Acecha el fantasma

Quilmes es una usina. La fuga radioactiva en la central nuclear de Fukushima, pero multiplicada por números de extensas cifras. Quilmes se incendia y todavía no llama a los bomberos. La temperatura se eleva y besa el punto más alto de ebullición. Pero además de un fuego que crece también hay cajas que contienen sorpresas explosivas. Como si los desmanejos dirigenciales y la paupérrima actualidad deportiva no alcanzaran para herir el orgullo, hay elementos que avivan la hoguera sin ningún propósito racional. Santos Giambelluca, abogado, se despachó con un pedido absurdo y ridículo: le envió una carta al presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), Julio Humberto Grondona, para exigirle “la adjudicación de los tres puntos a Quilmes” por los errores del árbitro Gabriel Favale en el partido que el Cervecero perdió ante All Boys.

Atribuirle seriedad a esta súplica en nombre de “un número grande de personas” sería quitarle responsabilidad a un equipo que en Floresta no encendió la mecha y volvió a mostrar su costado vulnerable. La presentación de Giambelluca es contradictoria tan sólo por considerar que Quilmes cayó por la ineficiencia de Favale, quien si bien cometió equivocaciones groseras no fue el que repartió las marcas en la maniobra que selló Agustín Torassa. Giambelluca, así como se esmeró en presentar lo impresentable, podría mandarle un escrito a José Luis Meiszner, el encargado de contratar jugadores incapaces, aunque la intención probablemente quedaría sepultada en el mismo rincón que el de Grondona: el cesto de basura. No obstante, está claro que el presente del Decano no es culpa del bueno de Giambelluca…

Ricardo Caruso Lombardi muchas veces torció el rumbo con cambios que los futbolistas pudieron fructificar. Pero frente al elenco de José Romero ejecutó variantes que se transformaron en errores tan graves como los de Favale. Por eso esta nueva decepción no se justifica con excusas superficiales. El resto lo hizo el cúmulo de fallas de los protagonistas, que volvieron a ridiculizar su entereza espiritual. En el gol no hubo mérito de All Boys; hubo desconcierto de Quilmes. El Decano fue una estructura frágil, que maximizó las virtudes del rival a través de ingenuidades futbolísticas y conceptuales. En definitiva, la repetición de horrores tácticos, entre otras cosas, desató la agónica pelea por mantener la categoría.

La falta de jerarquía individual, potenciada por un andar irregular de los esquemas colectivos, le pasó factura a un grupo que incorporó mucha cantidad y muy poca calidad. Los coletazos del affaire entre Meiszner y Hugo Tocalli aún resuenan en la costa quilmeña. El Cervecero se merece estar al borde del descenso: las innumerables demostraciones de mediocridad atestiguan el fracaso, más allá del desenlace final.

Además de los resultados también hay que considerar los procesos. Y en ese terreno es donde el fracaso de Quilmes está consumado. Si el Decano llegara a la reválida y lograra imponerse, igual el fracaso integral va a estar firmado. Porque los procesos y los resultados son complementarios, no paralelos. Y si Quilmes consiguiera aferrarse a la Primera División lo haría sin base, sin un trabajo sólido en divisiones inferiores y sin un sustento institucional que permita anhelar una evolución sostenida en el tiempo.

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