Los chicos crecen

El patrón de estancia miraba cómodo desde su sillón, como suelen hacer los que despuntan el vicio de un pasatiempo después de una ardua jornada de trabajo. Sus ojos miraban lo que nunca habían visto, o lo que nunca habían querido mirar. Las calles aledañas reflejaban la miseria: veredas asfixiadas por la basura, recolectores de residuos invisibles, vecinos hacinados y la postal pública de una condena social. Sus pupilas se enceguecían con la luminosidad que irradiaba su figura interior. Pero de a poco, casi sin darse cuenta, la luz íntima que lo había hecho brillar comenzaba a dilatarse. Mientras tanto, a su alrededor brotaban destellos alternativos. Sentirse opacado era la peor condena para un hombre de su talla.

Lo que sembró durante tantos años no le daba la cosecha que esperaba. La naturaleza volvía a desestructurar los esquemas de la lógica: de una plantación rimbombante y absurda creció una propuesta austera pero efectiva. Festejaba las épocas en que la lluvia no caía, por eso refunfuñó cuando el agua regó el campo. De los extensos terrenos no explorados afloraron pequeños gigantes que despojaron las mieles del microclima de la pompa de jabón de quien observaba azorado cómo pagaba la banca y él se iba con las manos vacías. Quilmes se convirtió en la tierra fértil que muchos “profetas” negaron, desconocieron y quisieron mutilar. Si los comercios descolocaron sus finanzas fue porque además de verduras surgieron talentos genuinos.

Hoy Quilmes deja el pellejo en cada pelota a través de jugadores que entienden lo que significa ponerse la camiseta del Cervecero. Claudio Corvalán, Enzo Kalinski y Francisco Cerro sacaron la cara por muchos juveniles que fueron estrujados, manoseados y desechados. Diego Torres, quien levantó el nivel y se transformó en una pieza importante, se suma a la mención, por supuesto. Los pibes edificaron el triunfo en el Nuevo Gasómetro y demostraron que no son sólo moneda de cambio. Sería injusto no resaltar la tarea de Sebastián Martínez y Martín Cauteruccio, entre otros puntos altos, pero el valor de advertir la pertenencia desde las divisiones inferiores tiene un sabor diferente.

Corvalán, Kalinski y Cerro son la evidencia: el futuro está en Alsina y Lora. Quilmes le robó la cartera a San Lorenzo en las oscuras calles de Boedo con la solvencia de un grande, con la misma autoridad que había exhibido en los halagos ante Vélez, Banfield y Racing. Las dimensiones del terreno de juego más grande de la Argentina quedaron chicas para un conjunto que desplegó la alfombra roja e hizo desfilar a cada uno de los integrantes del equipo. El Decano, por fin, representó la unión verdadera.

Los tres abanderados sabrán perdonar a los compradores compulsivos, a los que llenaron el kiosco con fatos ajenos. Víctimas del descuido, sin contrato y sin el respeto que se merecen, pero con la dignidad tatuada en la piel, como la fusión de los dos colores que circulan por sus venas. La mayor patriada será la victoria en la lucha constante por el lugar que ellos se ganaron pero que por mucho tiempo disfrutaron futbolistas que nada tenían que hacer en Quilmes.

 

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