¿Tan poca anestesia alcanza para domar la sensibilidad de miles de personas? ¿Vale conformarse con el “envión anímico” que supuestamente se desprende del triunfo mentiroso ante Chacarita? ¿A qué obedece semejante descalabro existencial? Hay tres indicadores que son tan contundentes como preocupantes. Mientras Aníbal Fernández festeja la expropiación del 51 por ciento de YPF, Quilmes se cae a pedazos en todas sus esferas y el flamante presidente brilla por su ausencia. Por otro lado, Omar De Felippe, en una postura incomprensible, le “ofrenda” la victoria a los hinchas (o barrabravas, o lo que fueran) que en la semana “pidieron ganar” y no explica el entramado de la producción desastrosa que brindó su equipo. Y para cerrar el triángulo de la desolación, algunos jugadores que increíblemente esconden la cabeza cuando el momento del Cervecero precisa la madurez de los referentes.
Desde el ámbito político, afirmar que Quilmes es un club acéfalo no representa ninguna novedad. Lo fue durante el mandato (presencial o espiritual) de José Luis Meiszner y lo es bajo la gestión actual. ¿Por qué una institución centenaria tiene que cumplirle “el sueño del pibe” a Fernández? Quedó comprobado que el manejo a control remoto y a la distancia sólo conduce al fracaso. Si Fernández no tiene tiempo para el Cervecero, debería irse y dejarle su lugar a otro, a pesar de que la capacidad de quienes podrían sucederlo es diminuta. No hay capricho que valga, porque mientras los jefes se pasan la posta, Quilmes continúa a la deriva. ¿Y el Presidente a dónde está?
En lo deportivo, De Felippe celebra la “actitud del equipo”: es como que un pasajero pondere las ganas de no chocar del taxista que lo llevó a destino. Así, el entrenador desdibuja el análisis real que se impone después de una actuación opaca. Y el panorama no es peor porque la pelota pegó en el travesaño y no entró, y porque Ariel Montero omitió un manotazo de Lucas Rimoldi en el área. Al bahiense se lo nota perdido, desorientado y sin convicciones para transmitirle un mensaje nítido a los futbolistas. De Felippe es un manojo de dudas y esa inseguridad se traslada a la cancha, por más que los protagonistas quieran maquillarlo.
Lo de los jugadores es inconcebible. Pablo Garnier y Sebastián Martínez, por citar dos ejemplos resonantes, se sostienen porque De Felippe no tiene espalda para excluirlos, porque si fuera por rendimiento no podrían estar ni en el banco de suplentes. Lo mismo ocurre con Martín Cauteruccio, que se ve beneficiado por la escasez de delanteros. Es decepcionante el nivel que exhibieron en los últimos partidos. Después, claro, hay hombres sin tanto cartel que no están a la altura de las circunstancias. Los futbolistas son los grandes responsables de este trance, así como también lo fueron cuando se concretaron jornadas memorables. Una gran porción del futuro depende de ellos.
Si el Cervecero no propone un cambio drástico el ascenso no va a ser posible. Las ilusiones en Quilmes se las robaron hace mucho tiempo. En el Decano se vive la realidad. Más allá del resultado frente al Funebrero, que de alentador dejó poco, hay que sacarse la venda de los ojos para percibir que el árbol tapó el bosque. Por este camino no se puede seguir.