Preguntas y respuestas

Terminó el partido. Bajaron las pulsaciones. Quilmes igualó con River en el Estadio Monumental. ¿Sirve el empate? ¿Conformidad o insatisfacción? ¿Fue acertado el planteo de Ricardo Caruso Lombardi? ¿Los jugadores supieron representar la estrategia? ¿La actualidad arrolladora del Cervecero debía ser el motor para arriesgar más? ¿El equipo jugó bien? ¿River inspira excelencia como suele creer el inconsciente colectivo? Los interrogantes brotan porque no existe el análisis sin preguntas. El fútbol es tan contemplativo que nadie tiene la verdad ni la fórmula del éxito.

Para hallar respuestas es conveniente proyectar un punto de partida: ¿qué significa jugar bien? Los pragmáticos que sostienen que jugar bien implica que los futbolistas tengan un rol predeterminado y lo desarrollen correctamente en favor de la estructura colectiva van a aferrarse a la doctrina conservadora para explicar que Quilmes concretó un negocio productivo. Aquellos que piensan que jugar bien es asegurar la posesión de la pelota en “espacios reducidos” y ganar terreno en base a pequeñas y grandes sociedades vistosas admitirán a regañadientes que el Cervecero conquistó una igualdad fértil.

Visto bajo el prisma numérico, el empate sirvió porque Quilmes se mantuvo en los puestos de vanguardia. De todos modos, si se rebusca la óptica, en la tabla de posiciones retrocedió un escalón con respecto a la fecha pasada (si no se considera la diferencia de goles): único escolta de los líderes en la jornada 22, ahora quedó tercero. El premio, la Promoción, es el mismo. Lo que sí se estira es el invicto en 2012 y la marca de nueve cotejos sin perder (siete victorias y dos igualdades).

El que avisa no traiciona. Ricardo Caruso Lombardi había anunciado que iba a plantar batalla en el mediocampo. El ingreso de Germán Mandarino fue la muestra. Por eso se puede aseverar que los futbolistas de Quilmes supieron ejecutar el plan del Tano y casi no tuvieron fisuras. La teoría y la práctica coexistieron en los mandamientos del Cervecero. Peor hubiese sido volverse con la idea inconclusa. Con armas lícitas y actuando a reglamento, Quilmes acentuó la prolijidad y dejó entrever que la propuesta de River no fue tan ambiciosa como denotó Matías Almeyda.

Es cierto que Quilmes defendió más de lo que atacó, y en la frenética lucha por cuidar a Emanuel Tripodi desamparó las cualidades ofensivas de Miguel Caneo y Fernando Telechea. La posterior inclusión de Martín Cauteruccio sólo sirvió para descomprimir el asedio del Millonario en los primeros minutos del segundo tiempo. Quedará la duda eterna: ¿qué hubiera pasado si el Decano agredía con mayor consistencia? El prontuario de Quilmes cargaba una goleada histórica, pero tampoco era un atenuante cuantificador. River vive de sus individualidades, y concederle libertades a los virtuosos podría haber sido terminal. No obstante, es probable que el respeto del Decano haya sido excesivo. En el juego de ajedrez, Caruso Lombardi resignó la dama y eligió cubrir al rey con los peones, caballos, alfiles y torres.

Lo concreto es que Quilmes, sin ser menos que River, cerró el viernes con la complacencia del deber cumplido. Se vio la fisonomía de un Cervecero combativo y aguerrido, aun distante de la versión frondosa de fechas pasadas. El Decano exprimió el libreto de su entrenador y se conformó, mientras que River no pudo doblegar el fantasma que lo acecha: vencer a los competidores directos.

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