Se derrumba el castillo

En el Día Mundial del Libro, Quilmes quemó las hojas del pequeño manual que supo ostentar y ahora mendiga tinta para escribir los ocho capítulos que restan. Falló el espíritu y se ausentó la inspiración. Inundó el negro y se borraron los protagonistas. El Cervecero, así, es un papel vacío que hipoteca hasta los renglones. La actuación vergonzosa en Paraná fue la reedición de La Comedia de las Equivocaciones, de William Shakespeare; o de Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, pero sin el toque satírico que marcó la historia y sin Rocinante. ¿A dónde quedó la pluma que retrató batallas heroicas? Es un misterio. Habrá que volver al jardín antes que la tempestad encuentre a un Quilmes en pañales.

Como un alumno sumiso, el Decano presentó un boceto lleno de errores ortográficos, y colmado de deficiencias conceptuales. Demasiado principiante para aspirar a ser bestseller. El equipo se entregó sin oponer resistencia, como el recaudador que caminó con miles de pesos previo al partido con Rosario Central, en lo que se suma a la larga lista de causas vapuleadas por la inacción. Inacción que no sólo es externa, sino que desde adentro fagocita la parte de la manzana que no está podrida. Hay que domar la buena voluntad para interpretar el mensaje que transmitió Quilmes en el Bartolomé Grella. Pero vale la pena.

El anuncio del Cervecero fue la nada misma. Sin aspectos positivos para destacar, si se observa lo realmente importante, flotaron los resabios de una estructura que en pocas semanas pasó del éxtasis a la agonía. El cambio de entrenador pudo haber influido, pero tomarlo como una excusa sería desviar el foco. Ricardo Caruso Lombardi partió tras los flashes de San Lorenzo y los jugadores de Quilmes quedaron. Ellos son los grandes responsables de este trance, así como también lo fueron cuando se concretaron goleadas memorables. Hay futbolistas que bajaron el nivel (Sebastián Martínez, Pablo Garnier y Martín Cauteruccio, entre otros), negociaron la actitud y eso es indisimulable, más allá del director técnico de turno. El segundo gol de Patronato representa una secuencia exacta para entender el momento del Decano, que se caracteriza por el desgano, la dejadez y la desidia.

Omar De Felippe, inquieto después del golpe ante Rosario Central, hizo lo que (casi) todos preferían evitar: modificar lo que dejó Caruso Lombardi. La movida en el mediocampo obedeció a una idea lógica. Correr a la derecha a Garnier, quien no puede dar dos pases seguidos, y dejar el centro para Leandro Díaz y Lucas Rimoldi, dos hombres de técnica fina, para que la pelota salga limpia de una zona clave. Cuestionarle el esquema, que fue el mismo que utilizó Jorge Ghiso en la campaña del ascenso de 2010, es refutable. Atacar con dos delanteros no garantiza mayor agresividad. Quilmes progresó sin grandeza y eligió mal. Con el resultado sentenciado es fácil el análisis; si el ingreso de Martín Giménez hubiese desembocado en un triunfo, De Felippe hubiese sido elogiado por su determinación.
Culpa del bahiense fue haberse equivocado en la conformación del banco de suplentes. Y es la segunda vez que le pasa. Tenía la opción de Miguel López e incurrió en los tres volantes con propiedades similares. “Hay que corregir los errores en la semana”, dijo De Felippe. ¡Basta de esa muletilla, que es una de las grandes mentiras instaladas! Para perfeccionar hay que trabajar el doble, no alcanza con regenerativos, fútbol reducido y una práctica de fútbol por semana. A un entrenador que debe conocer a un grupo que está armado no le bastan dos horas diarias de entrenamiento.

La caída en Entre Ríos sembró preocupación. Preocupación que enarbolaron los jugadores con rendimientos individuales lamentables, sumados a la incomodidad que exhibe De Felippe. La única certeza que hay en Quilmes es que el castillo se derrumba. Se viene el peor equipo de las categorías superiores de la Argentina: ¿los protagonistas piensan aparecer?

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