Llora un pueblo

Este Quilmes amorfo se hunde en un vaso de agua. Duele caer cuando el fondo aún está lejos de frenar el empujón al vacío que ofrenda la realidad. La profunda crisis deportiva es una consecuencia lógica de la involución institucional que experimenta el Cervecero. Cada vez más chico, cada vez más vulnerable, cada vez más cerca de la nada misma. Un cúmulo de desidias que sin pudor se transforman en una vergüenza considerable. Porque ver a Quilmes en este estado vegetativo es una vergüenza, porque escuchar las declaraciones de José Luis Meiszner, uno de los padres del fracaso, también es una vergüenza, y porque es una pena que en tres meses se tire a la basura todo el esfuerzo que hicieron los protagonistas para volver a Primera División. Los mismos baluartes que fueron manoseados y menospreciados por el presidente y por Hugo Tocalli, otro de los grandes responsables de la quimera. Hoy llora un pueblo. Y vomita lágrimas porque esta vergüenza no es ajena: es propia, más propia que nunca.

Habrá que aceptar que la máxima categoría no le pertenece a Quilmes, que cualquier alegría efímera se debita de la cuenta bancaria de los piadosos. Aquellos recuerdos gloriosos murieron en los últimos años de la década del setenta y en los comienzo de la del ochenta. Un club sin proyectos, desquiciado y descabezado por donde se lo mire, merece pulular por el Ascenso. Así termina la historia: de tanto jugar a la ruleta rusa un día sale la sentencia final.

Queda el consuelo de que a la larga se caen las caretas. En la revista Indios Quilmes hay dos publicidades que evidencian la arrogancia que impera en el Cervecero. “Carlos Coloma. Prometimos y cumplimos: ¡QUILMES ES DE PRIMERA!”, se lee en un tamaño de tipografía exuberante. “Dr. Enzo Salvetti: Quilmes es de Primera ¡PARA SIEMPRE!”, reza desde un recuadro pequeño. Menos mal que al lado de estos avisos no aparece la tabla de posiciones… En realidad la (falsa) caricia al ego de Coloma y Salvetti expone la escasez de modestia del común de los gobernantes de turno.

El primer sismo de la temporada se consumó después de la derrota ante Vélez. La renuncia de Tocalli selló la barbarie de un presente imperfecto. Meiszner salió a dar la cara, aunque su discurso podría objetarse con argumentos contundentes. El directivo de Quilmes por excelencia explicó que para conformar el plantel “se ha hecho lo que dicen los manuales” y, con algunos segundos de diferencia, agregó: “Tocalli le tiró la trayectoria a los perros”. ¿Qué es lo que dicen los manuales? ¿Desmantelar un plantel para incorporar a mansalva? ¿No hallar el futuro en las divisiones inferiores? Es difícil interpretar las palabras de Meiszner. Sin embargo, no hay mejor manual que aprender de los errores y considerar las virtudes de quienes sostienen en el tiempo un proceso coherente (Banfield, Lanús, Vélez y Estudiantes, entre otros) como un punto de partida. Por otra parte, si Tocalli “le tiró la trayectoria a los perros”, Meiszner colaboró. Ambos parieron un monstruo que no paró de crecer. Es la miseria que se cocinó puertas adentro.

El final del ciclo de Tocalli era inminente. Demasiados errores desembocaron en un cierre previsible. El Cabezón no tuvo firmeza para tomar decisiones medulares, y un entrenador que no se anima a determinar se ahoga en la mediocridad. Se fue sin imponer una idea clara y dejó el barco con la cubierta pinchada. La cautela en los planteos y la audacia diminuta para pensar en el arco rival dominaron un proceso que deambuló sin pena ni gloria. Tocalli también carga la culpa por la pésima elección de la mayoría de los refuerzos y por haber dejado un incendio forestal. Además, subestimó a los jugadores que consiguieron el ascenso pero concluyó su estadía en Quilmes con cuatro integrantes del grupo que festejó en mayo (Emanuel Tripodi, Enzo Kalinski, Pablo Garnier y Miguel Caneo). El cordobés perdió de vista una cuestión básica: en el fútbol se gana con goles, y para hacer goles hay que atacar; como el Cervecero atacó poco y mal, el triunfo le dio la espalda.

Ahora Leonardo Madelón se hará cargo de este despilfarro. Poco podrá hacer el santafesino si los dirigentes olvidan la razón en el armario. Que venga con un pan debajo del brazo, y con pañuelos para secar las lágrimas de un pueblo que llora…

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