Guerra de trincheras

“Vamos a la guerra”, dijo Madelón. Y arrancó la guerra, pero Quilmes no se dio cuenta. En posición pasiva continúa en las trincheras, esperando algo (vaya uno a saber qué) para saltar al frente de batalla y pelear por lo suyo, por el lugar que le corresponde de acuerdo a la historia.

El equipo se hunde en sus propias limitaciones. Esta vez, ni siquiera hizo falta el rival. Porque Estudiantes, campeón y la mar en coche, entregó mucho menos de la mitad de su potencial, y sin embargo, en el primer tiempo llegó una vez y pegó, y en el segundo pudo haber goleado.

Ordenemos esto. ¿Cómo es que Quilmes tuvo la pelota durante 70 minutos del partido y no generó una sola ocasión de gol? Es simple. Hoy gastamos la voz pidiendo cambios, rogando que entre Caneo y que salga Raymonda, que Gervasio Núñez y Varela entrenen con la cuarta, que juegue el Pitu. Entiendo y comparto todo, pero antes que los nombres, este plantel debe cambiar la mentalidad.

El inflador anímico marca Pascutti se desgastó y hoy Quilmes juega a no jugar. Juega a tener la posesión todo el tiempo pero sin advertir que enfrente hay otro equipo al que hay que lastimar para quedarse en Primera, una defensa que hay que vulnerar para alimentar las ilusiones. El Cervecero juega sin el arco rival, es incapaz de quitarle un caramelo a un bebé manco.

Los rendimientos individuales son, en general, bajísimos. En defensa, sólo Fontanini cumple, y arañando. Los demás siguen sin llenar las expectativas, y en particular el caso de Núñez es cada día más alarmante. Ya no sólo no marca, no pasa al ataque con criterio y les tira centros a las hormigas. Ahora se recibió de mal compañero: se cierra en todos los relevos, mandando a la parrilla a Fabricio que tiene que salir a cubrirlo.

Hagámonos cargo. Todos, o la gran mayoría, pedimos a Garnier, Kalinski y Cerro. El caso de Pancho puede obedecer a una incomodidad en el puesto, pero lo cierto es que hoy el mediocampo es zona de tránsito. No hay quite, y tampoco generación de fútbol. Y Kali, que había arrancado aceptablemente, va y comete, estando amonestado, una falta que ningún árbitro perdona. Tonta manera de hacerse echar.

Raymonda y Varela no se desmarcan y mucho menos agarran la manija del equipo. Así, es muy difícil para JJ Morales, que encima tampoco logra mover a los defensores ni generarse sus propios espacios. Anemia total, y que parece difícil de combatir.

Todo esto se traduce en una impotencia generalizada, la de conocer el destino cuasi escrito de un plantel mal armado desde el principio. Tristeza que nos invade a todos los que fuimos a la cancha o vimos el partido. El único argumento que hoy aparece para creer que el milagro es posible, es que hay tiempo. Y mucho. No sigamos perdiéndolo, tratemos de cambiar. Está claro que esto, así como está, no va más.

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Fotos de Silvana Livigna

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