Adiós bestia negra

Está claro que la importancia de las estadísticas siempre es relativa, y obviamente no influye a la hora de jugar los partidos. Pero también es cierto que contra estos tipos siempre pasa algo. En números fríos, 11 enfrentamientos y 23 años sin ganarles, dos derrotas recientes en Primera División difíciles de entender, la espina aún clavada de aquella final del 2000. El Ducó testigo de un solo triunfo cervecero en la era profesional, 20 partidos abajo en el historial… demasiado.

Obviamente nada iba a resultar fácil. El clima previo, espeso por la suspicaz derrota ante Ferro, amenazaba con endurecerse si pasaban los minutos sin muestras de vida. Y pasó: Quilmes presionó a Huracán a partir de la mochila, de la obligación. Lo quiso tirar contra las cuerdas a los empujones, pero nunca pudo superarlo en lo táctico. Caneo, estacionado en la derecha, hacía lo que podía. El 4-4-2, muy rígido, pintaba lo de siempre: partido trabado en el medio, los delanteros aislados del mundo y el rival lastimando de contra. Eso fue el primer tiempo.

Y a pesar de no estar fino en la definición, la sensación era que Huracán estaba comodísimo con este Quilmes que no lastimaba. Se notó en el arranque del complemento: cada lateral o pelota parada favorable a los porteños era una ceremonia. Mientras pasaban los minutos, al Globo cada vez le importaba menos disimular que con el punto se iba contento… y por si alguien no se había dado cuenta, el juego mismo se encargó de guiñarlo: con la expulsión de Lemos, la postura defensiva del visitante se radicalizó.

Claro que también tuvo otro efecto: profundizar la obligación de Quilmes y, cuándo no, los nervios generalizados. Y fue nomás el Cervecero, consciente de que iba a tener el monopolio del protagonismo, igual que en el ST vs. Merlo. Sin ser una tromba, volvió a empujarlo contra Ezpeleta. Y, a diferencia de los de De la Riva, Huracán todavía no tiene bien aprehendido el libreto de la marca, la presión y el orden, y mostró grietas anchas.

Y distracciones, claro. Así llegó el primero. Desde la actitud que no se tuvo en Caballito, esa actitud que te permite estar mentalmente un paso adelante del rival y apurar un córner, aprovechar una defensa dormida y terminar con el trámite. Diz, cuestionado pero bien ubicado, la mandó al fondo y a delirar. Y a partir de ahí sí, los pibes se soltaron y jugaron el fútbol que no mostraban hace rato. Rimoldi dueño de todo, Caneo por fin parado de ¾ para adelante, Cauteruccio amenazando permanentemente. Y vino el segundo y pudieron ser más.

El sacrificio de Corvalán (que si no lo viste no te lo puedo contar, es emocionante) fue la foto de un Quilmes que no habrá jugado un partido brillante, pero tuvo sangre. Y así, se sacó de encima una mochila grande, por el clima. Y a uno de los molinos de viento que lo persiguieron durante toda la historia. Esta vez no hubo casualidades, ni goles en offside, ni jugadas incomprensibles. El QAC volvió a vencer a Huracán después de un largo rato: lo hizo con justicia y recordó que está vivo.

 

Fotos de Alberto Hougham para Pasión Cervecera

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