para resistir ante un rival que mostró poco. Caruso Lombardi acertó en el planteo inicial y con el 4-4-1-1, pero dentro de la planificación se olvidó de anotar la única virtud del conjunto de Gustavo Alfaro: la ejecución de las pelotas paradas y los envíos frontales. Así Quilmes recibió los baldazos de Lisandro López y Luciano Leguizamón… Otro acto de generosidad excesiva.
Caruso Lombardi armó mal el banco de suplentes y patinó en los cambios. Quilmes se replegó más de la cuenta y eligió el peor modo de defensa: sin la pelota y cerca de la valla de Emanuel Tripodi. La protección desmedida fue contraproducente, de hecho la posesión del balón hubiese sido la herramienta indicada para sostener la diferencia.
El futuro de este plantel es una quimera. El merecimiento es abstracto. Y el triunfo es tangible pero a la vez inaccesible para un Quilmes manco. Quizás alguna reacción permita aunque sea sustraer un gramo del escaso optimismo que queda. De todas maneras, la permanencia, en términos reales, sigue pendiendo de un hilo. Si el descenso es inevitable, por lo menos que sea lo más decente posible.