Quilmes perdió feo en su excursión a Córdoba y sumó un sinnúmero de preocupaciones a las que ya tenía después del empate como local ante San Martín, que no convenció a nadie. Una derrota que cala más hondo por lo que significa ratificar un bajón que por lo que realmente significa en los números. A mi entender todavía es bueno lo hecho por el equipo en lo que va del año, pero es cierto que en estos 15 días aparecieron unas cuantas preguntas que no estaban a la vista.
Lo primero que hay que entender es que esto iba a pasar. Tenía que pasar. Saliendo un poco del solipsismo en el cual todo nos pasa a nosotros, y todo nos afecta, el fútbol argentino es un microclima en el que absolutamente todos los equipos tienen ratos buenos y ratos malos, rachas positivas y negativas. Les tengo noticias: Quilmes no escapa a este axioma. Evidentemente iba a aparecer una minicrisis como esta. Esperemos que no se prolongue.
No lo digo para desdramatizar, ni mucho menos. La realidad es que contra los sanjuaninos se jugó mal y en Córdoba se jugó peor, que lo que era un equipo ofensivo y goleador ahora parece -otra vez- no saber cómo generar juego asociado (y entiéndase por eso “que alguien le pida la pelota a Elizari”), que las lesiones se presentan y lastiman. Que cuando se pierde la tranquilidad de la posesión parece no haber plan B. Y en definitiva, que todo esto conspira contra el once de memoria, que se avizoraba cerca.
Pero hay que escuchar y leer a gente que hace dos semanas hablaba de pelear el campeonato y hoy se baja del barco y se resigna. Ni una cosa ni la otra: Quilmes pudo haberle ganado a Lanús, en el partido puntual; pero difícilmente pueda pelearle el título por una simple cuestión de longitud de plantel. Y tampoco está muerto ahora. Entiendo lo que significa la lesión de Menéndez, que no obstante pasó desapercibida ante el Granate; y la de Olivera, que habrá que ver cómo se subsana. Pero no hay por qué pensar que el equipo no pueda levantarse.
Ante Belgrano se hizo todo mal: la planificación previa, la ejecución inicial, la idea para correr en desventaja. Fuimos superados. Pero hay que calmarse. ¿Acaso no se puede perder un partido después de dos meses? ¿Quiénes nos creemos? Ahora hay que ganarle al último, de local, y se acomoda todo de nuevo. No podés pensar que es imposible. El sábado hay que ganar porque la cuenta es la de siempre: si vos ganás, no tiene por qué importarte lo que hagan (ni digan) los demás.