Ricardo Caruso Lombardi empezó a quitarle el manto a la estructura que se derritió en Corrientes. Lejos de los altibajos y del enojo contra el inmunizado Saúl Laverni, el Tano transformó la bronca de la presentación en la esencia pura de un equipo que ante Almirante Brown enarboló conceptos inherentes a su ideología futbolística. Quilmes logró asociar el paladar del entrenador con el mensaje implícito que baja una categoría exigente, en la que los desniveles se convierten en frustraciones. La unión de un conjunto que hizo fácil lo difícil pulverizó la acción del elenco de Blas Giunta, que frente a la determinación del Cervecero sólo pudo desfilar con la mirada anclada al suelo.
Después de un debut agrio, Quilmes estaba obligado de revertir la imagen. Más allá de la trama inobjetable del triunfo y del merecimiento a flor de piel, el secreto fue haber resuelto el compromiso con mucha altura, sin dejar dudas. Un equipo con sed de protagonismo, empujado por el peso de ser uno de los clubes más importantes de la divisional, debe superar los obstáculos “accesibles” sin habilitar interrogantes masivos. El Cervecero pasó el primer examen en el Estadio Centenario, pero aún tiene que demostrar que el traje de candidato puede abrazase a su cintura.
Fruto de su meticulosidad, Caruso Lombardi armó un equipo a su medida. Este Quilmes táctico que se vio el viernes pasado dejó una impresión agradable. Alineado de entrada con un 4-4-2, resaltó el orden de la defensa y la prolijidad de Pablo Garnier y Lucas Rimoldi, los volantes centrales, quienes fueron los sostenes de una característica fundamental: la presión sobre los canales de salidas del rival que se hizo extensiva al resto de los jugadores. En la faz ofensiva, la maniobra del gol de Claudio Corvalán reflejó la tendencia. El Mugre le ganó a José Luis García en la segunda jugada y luego salió a asfixiar al lateral derecho Iván Centurión. Martín Cauteruccio, por su parte, le cerró el campo de acción a Federico León, mientras que Pablo Vázquez anuló a Sergio Meza Sánchez.
Con un sistema compacto y con la inteligencia de los futbolistas, que se desdoblaron para rebajar al adversario, Quilmes cocinó un halago valedero. La flexibilidad de los volantes externos (Germán Mandarino y Jacobo Mansilla) y la seguridad de los zagueros centrales (Sebastián Martínez y Ariel Agüero) también aportaron a la causa. El Cervecero, además de irradiar una actitud alentadora, ostentó ideas que si se trasladan en el tiempo pueden servir para desandar el camino del retorno con una dosis de optimismo.
Con dos fechas consumadas, encasillar a Quilmes es prematuro. Hay buen material, recambio, un director técnico capaz y una ilusión inmensa. La actuación ante Almirante Brown fue un guiño. Al futuro habrá que seducirlo. En un campeonato en el que la fortaleza de la localía es una carta preciada, la victoria en casa vale doble.