Tiempo de reflexión

El sueño se levanta de la cama. Con el pelo revuelto, se cepilla los dientes, se despabila y se da cuenta que los ojos ahora pueden transmitir una mirada diferente. La retina proyecta imágenes sensibles de un pasado no muy lejano. Hacen que el día de ayer se extienda hacia el presente, aunque en el medio haya corrido mucha agua. Las utopías existen, pero son vulnerables. Ir tras ellas mantiene vivo el ser humano. Ahí es donde lo imposible le abre la puerta a lo posible, y le deja, paulatinamente, lugar para que vaya avanzando. Y a veces avanza tanto que toma el cuerpo por asalto. En ese momento, cuando el aire contenido asfixia las venas, el acto reflejo se manifiesta con un grito de gol que saca el contenido reprimido en el interior. La aurícula cardíaca recibe el fuego sagrado; y los ventrículos bombean al ritmo de un corazón que comienza a latir cada vez más fuerte. La ilusión, esa que nadie puede robar, palpita palabras mayores. El monstruo cobra vida. Y marcha con un objetivo fijo.

En el fútbol moderno se ha perdido esa necesidad imperiosa de brindarle al público un espectáculo vistoso, que en definitiva es la matriz de este deporte. Que se haya emparejado el nivel para abajo es un sacrilegio emocional que los hinchas del fútbol deberían reprobar y hostigar: el producto llega cada vez más vació, lamentablemente. El ganar a cualquier precio prevalece dentro de una selva en la que es una guerra de todos contra todos, donde se (mal) concientiza a la gente de que el que se impone siempre tiene razón y el que pierde no sirve para nada. Son de esas “verdades instaladas” que ninguna persona sería capaz de sustentar con argumentos sólidos. ¿Por qué? Porque, en este caso, los argumentos sólidos son inexistentes. Eso sí: el fútbol de hoy, con lo chato y lo mezquino como características inherentes, le da lugar a los pobres, que terminan a la misma altura de los supuestos ricos que de ricos sólo tienen colgado el cartel. ¿Qué es jugar bien? ¿Quién juega bien? ¿Hay un abismo entre Quilmes, un candidato natural, y Sportivo Italiano, al que todos le hacen de a docena? Es lo que hay, esa es la verdad, y en este contexto se dirimen los campeonatos. Muchas veces termina ganando el menos malo, el que menos arriesga, el que más especula; y eso conspira contra la esencia.

Si Juan Heredia hubiese transformado en gol la pelota que le quedó boyando en al área, la historia hubiera sufrido un cambio sustancial. A veces el destino tira guiños que hay que saber interpretar. Quilmes no es mejor ni peor equipo que ninguno de los otros 19 competidores. Lo demostró el sábado ante el elenco que dirige Julio César Toresani. En un torneo de rachas, las seguidillas de halagos son vitales para cumplir la premisa de pelear arriba. Al fútbol, aunque nunca se concretara el deceso definitivo, se lo devora el mundo de las presiones desmedidas. El aficionado se acostumbró a ver partidos cada vez peores, por eso muchas veces ni sabe qué jugadores llevan puesta la camiseta de su club. Tener dimensión del multimillonario negocio que gira alrededor de la pelota es el primer paso para entender que el mensaje que se baja (“hay que ganar como sea”, por ejemplo) contiene ambigüedades que, en gran parte, son impuras. ¿Por qué se dice que hay que ganar como sea? Porque sobre las derrotas no se manejan cifras abundantes; porque el que pierde queda automáticamente desacreditado; porque las barrabravas no pueden montar el raid violento-extorsivo si su cuadro no suma de a tres puntos. ¿Cómo se le puede exigir a un jugador que rinda al máximo de sus posibilidades si desde que empieza a rodar el balón tiene a un séquito de sabios plateístas que lo insultan y le piden que vuelva a Defensa y Justicia?

¿Por qué se le pega a Ghiso por la supuesta falta de identidad de juego de su Quilmes? Es lógico que el Quilmes de Ghiso no tenga identidad. Y probablemente, por lo menos de acá hasta la finalización del certamen, nunca el equipo adquiera un patrón definido. Si Vitrola fuese capaz de impregnar a fuego todos sus conceptos en apenas nueve fechas, hoy estaría dirigiendo al Manchester United. Que un conjunto carezca de identidad propia es, en primera instancia, culpa de los dirigentes (sean de la institución que sean), que son los primeros en cortar los contratos porque si no se les viene abajo el castillos de naipes, y, como consecuencia, el camino más fácil es probar suerte (aquí no se trata de idoneidad en la elección sino en el azar y la capacidad de adaptación de quien asume la conducción del plantel) con otro director técnico en vez de apostar por un proyecto serio y a largo plazo. Los entrenadores y los futbolistas son personas de carne y hueso, no tienen dentro del cuerpo los genes de Melchor, Gaspar y Baltasar.

Por otra parte, la figura de “dirigentes” se utiliza en el sentido más general de la palabra. Las elecciones presidenciales se acercan, la gente puede cuidarse, pero los integrantes de la oposición, además de criticar las (impresentables) propuestas oficialistas, deberían acercarle al socio ideas nuevas, diferenciarse a través de emprendimientos frescos. Rebajarse a los ataques es alimentar aún más el espeso clima institucional que, más allá del buen presente deportivo, sigue siendo igual de paupérrimo. Es preocupante que quienes gobiernan a Quilmes sólo se preocupen por fomentar su círculo íntimo, mientras que los que están en la vereda de enfrente auspicien su “campaña” con la denostación como única herramienta. Por ahora, muchas charlas para concretar alianzas y ningún concepto productivo para rescatar.

foto: www.quilmesdeportivo.com.ar

Comments are closed.