Enemigo íntimo

No hay peor enemigo que uno mismo. Seco. Contundente. Punzante. El aroma que trasmite Quilmes al desnudo, ni más ni menos. Algo se prende fuego, y ésta vez es en serio. Como ocurrió en 1929 con la crisis de Wall Street, los valores del Cervecero, después de una presentación andrajosa, quedaron tirados por el piso. El crac fue sinónimo de quiebre, porque así no se puede seguir. A Quilmes lo invade una Gran Depresión. Y acá no hay psicólogo que reflote la nave sumergida. Quilmes debe mirarse al espejo y ver qué es lo que quiere hacer: si calzarse el traje que usan los equipos sedientos de protagonismo o, de lo contrario, desfilar por la Primera División de la misma manera que reciben a los presos que ingresan al pabellón.

“Pasa por nosotros, no por el equipo que tenemos enfrente”, opinó Ariel Broggi después de la derrota con Huracán. En la afirmación del lateral izquierdo se esconde una lectura nítida de la realidad, a pesar de que las realidades sean relativas. Quilmes, hoy, es un conjunto de almas inseguras que se minimizan frente a la adversidad y se sacan la responsabilidad de encima. Pareciera que la tranquilidad no vuelve ni con diez cuadrillas del Grupo Halcón. No existe peor pecado que vivir condenado por “voluntad” propia. Cuando el rival es superior, hay que pararse y aplaudir la virtud ajena, porque la esencia del fútbol consiste en disfrutar de los que saben jugar; pero caer derrotado ante la desidia propia es una humillación que a un grupo de hombres le debería doler. Todavía hay tiempo para recapacitar.

Fracasar en el intento no es lo grave; lo grave es no intentar. Y en ésta búsqueda frenética de la identidad, Quilmes se inmola en el mensaje teórico y, como consecuencia, sólo logra estancarse en una aventura ficticia que se fomentó con más de dos decenas de refuerzos. El Cervecero por ahora no puede despegarse de la mediocridad, tampoco se esmera demasiado. Porque perder puede perder cualquiera. Ahora subirse al carro del resultadismo transportaría la cordura al borde del precipicio, sin embargo, la derrota con una filosofía definida no sería tan dolorosa, pero está claro que la que elige Quilmes es sofocante. ¿Fundamentos? Un dato elocuente: en la acción que culminó con el gol de Luciano Nieto, Huracán dio ocho pases seguidos, paseó la pelota de un lado al otro y el noveno toqueteo murió en la red de Emanuel Tripodi.

No hay excusas válidas. Decir que Quilmes es un equipo en formación es una chicana que roza el mal gusto. José Luis Meiszner y Hugo Tocalli, cuando decidieron pasar la escoba y armar un plantel nuevo, sabían los riesgos que corrían. La única forma de haber evitado lo del “equipo en formación” hubiese sido mantener la base que consiguió el ascenso, aunque de aquellos tiempos felices ya no quedan ni las migas. No existen las casualidades.

El domingo Quilmes vuelve a salir a la cancha, con la cabeza puesta en un solo vestuario, en deshojarse de su hemisferio oscuro y boicoteador. Después de los cascotazos de Tigre y Huracán, el Cervecero necesita resurgir. El regreso a Primera División no es sólo un gran cartel, sino también una enorme responsabilidad que hay que asumir y defender fecha tras fecha.

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