El sabor del reencuentro

Después de caminar desnudo entre los caños de la abstinencia, después de ver la baba caer sobre dientes dispuestos a pegar el zarpazo, Quilmes pudo reconstruir la historia. Los ascensores manuales, por fin, escupieron la voz de una conciencia que exigía volver a la escena principal. Más vale tarde que nunca. Se acabó el paseo en minifalda y peluca por los Bosques de Palermo; la necesidad imperiosa de buscar un árbol oscuro para esconderse de tanta vergüenza. El cuerpo se cansó de travestir la identidad. Porque la camiseta del Cervecero habla. Y sabe qué difícil es salir a flote cuando la realidad se sumerge en charcos de sangre. Quilmes sufrió y padeció la contundencia de los golpes, que se multiplicaron sin pudor. Sin embargo, logró quebrar el estigma de la B Nacional, una categoría claustrofóbica de la que fue rehén durante los últimos tres años. Y fue esclavo de la miseria porque no entendió que el verdadero sentido de pertenencia estaba un escalón más arriba. Pero un día Quilmes se despertó. Quilmes volvió a ser Quilmes gracias a los integrantes del plantel, quienes sintieron la magnitud vestir semejante casaca. Una desazón deportiva en el Decano impacta tanto como si en Argentina se viniera abajo el Congreso de la Nación con todos los disputados y los senadores encima.

Cuando cae una lágrima se nubla la vista pero se acelera el corazón. El Cervecero genera un sentimiento que no se define en ningún diccionario, por eso el dulce tiene otro sabor: la pasión cuando se explica deja de ser pasión. El ascenso se celebró en la tierra y en el cielo. Porque Joseph Thomas Stevenson no festejó subido al camión de los Bomberos Voluntarios de Quilmes, pero seguro anduvo dando la vuelta olímpica en alguna nube, con una cerveza en la mano y haciendo un trencito con Juan Ramón Santos, Miguel Ángel Benito y Ricardo Lupo, entre otros. El padre de la criatura puede respirar tranquilo. Los palos llegaron a su nido y las embestidas se tradujeron en hematomas cargados de angustia. Quilmes volvió. Sí, volvió. Desde las alturas el panorama es más claro. Después de una charla de café con Harry Houdini y con Merlín, propusieron a un tal Emanuel Tripodi, que resultó un arquero sobrenatural, como si su composición orgánica hubiera sido gestada a partir del toque de una varita mágica. Stevenson, aun sin aportes económicos que posibilitaran la contratación de estrellas, trabajó en su parcela. En conjunto con todos los santos, claro. Norberto Napolitano le puso melodía a las gambetas de Miguel Caneo; Luca Prodan acompañó con palmas cada una de las subidas de Pablo Garnier; y Bob Marley empujó a Walter Ribonetto para que se fumara en pipa a los delanteros rivales. Con la luz suprema, la historia concluyó con un Quilmes iluminado, que tocó el cielo con las manos.

José María Bianco, el responsable de la generación del grupo, también tiene un lugar en el ascenso. El Chaucha armó una estructura sólida y dejó a Quilmes en una posición expectante (a tres puntos del ascenso directo). La seriedad fue una propiedad inherente a su trabajo: el orden, la disciplina táctica, la prolijidad y el reglamento meticuloso guiaron una gestión que se cortó abruptamente. Bianco nunca cayó bien en el paladar del común de los hincha. Tampoco era del agrado de José Luis Meiszner. La ecuación, una vez consumada la derrota ante Belgrano, no podía tener otro resultado: despido repentino. No obstante, cuando visitó el Estadio Centenario con Ferro, puso a Quilmes contra las cuerdas y lo hizo besar la lona. Tan fuerte fue el empellón que hasta maduró el nocaut del entrenador que lo sucedió en el cargo. El Chaucha consolidó a Francisco Cerro, Claudio Corvalán y Enrique Narvay. Y le colocó a Jorge Ghiso los cimientos para que luego construyera el edificio.

