Optimismo y desnutrición

Quilmes por momentos se convierte en un mundo de espejos de colores que obnubilan la visión. Así se cocina el caldo ideal para las pretensiones de quien desea sumir a los que deambulan vendados. La salida a esta presión tácita se encuentra en la sagacidad y la astucia necesaria para no multiplicar falencias discursivas. Mientras hay un equipo de fútbol que sale a la cancha a defender una causa deportiva, también se producen fenómenos que involucran distintas esferas de la vida institucional de un club. En Quilmes se viven instancias determinantes: por la permanencia en la categoría y por el futuro de un barco dirigencial que navega a la deriva, con el viento en contra y sin capitán. El panorama no es alentador. Es hora de abrir los ojos y empezar a sacar conclusiones, incluso antes de que finalice la temporada.

“No se entiende el menú pero la salsa abunda”, metaforizó el Indio Solari. Si bien los significados de las letras del ex líder de los Redonditos de Ricota son impredecibles, podría interpretarse que la frase fue una crítica a las empresas discográficas, que “amasan las fortunas” y “cargan los bolsillos” a través del trabajo de los artistas. El dardo que tiró Solari hace más de diez años podría tomarse en el universo quilmeño, aunque con algunas modificaciones. En Quilmes no hay un menú claro, y no es nuevo el mapa difuso que guía los destinos de la institución. En el mismo sentido, la salsa prolifera sin compasión. Y muchas veces la misma salsa (la periferia) es la que contamina los esbozos de transparencia. En el contorno del análisis se libra una puja entre optimistas y pesimistas.

El optimismo sólo se fomenta con pequeños pedazos de solidez que, juntos, constituyen la confianza global. El optimismo zambullido en el abismo en una expresión viva de la oquedad. El optimismo sin sustento es una estafa. Y a Quilmes le va mal porque el mensaje optimista carece de argumentos. En Quilmes hay más material para ser pesimista que para ser optimista porque la credibilidad no se compra en las góndolas de los supermercados. Alcanza con escuchar o leer las declaraciones de Carlos Coloma, quien intenta persuadir con un discurso que encubre pobreza detrás de un falso optimismo. A Quilmes se le cae el techo encima y Coloma cree que puede frenarlo con el pulgar.

Acosa la sed y la mano en el bolsillo no acaricia monedas. El Cervecero es un interrogante mayúsculo que no sabe cómo va a salir del laberinto en el que se encuentra inmerso. El rostro no bosqueja sonrisas cuando evoca acontecimientos infelices. En un club tan mal administrado, donde la equidad es una figura ficcional, es difícil encontrar retazos de esperanza. En definitiva se subyuga al que se deja subyugar. Y en algún punto del trayecto, si la coherencia logra vencer, Quilmes va a poder recuperar parte del prestigio que regaló a cambio de nada.

Cada cual canta su verdad y en este gueto todos deben ser escuchados. Quizás el orgullo de una hinchada movilizada por el sentimiento logre ayudar a un grupo que gobierna un campo pero privilegia parcelas.

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