Quilmes se sube a un crucero y a los tres cuartos de hora vuelve a pisar tierra firme. Deja abierta la llave de gas y al rato retorna para apagar el incendio. Necesita la mano en el lugar indebido para mostrar credenciales. Viaja en triciclo pero, al ver que llega tarde a la cita, se toma el subte. Corre al ladrón en bata y en pantuflas. Por momentos, queda preso de una situación que genera en su propio lecho. Entra a un auto, se ata de pies y manos, se arroja al descampado y pide (y paga) el rescate. La postal es tan inentendible como peligrosa. Se embala tanto que se manda en contramano. Trasgrede las leyes y pone a prueba corazones que se divorcian de la amargura para pasar, en segundos, a sentir el sabor dulce del triunfo. Se pone a charlar con Satanás, bebe licor del bueno, disputa una partida de póker entre humo pesado, se da media vuelta y, sin escalas, se funde en un abrazo con Dios. El Cervecero desviste unos pocos peligros sensatos y los deja totalmente al desnudo con un golpe de suerte, aunque los altos sólidos, bólidos, puedan, en una de esas, techar el factor fortuna. Pone en el estéreo la pasividad de un bolero y salta directo al heavy metal de Ricardo Iorio, a pesar de que un Chalchalero no es compatible con un Rolling Stones. Ningún especialista podría explicar tanta bipolaridad dentro de un cuerpo. ¿Qué más por este amor?
Es raro analizar sobre “supuestos”. Nadie sabe por qué Quilmes regala los primeros tiempos con tanta soltura, ni José María Bianco, cuando coteja y repasa los vericuetos con su almohada, debe encontrar los justificativos. Asombra ver las dos caras de la moneda marcadas con tanta claridad. Además de la entrega, hay que rescatar la honestidad brutal. El Cervecero no gasta energías en esconder: los errores y las virtudes, ya sean individuales o colectivas, están a la vista de todos los espectadores. Sin embargo, no es fácil en el fútbol borrar con la mano lo que se escribió con el codo, y aquí los acontecimientos demuestran que la fortaleza mental del equipo termina quebrando la resistencia del rival. Jugar bien no significa solamente tirar caños, tacos, paredes y hacer goles de buena factura televisiva, sino también abarca, en el más amplio sentido, la inteligencia y la sabiduría para cambiar a tiempo la historia.
Está claro que Bianco no planifica los partidos para que se de lo que se termina dando. A saber: el Chaucha es un conocedor de la categoría, bien, nadie duda de eso, pero sería ridículo creer que los renglones de su biblia futbolística le dicen “entregá el primer tiempo y matá en el segundo”. Se presenta así, y en definitiva el desarrollo se escribe al ritmo de la lapicera de un Quilmes que a la larga logra imponer el vértigo al compás de su ritmo, del swing que desea. Habrá que buscar los porqués, pero es digno y riesgoso a la vez. Uno se pregunta cuántas veces va a volver a ocurrir una situación semejante a la de Unión y San Martín de Tucumán, por eso, hay que hacer valer la experiencia para no lamentar ataques cardíacos. De todas formas, alguno dirá que Dora, desde algún lugar, cobró parte de la deuda y, por fin, está tirando la soga para Vicente López y Esquiú…
¿Quilmes tiene buen material? Sin dudas. Francisco Cerro, de a poco, va volviendo a situarse en el pedestal, en el sitio de conductor, porque a falta de un enganche nato, nadie mejor que el santiagueño para conducir los hilos de la marioneta. Además, con Marcelo Guzmán perdido dentro de la consideración del entrenador, Sergio Meza Sánchez se afianza en el doble volante tapón. Mauricio Carrasco (muchas veces criticado desde este lugar) redondeó una tarea brillante. Fue el delantero incisivo que todo equipo necesita, aquel coprotagonista ideal para complementar la superlativa labor del 5. Se movió como pez en el agua, y un remate suyo, al tocar el punto G de la red, se tradujo en tres unidades de enorme valor. Por otra parte, sorprendió gratamente el trabajo de Juan Manuel Herbella, quien tomó la lanza y empujó desde el fondo. El nivel global que exhibió el elenco de Bianco en la segunda mitad, tras un acto inicial dispar, fue muy bueno. No es una utopía exigir más; es posible.
Por último, la referencia será otorgada a un ítem que puede arrastrar cualquier tipo de opinión. Y el disparador es, como para tomar una referencia, la presencia en el plantel de Facundo Sava. La contratación del Colorado despertó adeptos y “enemigos”, sobre todo porque su llegada supuso un gasto económico importante. En un deporte en el cual lo que manda (lamentablemente) es el resultado, los hinchas, incluidos los de Quilmes, se dejan llevar por el marcador que impera tras los noventa minutos de juego. Poco cotiza el quehacer del director técnico, llueven los insultos y el clima se oscurece. De un tiempo a esta parte se dio una tendencia para tener en cuenta: el cuidado de los simpatizantes por la caja registradora de la institución. Es una postura admirable, porque el club es de los socios, aunque acá la opinión de los afiliados se escuche en la misma medida que la música clásica en los vestuarios del fútbol argentino. No obstante, hay algo de “engaño” en el fondo de la cuestión. La frase “Sava vino a robar”, entre otras, sonó fuerte desde el instante en que firmó el contrato. El ex atacante de Racing resultó fundamental a la hora de modificar la trama en los dos juegos postreros en el Centenario, facturó y todos felices. ¿Alguien habló ahora de lo que cobra Sava?
En definitiva todo queda supeditado al rendimiento dentro de la cancha: si el jugador se muestra apto, nadie dice nada; si no se muestra apto, florecen las terminologías extravagantes. ¿Y cuando rinde, quién cuida los números? ¿Walter Ribonetto percibe mucho menos que Sava? Lo que ocurre es que Ribonetto, el hombre más regular de Quilmes en el campeonato, superó las expectativas del público y en ese caso queda al margen el costo de su vínculo. La mejor manera de resguardar los intereses del club es instigando el cambio desde Guido y Paz, con una visión mayor a la que otorga un asiento en la platea. En todo caso, siempre es más conveniente expresarse en las urnas. Las ofensas llegan si la pelota pega en el palo y sale, si Aldo Visconti clava un zapatazo de treinta metros, o se van si das vuelta el partido de forma épica.
Mientras tanto, José Luis Meiszner, en el rincón rojo, y Juan Carlos Garbaccio, en el rincón azul, ya se subieron al cuadrilátero y sólo esperan la orden del árbitro para comenzar a sacarse los ojos. Y después pensamos que el virus de Quilmes se llama Bianco, Sava, Antonio Piergüidi o Héctor Vidal Sosa…