El triunfo que Quilmes consiguió ante Vélez en el Estadio José Amalfitani quedará en la memoria por haber sido una noche épica en la que el fútbol volvió a demostrar que el peón puede comerse al rey. El mismo rey que una rueda atrás había puesto de rodillas a Hugo Tocalli, quien agobiado por las adversidades decidió renunciar a su cargo. El mismo rey que derrumbó el “Quilmes de Primera para siempre” y que obligó a José Luis Meiszner a explicar lo inexplicable en la calle interna del Centenario. En su discurso banal, el presidente licenciado, además, se jactó de “haber hecho lo que dicen los manuales” y, así, patentó una frase que rozó la tragicomedia. El Cervecero no puede desconocer de dónde viene y qué hizo para que un partido tedioso se transformara en la escritura viva de una página dorada. Quizá sirva para dimensionar la magnitud de la conquista, pero también para afirmar que en el vientre de la cordura se parió un diablo inoportuno. Quilmes tiene la frescura de dos victorias revitalizadoras y la sombra de un fantasma.
¿Por qué el Cervecero se impuso frente al Fortín? Apariencias al margen, y más allá de la algarabía imperante, Quilmes ganó en Liniers porque cocinó la causa desde la más firme consecuencia. La decisión fulgurante es conveniente y siempre consejera cuando se persigue un objetivo inalterable: Quilmes le ganó a Vélez porque como no podía empatar ni perder entendió que ante la inutilidad de dos resultados negativos había que recurrir a la validez del halago.
De todos modos, hay formas despreciables de ganar. Ángel Cappa, evocando un concepto partidario, manifestó en una conferencia: “Ganar como sea es prescindir de la esencia del fútbol”. En esos términos, el triunfo del Decano se disfruta el doble: porque controló al mejor equipo argentino de la actualidad con herramientas genuinas; porque se esmeró en ser un justo vencedor; y porque, fundamentalmente, no ganó a cualquier precio.
¡No hay que sentir vergüenza al poner la pelota contra el piso! Las limitaciones del Cervecero son conocidas, pero las debilidades se tachan con desfachatez y rebeldía. Quilmes se animó a jugar en un territorio complejo y certificó la obtención con credenciales loables. Por su parte, Ricardo Caruso Lombardi, a través de una lectura conceptual impecable, no se equivocó cuando tuvo que interceder en las acciones del cotejo y su aporte terminó siendo fundamental y decisivo porque los intérpretes que incluyó en el complemento propiciaron el triunfo. El Tano es vivo, y llegó justo en una instancia en la que un Quilmes muerto demandaba una cuota de perspicacia.
Bienvenida una actuación con todas las luces. Bienvenido el intento de pelear de igual a igual contra cualquier rival. El fútbol es saludable, vale la pena repetir la receta que arrancó una sonrisa en el duelo con Vélez. Ahora habrá que ratificarlo.