Tras la destitución de Bianco, los dirigentes de Quilmes, con Meiszner a la cabeza, planearon una apuesta de alto riesgo. La movida, sin el final escrito, podía concluir con el éxito o también con el fracaso. Terminó saliendo bien, y es meritorio porque había más para perder que para ganar. Ghiso no defraudó. Vitrola entendió que los equipos se forman a partir de las características de los jugadores y no sobre un cartel teórico. La inteligencia para saber explotar las virtudes a veces se transforma en una herramienta indispensable. Ghiso ideó un dibujo táctico antipopular pero efectivo; así desmitificó el pensamiento de quienes consideran que acumular delanteros garantiza mayor volumen ofensivo. Y acertó en un ítem clave: elaborar el desarrollo de los cotejos a través del dominio en la zona media. Confió en Sergio Meza Sánchez, quien no venía siendo titular (con Bianco jugaban Cerro y Marcelo Guzmán), y el Checho se convirtió en una pieza fundamental dentro del andamiaje; Pablo Garnier desgastó el carril derecho; cuando Sebastián Battaglia pasó inadvertido apareció Diego Cardozo; y Caneo fue el símbolo distintivo que no tuvo Bianco dentro del plantel. Vitrola, entrenador que por su idiosincrasia se lo relaciona con la búsqueda del juego vistoso, dejó de lado los conceptos líricos para priorizar el funcionamiento integral. “Si fuese el técnico del Barcelona plantearía los partidos de otra manera”, expresó Ghiso en una conferencia de prensa. No es casualidad que Quilmes haya ganado en Mar del Plata, Jujuy, San Juan y Córdoba. A pesar de haber cometido errores en las últimas fechas, el tiempo le hizo un guiño y el hombre llegó a subsanarlos a tiempo. El ex orientador de Atlético Rafaela no va a dirigir los destinos del Cervecero en Primera, pero su llanto quedará inmortalizado aunque sea en una imagen.

Los futbolistas, actores principales, interpretaron el mensaje. Las pequeñas voluntades fabrican las grandes conquistas. Ribonetto y Facundo Sava, dos hallazgos de Meiszner, demostraron que, a pesar de la edad, aún tienen mucho para dar: dos referentes indiscutidos. Mauricio Carrasco, quien en la segunda rueda se desinfló como un globo desatado, y Ramón Lentini aportaron su cuota. ¿Y Tripodi? No caben calificativos; sólo rotularlo como “el dueño del ascenso”. Sobre el final floreció la alegría al ver productos genuinos de la cantera en el choque con Belgrano (cinco fueron titulares y uno ingresó en el complemento), en lo que fue una afirmación contundente de la realidad. De Alsina y Lora salen elementos interesantes, que deberían ser tenidos en cuenta de cara al futuro inmediato. En general todos los jugadores, más allá de altibajos lógicos, estuvieron a la altura de las circunstancias, y no sólo en lo futbolísticos, sino también en el compromiso por el objetivo grupal que se trazó cuando comenzó la temporada. Quilmes, aun sin exhibiciones lujosas, reposó en la energía que transmite la actitud y, como consecuencia, se mantuvo erecto cuando los demás buscaban pastillas.

Quilmes toma el tren y se va. Se despide de estadios de cuarto orden, de “opinólogos” de cotillón, aunque a muchos les duela. Ahora debe esforzarse para anclarse con firmeza en la máxima categoría, donde la elite lo espera con los brazos abiertos. Hay que apuntar alto. Si se trabaja con seriedad, Quilmes, en el corto plazo, puede aspirar a más. Tiene infraestructura para pensar en grande. Una premisa: no cometer los mismos errores que se cometieron en el pasado. La película llegó a su fin, el último capítulo entregó un regodeo ancho. Un apretón interminable de dos almas que se fusionan, que sienten juntas el sabor del reencuentro. La Vila es bella. Y a Quilmes le sonríe…

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