Si hay algo que no se le puede cuestionar a Quilmes es la capacidad de adaptación. El fútbol argentino, en líneas generales, ha relegado a un segundo plano todo tipo de expresión técnica. No es casual que la mayoría de los equipos estén conformados por futbolistas que lastiman más con la cabeza que con los pies. Atrás quedaron las pretemporadas de César Luis Menotti, quien proponía que los jugadores tuvieran la pelota hasta en las duchas. En algún rincón permanecerá enterrada la esencia del fútbol, seguramente en el mismo cajón donde descansa la memoria de los artífices de gloriosas jornadas futboleras, adeptas al buen gusto. El Cervecero no tiene la culpa de la mediocridad que gobierna, en todo caso debe responder por su parcela; Quilmes sólo se ajusta al sistema, y tan mal no le va.
Sin lucirse, el Decano es aplicado y cumple. En puesto de Promoción (compartido con Boca Unidos), a cinco puntos de Instituto, el líder, y con la posibilidad de descontarle tres unidades si le gana al próximo sábado, la campaña numérica de Quilmes no es despreciable, aunque vanagloriar el rendimiento global sería conformarse con poco. Siempre es importante ganar porque es más fácil edificar sobre triunfos, pero el camino es largo e imponerse sin garantías puede generar alegrías y tristezas incesantes.
Para analizar el halago ante Atlanta es conveniente considerar que fue mayor el porcentaje de influencia individual que el de dominio colectivo. No obstante, Quilmes acertó una buena combinación de pases, Miguel Caneo clarificó la acción con la puntualidad que lo caracteriza y Fernando Telechea definió cruzado. Después no se vieron otras conexiones hilvanadas. De todos modos, el Cervecero (y el Bohemio, claro) se encontró con un obstáculo: el pésimo estado del terreno de juego.
Lo que sí funcionó fue la rápida lectura del segundo tiempo que hizo Ricardo Caruso Lombardi. El 4-3-3 es un esquema interesante porque otorga más variantes para atacar, sobre todo por los costados, por donde hay que ir cuando se cierra la defensa rival. Pero en la primera parte en Villa Crespo el mediocampo quedó desbalanceado, sin forma y expuesto a la supremacía del adversario. El Tano advirtió que sobraba Facundo Diz y lo sacó. El ingreso de Caneo fue clave para inclinar el resultado y también para compensar el control territorial en la mitad de la cancha. El Japonés aportó sutileza y tenencia de balón, que era lo que precisaba Quilmes para degollar el partido.
Se fue una fecha en la que el Cervecero tenía la obligación de ganar porque “los de arriba” habían empatado y era necesario achicar la cuenta. Y Quilmes ganó. Lejos del brillo y de las marquesinas fluorescentes, pero cerca de la practicidad de un conjunto que se acomoda a las circunstancias. Ahora hay que aspirar a más.