Punto para reflexionar

En once jornadas que se consumieron del campeonato de la Primera B Nacional, Quilmes recibió el garrotazo más fuerte. El reflejo de la realidad le devolvió un empate con gusto a golpiza espiritual. El Cervecero reúne 17 puntos y es uno de los animadores del certamen, pero eso no lo exime de la pobreza que por momentos desparrama dentro de la cancha. Pobreza que no se expresó en los resultados, aunque sí en la producción táctica, estratégica, futbolística e ideológica. Ante Patronato, Quilmes perdió contra sus aspiraciones íntimas.

Su propia mediocridad lo duchó desnudo frente a la procacidad de mentes dispuestas a rebatir las falacias instaladas en el ambiente. Futbolistas profesionales no pueden jugar tan mal al fútbol; y un entrenador de renombre no puede tirar al campo una estructura con semejante imperfección. El personaje de Ricardo Caruso Lombardi saturó los límites y el equipo (el lunes pasado) fue el fulgor del trabajo cambiado por espejos de colores. Algo está tergiversado.

Es exasperante observar que un jugador domina la pelota y piensa antes en el pelotazo que en el pase seguro a un compañero. Está claro que es un síntoma negativo cuando desaparece el compromiso y florece el temor. El accionar de este Quilmes es absurdo: los marcadores centrales controlan el balón y lo revientan; los laterales suben (cuando suben), llegan al fondo y sus pretensiones mueren en centros al vació; los volantes centrales se pliegan a la desidia; el centrodelantero es el encargado de limpiar una jugada sucia en su concepción; y el otro atacante es más de lo mismo. Cualquier persona que vio tres partidos en su vida sabe que los pelotazos frontales son de los defensores. Lógica pura. ¿Caruso Lombardi y su tropa creen que el camino se halla en la búsqueda sin criterio?

¿Dónde escondieron a Lucas Rimoldi, el único hombre que pone la pelota contra el suelo? Incompresible la exclusión del cordobés, más allá de que una contractura poco creíble maquille su salida de la alineación inicial. Quilmes no pudo hilvanar ni una sola maniobra al ras del suelo porque ni siquiera intentó. ¿Por qué se renuncia a la esencia del fútbol? La respuesta no envuelve sencillez. Quizá sea la costumbre de conformarse con las migas de un pan ultra mordido. O quizás el deseo de efectivizar lo inexistente.

Por otra parte, el show que brindó Caruso Lombardi entregó postales imperdibles. Tragicómicas, ambiguas y ridículas, pero imperdibles. Un anciano, que no tenía fuerzas ni para mantenerse parado, aprovechó que el Tano vio el segundo tiempo en la platea techada (bien pegado a la baranda) y se le arrimó para susurrarle al oído, probablemente disgustado con la actuación del Cervecero. Otro socio vitalicio no aguantó y le gritó: “Quilmes es más importante que Caruso”. El entrenador, enrolado en su disfraz mediático, se dio vuelta y le respondió con un insulto. También el ex Tigre se sacó fotos y firmó autógrafos hasta segundos antes del pitazo inicial. ¿Qué necesidad tenía de meterse entre la gente para dirigir el complemento? Ninguna.

La catarata de excusas se la guardó para el final del partido. Excesiva mención al árbitro, quien no influyó en el resultado y además lo expulsó bien, y poca palabra para asumir que Quilmes había jugado muy mal. Dentro de la reflexión que debe profundizar el Cervecero, el director técnico es el principal responsable de encarar esa meditación. Basta de pretextos. La puesta en escena ante Patronato fue un llamado de atención. Caruso Lombardi tiene la obligación de mirar para adentro, donde queda muchísimo por mejorar.

Los números de Quilmes no son despreciables. Pero para adquirir la chapa de candidato que aún no ostenta va a tener que madurar. Desde lo deportivo hasta lo mental.

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