Aquel “yo me quiero quedar, tengo un capítulo más en Quilmes, estoy muy contento con lo que me tocó pasar en este año en el club”. La frase de Matías Di Gregorio fue una bocanada de aire en momentos de fútbol mercantilizado, potenciado por los laureles de un ascenso. No quedan dudas de que el Tanito podría haber peleado un mejor sueldo en cualquier equipo top de B Nacional, pero eligió antes de que Hugo Tocalli diera el sí, quedarse a pelear un lugar en el Cervecero, a sabiendas de que le sería complicado. Pero el Tano estaba lesionado, por eso se perdió el partido ante Belgrano en el Centenario. Y esa lesión le dio las fuerzas necesarias para juntarse dos semanas antes con la gente del Selectivo y entrenarse esperando a sus nuevos viejos compañeros. Y ese gesto tuvo rebote, porque llegó Tocalli y si bien lo mandó al tamiz como al resto de los ascendidos, Di Gregorio tomó parte de la enjundia de su padre para ganarse un lugar. Y ayer se le venció el contrato, pero el Tano ya había ganado la primer batalla: se ganó el lugar. Y esto no tiene que ver con aquel viejo Sub 15 cuando conoció al Cabezón en el predio de Ezeiza, esto tiene que ver con este Tanito, que padeció un problema familiar de gravedad tras el ascenso, pero que le metió unos huevos enormes. Y los gestos de amor a la camiseta, heredados de las venas paternas, trasuntan caminos felices, sabiendo que se ha ganado un lugar en el plantel, pero avisando que la pelea por la titularidad sigue dependiendo de él. Hasta convenció a su representante Hugo Issa para comprarle el pase a Independiente y destrabar su citación con el Rojo. La convicción por tener pertenencia a un club es parte de un valor que muchos jugadores han perdido, por eso se celebra la actitud de Di Gregorio de querer seguir marcando a fuego el legado paterno.