Haberse zambullido en una pileta de gases lacrimógenos hubiese sido menos doloroso que absorber el triste espectáculo deportivo que brindaron Independiente y Quilmes. No es bueno que dos equipos entren a la cancha y no piensen en el arco de enfrente, que no se les caiga una idea clara. Quizás sea una cruda radiografía de la involución del fútbol argentino, aunque ése es un debate requiere otro tipo de tratamiento. Las consecuencias del triunfalismo, del ganar a cualquier precio, se pagan con exhibiciones lamentables. La vertiente desemboca en la síntesis de un fenómeno dañino: el miedo a ganar obliga a conformarse con no perder. La igualdad en el Estadio Libertadores de América dejó escaso material para adjuntar en la cuenta del haber, sin embargo, quedó flotando una dualidad que se impone.
El vaso medio lleno indica que Quilmes, después de dos caídas consecutivas, pudo cortar la sequía y sumó al menos una unidad. El arco invicto por primera vez en el campeonato, a pesar de la anemia ofensiva de Independiente, tampoco es un dato menor. El Cervecero es el elenco que más goles recibió: nueve, y comparte el deshonor con Boca. ¿Solidez en la última línea? Es difícil contestar la pregunta cuando el rival no llevó peligro en ningún momento. El futuro será el termómetro ideal. Ah… Fabricio Fontanini pide a gritos correrse a la zaga o salir, porque de lateral da demasiadas ventajas. Claro, dentro de un proyecto que le da la espalda a las divisiones inferiores hay que improvisar con un marcador central. ¿O en Alsina y Lora no se fabrican laterales? En tanto, el vaso medio vacío, que desborda, sobre todo en el costado que involucra a Hugo Tocalli, constituye una maqueta de lo que es Quilmes en la actualidad. “Yo creo que hemos jugado como para ganar el partido”, dijo el Cabezón con el cassette a flor de piel. La declaración del cordobés hay que tomarla con pinzas e, indiscutiblemente, rebatirla. No es conveniente herir susceptibilidades, pero la opinión de Tocalli no refleja lo que propuso su equipo dentro de la cancha, y mucho menos representa los preceptos con los que viajó a Avellaneda.
Para ser ambicioso no hace falta atacar con siete atacantes, sino que se precisa una metodología que excede la disposición táctica, que va más allá de una prédica de grabador. El razonamiento no vislumbra ninguna genialidad: para abastecer a un solitario delantero se necesita que los volantes se acoplen a la estructura ofensiva en los metros finales y que los laterales, de ser posible, acompañen desde atrás. En la casa de Independiente, Juan José Morales (¡qué corazón, tucumano!) y Santiago Raymonda quedaron separados (por un abismo) del resto de sus compañeros. Lo mejor se vio cuando ingresó Miguel Caneo, quien, con virtudes y defectos, encontró en la banda derecha una zona liberada. Después Tocalli priorizó la faz defensiva. Vio el empate y se enamoro, como dos nenes en plena adolescencia. Fue flechazo a primera vista. La inclusión de Diego Torres, un papelón monumental, confirmó lo que las acciones delataban. Quilmes no apostó a ganador, especuló con el resultado y acá sí el principal responsable es Tocalli, quien fue el abanderado del conformismo.
La mesa estaba servida. Enfrente había un adversario que se caía solo, no hacía falta ni soplar para que se produjera el deceso. Pero los pulmones del Decano quedaron secos, sin una gota de voluntad para borrar a un Independiente con el alma fundida. ¿Qué generó Quilmes? Apenas dos tiritos de Raymonda. Si Tocalli habló desde la racionalidad, según sus propias palabras, dos tiritos del enganche fueron suficientes para asegurar que el Cervecero salió a ganar. ¿No será poco, Hugo?