Muchas veces en distintos ámbitos de la vida las discusiones sobre el “amor” por Quilmes fueron protagonistas de varias charlas de cafés. Hemos escuchado decir “Quilmes te amo”, “Sos el amor de mi vida”, “Por vos doy todo”, etc.
Entonces digo ¿Es posible tanto amor? Esta pregunta no tiene una respuesta lógica, quien puede contestar ¿hasta donde el sentimiento tiene una explicación?, cada uno de los hinchas que gritan en cada partido y sufren en cada jugada no encuentran una razón para poder explicar por qué uno vive cada instante como si fuera el último…
Cuando el resultado deportivo del equipo no es el esperado los hinchas buscan distintas justificaciones, por ejemplo, le echan la culpa a los jugadores, a los dirigentes, a la AFA, a los medios televisivos, al tiempo, al campo de juego, a la pelota, a la fecha, etc. estas excusas hacen que el hincha busque un explicación al sufrimiento que vive por su club, pero mas allá de esto, ¿el amor desaparece?…
Es imposible que el amor por el equipo se termine, el mejor ejemplo son todos estos años incondicionales de pasión y locura por el club. Tal vez inconscientemente los hinchas en su análisis no han visto que todas las justificaciones han pasado con los años y la pasión sigue intacta.
Quiero compartir un pequeño párrafo como ejemplo de un gran amor por Quilmes:
Todavía recuerdo en mi corazón los momentos vividos en la tribuna de la vieja cancha de Guido y Sarmiento, tantos años de ir a la tribuna local ya habían hecho historias para anécdotas. Pensé que ya era tiempo de disfrutar, de observar los partidos y guardar la voz que perdía en cada aliento que hacia en aquella tribuna de madera detrás del arco. Imaginé que podría sentarme en esos asientos de madera con apoyabrazos de hierros de la platea y vivir otra sensación diferente, tome la decisión y me anime a cambiar de lugar dentro de la cancha. Llegó el día y por primera vez ante el pedido del señor que cortaba las entradas en la puerta a la platea cuyo acceso estaba a casi mitad de cuadra sobre la calle Sarmiento, saqué orgulloso mi carnet de socio vitalicio, fueron muchos años de estar en el club y tenerlo era como un premio.
Entré por un pasillo ancho con una vista única a la boca del túnel desde donde salían los jugadores, a mi izquierda estaban los baños y el puesto de Paty con una señora de contextura grande que apilaba una hamburguesa tras la otra para el entretiempo. Elegí mi lado derecho y me enamoré de un asiento en la platea baja casi pegado al alambrado, me dije: desde acá voy a ver el partido de forma privilegiada, no va a haber ni empujones, ni gritos, ni me voy a hacer tanta malasangre, era el momento de disfrutar.
Salió Quilmes a la cancha, era hermoso verlo tan cerca mío al salir del túnel, parecía que podía tocar a los jugadores, un señor poco amable corría una cortina de plástico para que no veamos salir a los visitantes pero yo no le daba importancia ya que seguía de cerca a la blanquita por toda la cancha. Ahí pude apreciar que al juez de línea lo tenia muy cerca, casi le podía hablar al oído en cada jugada, en ese instante yo rezaba para que Quilmes patee para el arco que daba a la visitante, a la calle Solís para ser mas exacto, porque yo estaba de ese lado y quería disfrutar de ver un gol y gritarlo como nunca.
El partido empezó muy aburrido, nuestro equipo casi no pasaba el medio campo, y me ponía a pensar si así iba a ser toda mi estadía en la platea. Hasta dude si era aburrido ir ahí. En ese momento escuchaba gritos de un tipo que caminaba de un lado al otro del alambrado, gritaba a cada jugador de Quilmes, los alentaba como si fuera la final del mundo, “Dale corre un poco mas, esto es Quilmes querido”, “Pero qué cobras cuervo”, “Huevo Quilmes, vamos, vamos”. Yo miraba con asombro como ese hombre tenia ese espíritu, esa pasión, ese amor por la azul y blanca, me acerque para ver quien era y lo reconocí enseguida, era el “Loco” William, un tipo canoso bajito, enérgico, enfermo por Quilmes. Éramos amigos del club, de los quinchos que estaban debajo de la vieja tribuna, un lugar donde se hacían miles de cenas entre amigos-socios.
Le pregunte, “¿Que haces loco? Te va agarrar un infarto, deja de gritar sino pasamos ni la mitad de la cancha. Me miro y me dijo “Quien me quita la ilusión de verlo a Quilmes ganar”, “Esto es amor de verdad, mi sangre es azul y blanca, y mi vida está acá” yo me sorprendí por la devoción con la cual hablaba conmigo, por sus ojos llorosos al nombrar a Quilmes y los recuerdos de cada instante vivido con el club. El “Loco” dejó varios años de su vida para ver al club grande, dedico su vida a ayudar al club en sus proyectos, era un hincha apasionado por Quilmes. Desde ese día perdí la voz en cada partido, grite, putee, festeje y lloré en esa platea, ahí aprendí que el sentimiento no tiene cura ni lugar, que no se acabaría por mas que pasen los años y la vida.
Palabras de mi viejo en una charla que tuvimos juntos camino a casa después de un partido de Quilmes.
No hay límite para un amor, no hay condiciones, se siente, se festeja y se sufre. No hay día en que uno no piense en todo lo que esta viviendo, si vale la pena el esfuerzo que uno hace por el club ya que los resultados no están a la vista como uno lo sueña, pero en el fondo ¿dejamos de sentir? Jamás, este amor no tiene cura.
Para llegar a una conclusión, decimos que podemos darle una respuesta a la pregunta inicial de esta historia ¿Es posible tanto amor? Sí señores, el amor existe por Quilmes y lo tenemos cada uno de nosotros, y el que duda que pregunte quienes eran esos personajes como el “Gordo” Argarañaz o el “Loco William” entre muchísimos otros .
Raúl Firpo