Un gol es lo más lindo que le puede pasar a un jugador de fútbol. “El gol es el orgasmo del fútbol”, dijo el gran Eduardo Galeano. El gol es la máxima expresión de este deporte. El gol, siempre que se marque en el arco rival, se grita y se disfruta en la misma proporción. Pero se convierte en alegría ajena cuando un defensor la mete en su propia valla. Cualquiera de nosotros alguna vez soñó con señalar un gol a estadio repleto y que la gente, enardecida, coree nuestro apellido. A pesar de todo el clima festivo, un gol te puede meter de cabeza en la hoguera. Te condena. Hace que en una milésima de segundo pases del amor al odio, del cielo al infierno, de servir a ser un inútil. Un gol inclina el resultado, es determinante, y con la marea se lleva la idea por la cual luchaste durante un largo rato. Muchas veces el gol es mentiroso.
José María Bianco, sin merecerlo, carga con el traje de Satanás y sobre sus espaldas va la parca. Los cuchillos apuntan a su yugular, las balas sólo orientan hacia la sien y los dardos buscan sólo el corazón. El tanto de Matías Gigli tiró por la borda 66 minutos en los cuales Quilmes había controlado las acciones sin sufrir grandes sofocones en la portería custodiada por Emanuel Tripodi. A pesar de eso, queda la sensación de que el Cervecero perdió ante un equipito que no genera ilusiones ni entre su propia parcialidad y que, además, es dirigido por un entrenador que no sale del rebaño. El invicto se esfumó en la excursión a Rafaela y el ex golero de la Comisión de Actividades Infantiles dejó la meta virgen en la diestra de un delantero del montón. Igual, el material de análisis es mayúsculo.
Dentro de la cabeza de Bianco, más allá del resultado, hay un esquema que es infranqueable, que nada tiene que ver con el 4-4-2, el 3-4-1-2 o el 3-1-4-2: sumar en todas las canchas; de a tres o de a uno, pero sumar. No se encarga de disimular su premisa y, a la hora de plantar las fichas en la cancha, obra en consecuencia. Es consecuente con la línea que le baja a los futbolistas y la corriente bianquista, la que él mismo instauró, es respetada a rajatabla. Y está bien que así sea, porque la seriedad de su trabajo va de la mano con la coherencia pensamiento/acción.
La estrategia para visitar a Atlético siempre estuvo clara en la mente del DT. En un escenario de ridículas dimensiones (en el cual el QAC jamás pudo vencer), al mejor estilo arquitecto, el Chaucha buscó levantar un muro en la mitad del campo para matar o morir en el choque y la fricción de los volantes. Para ir a la batalla eligió a Marcelo Guzmán, Sergio Meza Sánchez y Enzo Kalinski (falso enganche). A la causa, como tractorcitos por los costados, se sumaron Martín Seri, de lo mejor en el primer tiempo, y Claudio Corvalán. La proyección que imaginó Bianco no resultó alejada de la realidad, pero nadie contó con la astucia de quien quiso tirar un centro y terminó clavándola en el segundo palo. ¿Eso implica que el director técnico de Quilmes se haya equivocado al idear el itinerario? De ninguna forma.
“Tenemos que partir el partido en la mitad de la cancha para poder defender, pero también atacar”, explicó Bianco el viernes. Finalmente, la proposición se llevó a cabo a medias, con desequilibrio.
La contienda central que priorizó el DT en gran parte de los primeros 66 minutos, favoreció al Cervecero. En ese aspecto acertó. Hubo buena contención y en ofensiva Rafaela redondeó una pobre tarea. El QAC neutralizó los nulos recursos del anfitrión y, con muy poco, superó la propuesta de Carlos Trullet. Sin embargo, Bianco no perdió el cotejo pero respetó sobremanera a un contrincante vulgar y especuló con un empate que, ahora con un viaje de cero puntos, obliga, exige y presiona a bajar al líder del certamen. Son riesgos que elige tomar, consciente de que cuidar la quintita es un arma de doble filo.
El ex entrenador de Tiro Federal sacó a Miguel López aun sabiendo que al equipo le iba a faltar conexión de tres cuartos en adelante. Confió en la capacidad goleadora de Facundo Sava, en los desbordes (que no llegaron) de Mauricio Carrasco y en los aportes laterales. Se equivocó: el Colorado, tirado atrás y bajando bochazos de espaldas al arco, jugó un buen encuentro y merodeó el grito, pero sale del área, su hábitat natural, y pierde referencia; el neuquino repitió una tibia actuación (se sostiene por los goles a Aldosivi, nada más); y la ayuda por afuera la brindó Seri en algunos pasajes del acto inicial. Bianco presentó lucha en la zona media, gastó todas las energías en ése sector y pecó al desproteger los metros decisivos. A su vez, el discurso de ser ofensivo expuesto en la previa quedó en el intento. No obstante, el menú de Quilmes incluyó situaciones de peligro, incluso mayores a las que dispuso el rival.
Por otra parte, en la vereda de enfrente, surgió la figura de Sergio Marclay. El Pájaro, que salió desde el banco de suplentes, le sacó el jugo a los 26 minutos que disputó y demostró que su final de temporada pasada no fue casualidad. Preso de la inexplicable determinación dirigencial, el atacante dejó en claro que futbolísticamente está bien. Su exclusión fue por cuestiones personales.
Dirán que falta mucho y que recién van cinco jornadas, pero perder el tren puede ocasionar complicaciones. La caída está lejos de condenar a Bianco, aunque la próxima deberá planificar, como indicó sin trasladar al juego, una buena defensa en compañía de solidez ofensiva. Quilmes fue una estructura defendiendo y otro muy distinta a la hora de lastimar. Hay que conseguir la tan costosa regularidad.
Ahora es importante ganarle a San Martín de San Juan para volver a subir la rampa. Urgente.