Si bien no hay verdades absolutas, siempre es más fácil construir sobre triunfos. No hubo muchos casos en los que las caídas demostraron que detrás de un resultado negativo no sólo habita materia residual. El fenómeno exitista se contextualiza en la esfera de un fútbol argentino miserable. Inmerso en ese mundo de las ambigüedades, Quilmes atraviesa un proceso interesante: mientras busca fortalecer el estilo que quiere instaurar Ricardo Caruso Lombardi, las victorias son el combustible que alimenta el concepto ideológico que el entrenador desea transmitirle a los jugadores.
El Cervecero logró modificar la fórmula falsa del éxito. Del tropezón en Corrientes extrajo la enseñanza que entrega la derrota, la imposición de lo que no hay que hacer, mientras que de los dos partidos siguientes incorporó el susurro que develaba la clave para encontrar armonía en un sendero espinoso. En la lucha constante por adquirir una identidad propia y un patrón de juego definido, Quilmes está entendiendo que debe respetar su esencia. La solidez defensiva, a través de la regularidad de Sebastián Martínez y Ariel Agüero, y la consistencia de Pablo Garnier y Lucas Rimoldi en el mediocampo son puntales de un equipo que en ofensiva desequilibra y tiene recambio.
Quilmes no puede desviar el horizonte. El campeonato es largo y lo importante es incrementar la confianza a partir de rendimientos progresivos. De cara al futuro inmediato, el Cervecero puede nutrirse de un optimismo significativo. El desarrollo fructífero, traducido en el avance en la tabla de posiciones, va a llegar en la medida que Quilmes sepa que aún debe dar más, que no se conforme con lo cosechado hasta el momento. El arranque es positivo, pero hay que mejorar. Ante Independiente Rivadavia se consumó un halago inobjetable, aunque el techo todavía está lejos.
El cotejo del próximo sábado frente a River servirá como una prueba trascendental. Caruso Lombardi tiene material para constituir una estructura fuerte y desde sus decisiones partirá el sueño Cervecero. Una actuación satisfactoria podría encarrilar aún más la ilusión de Quilmes. Por lo pronto se percibe el sello del entrenador y el complemento fundamental que irradian los futbolistas, quienes manifiestan que la causa merece un compromiso semejante.
Van tres fechas. La prudencia tiene que primar. Cada partido es una historia diferente y el final de cada enfrentamiento es una incógnita. Paciencia. Pero Quilmes empieza a desabrigar condimentos elegantes y es difícil despegarse de la fantasía que rodea al Decano. El inicio es saludable.