El último romántico

Genética de potreros de Río Negro, ¿Alguien los conoce? Basta la muestra cabal de ese cuerpo que emerge hábilmente de dos piernas finas en todo sentido. La pelota, dicen, venía por el aire, nadie recuerda si el sol perturbaba la visión o si la lluvia era tal que el barro de la cancha hacía imposible el equilibrio. Esa parte de la coyuntura no importa porque la redonda durmió la siesta mansa en su diestra. Bocanada de oxigeno y un par de pasos largos con fina estampa. Alma de prestidigitador…

Quiero hacer foco en un momento, un instante de nitidez mental y arrancar algunas letras y describir el sentimiento que me genera. Son muchos y de ahí la indecisión de quien suscribe. Esa remera pegada al cuerpo, blanca, reza un “Cata te amo”, y una cara de nene contento con ese botellón de Quilmes a caballito vaya saber uno de quién. Dicen que fue un 15 de mayo de 2010, hace poco. Pienso en la habitación 301 del Hotel Plaza de Rosario, donde lo esperaban Belloso y compañía. Juro que no sé quien lo secuestró en enero de ese mismo año para que sea el 10 de Quilmes nuevamente. Muero por saberlo. Tras aquel 0-4 y 0-3 (porque hubo dos) ante Estudiantes, regresó. Elijo la cancha de Gimnasia de Jujuy (ese día la descosió), el agónico de Tucumán de volea, me quedo con lo de San Juan, voy al penal en cancha de Platense. El penal de los huevos. Hago un combo de brillo eterno en esas piernas que invitan abrir los ojos. Paradojas de este Japonés tan críptico como crack. Potrero, osadía, frialdad mental, verticalidad en el gesto, humildad, pero sobre todas las cosas, amor a una camiseta que quiero yo, vos, el diariero, el carnicero de la estación. Nunca lo imaginé en el gesto cómplice.

Trasuntaba los pasillos del Centenario casi sin saludar a los periodistas. Me acordaba de mi abuela, Matilde, que me decía que el saludo es gratis y encima quedás bien. No le interesaba esto último, si la rompía a un par de metros. Allá, en ese verde que los periodistas vemos de refilón. Asumió ese costo y a la distancia reconoció la impronta Bianchi. Período de Primera División, el pibe al que el Virrey había bancado ante un bocón de poca monta, era mi diez. El nuestro. No recuerdo las primeras ovaciones. Quizá él tampoco. Es el goleador de Quilmes en torneos cortos. Mas que cualquier oportunista de red que se les ocurra. Ay si entraba esa apilada contra el San Pablo. Gaceleanos movimientos. Juro que lo recuerdo, lo veo tomando posesión de cara al arco de la tribuna del polideportivo. Te veo, era de cuadrito si entraba. La rompió y duró poco en Quilmes. Que abandonaba la fiesta menemista para caer en default buscando una nueva etapa en la B.

El que se fue volvió y “alguien escuchó su remera”. Pelo y barba en menos de 4 meses. 20 mil kilómetros. Ya era patrón, líder, jugaba con un punta adelante o terminaba él solo como delantero. Aquel que parecía insulso, comenzó a dar muestras de una sangre que yo nunca hubiese creído. Y cuando remito a mi hijo, caigo en la dicha de tener que escuchar que se para ante un micrófono y dice “es cierto, hay que solucionar temas económicos, pero si puedo quedarme a jugar en la B, no tengo problemas”. Hijo de puta que sos, no podés decir eso, ante lo sensible que estamos por el descenso (no me hablen aún de la puta super liga). Me vas a matar de un bobazo. Es que la pertenencia no se compra con plástico. Me dan ganas de decirte, mirá, vos la rompiste, te sobran ofertas, pensalo, no sé. Hijo de puta, me armás un quilombo interno de amores.

Casi un gesto desgarbado, esas piernas se encorvan, su cuerpo parece mecer sobre el césped, el defensor no sigue la marcha en cámara lenta, la pelota desaparece de la foto por un instante cuando ese defensor en cuestión cayó en la trampa de la situación. La velocidad mental es la madre de este juego al que intentan desteñir. La otra, la que propagan en masa, la que atomiza el cerebro, genera el embrollo, el barullo. Yo quiero a los que en un gesto, relucen. Cae al piso, se recuesta en un lugar a descansar mientras en el éter siguen pasando cosas. Analiza a una velocidad distinta y cuando la platea emerge en grito, ya es tarde. Otra vez lo hizo.

Hugo Daniel Tocalli no lo quería. Nunca lo pidió. No figuró en ninguna lista. El sábado anterior a las elecciones, los días que en Quilmes se deciden cosas, la noticia estaba instalada. Su vuelta era un hecho. El equipo se había arrastrado en La Plata, en los famosos amistosos ante Estudiantes. I´m back. La remera negra hace juego con el contraste de ese estadio. El reloj se para en un segundo, como esos corazones enfervorizados. Una masa acompaña la corrida de este hábil jugador en gesto cómplice en una montaña de piel transpirada. Paradojas de este fútbol, el dorsal que enfocan las cámaras lleva la 20, poco importa, todos lo reconocen, hasta los rivales de esa noche. Lo había hecho otra vez. Había enmudecido monumentalmente a un estadio y le había salvado la cabeza a aquel que nunca lo quiso. Ese es el jugador que quiero en Quilmes, el que los dirigentes pisotean con deudas, en destrato constante. El tipo que te dice en dos líneas cortas un concepto claro y conciso “Quiero quedarme a pelear el ascenso”. Cuando el torneo de ascenso era precisamente eso, no este rivotrilizado rejunte de 16 convocados a la elite del fútbol vernáculo.

Aquellos que lo putearon (quizá algunos sigan considerando que fue en justa razón) se amigarán con el pasado y comenzarán a poner en la balanza situaciones que marcan a una persona. No al jugador. No hablo de monumentos, tribunas con su nombre, sí de respeto. Gestos a un escudo que no mamó de chico. Que lo incorporó bien grande y lo adoptó de una manera que me atrevería decir, le vi a pocos dirigentes ocasionales de la institución. Preocupados algunos, en otros menesteres.

Lo convocaron a un vestuario que sintió extraño. Después de ser el estandarte de un recuerdo imborrable para muchos. Llegó último a la cita, como quien llega para el aplauso al asador. Agarró la brasa caliente, no le quemó, se hizo dueño de una ilusión alquilada y lloró desconsolado mientras los gestos de pleitesía lo rodeaban en una coreografía inusitada para una ocasión de derrota tan marcada. La tarde se transformó en noche, no sopló el viento por un instante, quedó solo con su dolor y de fondo la copla trajo un Caneeeeeeeeee Caneeeeeeeeeeoooo…

 

A Velez 3-2

 

1-1 River, vale la pena escucharlo

 

Laba pasa derecho

 

Mix de goles

 

2 a 2 ante San Pablo

 

El penal de los huevos

 

Algunas fotos de tapa que lo ilustran a Miguel…




 

 

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