Juan Pablo Pompei hizo sonar su silbato y la tribuna visitante del Estadio Monumental explotó. La unidad que sumó Quilmes en la tabla de posiciones se triplicó en el corazón de los hinchas. La cabeza de Miguel Caneo fue la excusa para volver a sonreír. Y como dicen que la risa es salud, no vino mal una buena dosis de energía para robustecer las defensas del organismo, que llegaban diezmadas. Por la Avenida Libertador circulaban los autos, con banderas, cánticos festivos y regocijo a flor de piel. Eufórica adicción, tan pasional como verídica, envuelta en almas que precisaban encontrar motivos en los que creer, una razón de ser, de sentir que la permanencia era posible. Con las pulsaciones en andas sólo hubo lugar para festejar, y la alegría vale. Sin embargo, con una bolsa de hielo en la cabeza el análisis cambia de frente. Fuera de la cancha no importa el qué, importa el cómo. Y ahí el Cervecero hizo agua…
La ilusión de Quilmes comió las sobras de un River generoso y dubitativo en los metros decisivos. El tiro del final fue posible porque el elenco local perdonó demasiado, porque tensionó la soga hasta que se ahorcó con su propia red. Hallar argumentos positivos en la actuación del Cervecero, aunque las neuronas se expriman, es una tarea que requiere agudeza fílmica. Porque Hugo Tocalli sobredimensiona las virtudes del rival y disminuye la capacidad inventiva de sus jugadores. Una remake de la que viene haciendo. No obstante, a pesar de la indecisión del entrenador, los futbolistas tampoco se revelan, y eso expone la falta de compromiso para agarrar la pelota y, así, intentar quebrar los esquemas (por demás cautelosos) del Cabezón. Sí, es exasperante.
Quilmes no juega mal; Quilmes no sabe a lo que juega. Si el problema pasara por el desequilibrio de una individualidad no sería tan grave: una individualidad que falla un domingo aparece siete días después y subsana la ausencia con una ráfaga demoledora. Tocalli resalta hasta el cansancio la “entrega del equipo”, pero de poner el balón contra el piso y dar cinco pases seguidos ni hablar. La audacia en cuentagotas se pasea, mientras tanto se pierde de vista que Quilmes no ganó ningún partido porque tiene serias dificultades para hilvanar una acción seria de riesgo. Porque es tibio, avaro y porque piensa más en defender a Emanuel Tripodi que en lastimar al adversario. ¿O será nula la confianza que Tocalli tiene en sus hombres ofensivos? Quizá la manera de maquillar la ineficiencia del circuito de ataque sea arremeter poco para que no se noten las grietas.
El Cervecero se llevó un premio muy grande del Monumental. ¡El primer remate el arco fue a los 48 minutos del segundo tiempo! Si el punto sirve para levantar el ánimo del plantel es positivo, aunque más allá de la perseverancia espiritual se necesitan herramientas futbolísticas para rememorar lo mejor de las tres fechas iniciales. Quilmes aún está verde, le falta madurar como estructura integral y como gran manta de pequeñas sociedades.