Tiene Gatorei, señorita

Para sentarse al filo de la línea de cal con una silla de plástico y disfrutar el espectáculo. Para romper la rutina y, así, inmiscuirse en la verdadera esencia del fútbol. Para el suspiro de abanicos. Para enchufar el estéreo y escuchar melodías de Beethoven mientras se suscitan las acciones del partido. Para empuñar la frapera, congelar la botella de champagne y meter un sorbo ante cada expresión artística. Para emular el ataque de lirismo de Carlos Bilardo. Para justificar el ingreso de bebidas alcohólicas al estadio y hacerse cargo de la contravención. Este Quilmes pulido, lujoso y atractivo obliga a encender habanos y a degollar copas de cristal.

Si Carl Gauss (“el príncipe de las matemáticas”) viviera, seguramente no podría interpretar la pulcritud de Quilmes para cambiar la ecuación de la lógica de las ciencias exactas. ¡16 goles a favor en cuatro partidos, sólo dos en contra, ocho cotejos sin perder y efectividad absoluta en 2012! Con el Cervecero no quedan paradigmas vigentes. Si bien los méritos del Decano son muchos, el principal es que juega a lo que quiere y cómo quiere, impone condiciones y transpira el temperamento que ostentan los grandes equipos.

Ya no hay rodeos: tras la goleada histórica frente a Independiente Rivadavia, Quilmes se colgó el cartel de candidato. No es posible disimular la contundencia de los logros cercanos. De todos modos, está claro que tampoco se puede descansar sobre los letreros luminosos, sino que hay que absorber el rótulo, asumir la responsabilidad y aceptar que el camino es muy largo. La ruta del ascenso exige demostraciones regulares, no pequeñas primaveras.

La expectativa se centra en un rendimiento colectivo e individual que traspasa la media. Jugadores en niveles altísimos, generosidad para doblegarse, un entrenador que sabe conducir y varias dosis de practicidad conforman un cóctel inflamable. Intensidad, equilibrio y consistencia. Rasgos diferenciales. El Decano no tiene todo (como ningún conjunto de la categoría), pero sí tiene mucho. Quilmes es incuestionable no porque gana; es incuestionable porque lo hace con exhibiciones futbolísticas superlativas y, además, le añade una cuota de meticulosidad para que no queden dudas que es un justo vencedor. Ver a Quilmes es un placer.

En el horizonte asoma River, un rival al que se le puede ganar si no se especula y si se ataca con inteligencia. Esperar al Millonario es atarse la soga y patear el banquito. Al margen del nuevo papelón dirigencial que se avecina, al Cervecero no le falta perspicacia y le sobran argumentos para pensar en otra jornada regada de gloria. El presente ayuda: en Quilmes se respira un aire que invita a brindar con Gatorei.

Comments are closed.