Quilmes es historia y pelea. Historia por ser el club más antiguo del país, fundado el 27 de noviembre de 1887, y pelea porque Gimnasia y Esgrima La Plata, fundado unos meses antes, se hace llamar el decano del fútbol argentino. Los quilmeños son muy orgullosos. Dicen que “los ingleses”, mote atribuido a los ingleses, irlandeses y escoceses que habitaban estas tierras, jugaban fútbol antes que los platenses, que incorporaron ese deporte sólo en 1905.
De «esos ingleses locos, grandotes y de pantalones cortos” que “perdían el tiempo corriendo detrás de una pelota» daban cuentas las crónicas de la época. No sólo jugaban fútbol, en realidad. El primer nombre del club era Quilmes Athletic and Polo Club. Después nació el Quilmes Rovers Athletic Club. Después, el Quilmes Cricket Club. Hacia 1900, el Quilmes Atlético Club resolvió su identidad.
En 1893 participó por primera vez de un campeonato organizado por la Argentine Association Football League, semilla de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). Era famoso el Alumni. Al desintegrarse, algunos de sus jugadores, como los hermanos Ernesto y Juan Brown, se incorporaron a Quilmes, campeón del fútbol amateur en 1912.
El futuro prometía gloria para esa institución señera del sur del Gran Buenos Aires, donde cada septiembre, me cuentan los memoriosos, el lúpulo de la cerveza inundaba el ambiente con su aroma dulzón. Hasta bien entrado el siglo XX, la cerveza se hacía y se distribuía sólo en verano. Los obreros temporarios eran convocados entonces y la ciudad, que preservaba su aspecto de pueblo, cambiaba de fisonomía. En el Parque de la Cervecería, pulmón verde y entrañable para los quilmeños por ser de público acceso, no se vendía otra cosa que no fueran cerveza tirada de un enorme barril y choripanes, así como naranja y pomelo Bilz.
Entre historia y pelea, Quilmes alternó desde la década del treinta entre la primera división y la inmediata inferior. Por la racha de ascensos y descensos no pudo apuntalarse hasta 1978, cuando salió campeón metropolitano. Hubo victorias históricas, como una contra River en el Monumental por 4 a 1 en 1950, el mismo año que Uruguay daba la vuelta olímpica en el Maracaná. Nacía la llamada “Bomba Q” y la consigna “Rompen y rajan los goles de Paraja”, pero, otra vez, el fantasma del descenso hizo de las suyas poco después.
En 1978 vendría el orgullo de tener, en el seleccionado campeón del mundo, a tres que se fueron, pero nunca terminaron de irse, al menos del corazón de los quilmeños: Ubaldo Matildo Fillol, Daniel Bertoni y Ricardo Villa. Era el año de la consagración contra Rosario Central, por 3 a 2, en Arroyito, y de la frustración de Boca Juniors, nada menos, al cual no le alcanzó en esa última fecha ganarle a Newell’s en la Bombonera por la mínima diferencia.
Entonces, Quilmes tenía su estadio en Guido y Sarmiento. Era de madera. Puro tablón. Y en ese tablón, me cuentan los memoriosos, cada cual tenía su ubicación en la popular como si fuera una platea numerada. Nadie faltaba. Sobre todo en aquel ascenso de 1975, cuando el “Indio” Gómez se atrevió a usar botines blancos en un fútbol que no admitía otros que no fueran negros. Luego vendrían los campeones metropolitanos, con José “Piojo” Yudica como director técnico, y la magia de la primera Copa Libertadores, impensable para aquellos que pocos años antes temían que el ascenso, como los anteriores, fuera pasajero. En 1982, recuerdo, llegó a jugar la final del Nacional con Ferrocarril Oeste.
Y, más allá de la suerte esquiva, el coqueto estadio Centenario suplió a mediados de los noventa al viejo, nunca olvidado por los hinchas. Esos hinchas, en raptos de simpático delirio, son capaces de hablarte de Quilmes como si fuera una república independiente y de su equipo como si fuera la Holanda de 1974 o el Brasil de 1970. Poco importan para ellos los ascensos frustrados y el presunto maleficio sobre el nuevo estadio, que dio pie a un documental de televisión en un canal internacional.
Por eso, también, Quilmes es historia y pelea. Y es una suerte que exista. Les dio cabida a “esos locos” que por perder “el tiempo corriendo detrás de una pelota» echaron la semilla; les da cabida ahora a otros locos que, por dejar volar la imaginación, son capaces de convencerte de hazañas futuras y un pasado menos drástico. Están más convencidos que el gran Benedetti de defender la alegría en la república del fútbol. Y, en tanto sea con una sonrisa, razones no les faltan para dejarse llevar por la pasión. Una pasión azul y blanca.
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Autobiografía de Víctor Hugo Morales.
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