No voy a tragarme mis palabras. No voy a panquequear, tengo más que claro que hace una semana estaba loco con De Felippe. Y les voy a confesar algo que me pasó antes de entrar a la cancha el domingo.
Tengo la costumbre de llegar muy temprano. Para ver a la Reserva, para charlar con amigos y también por cuestiones de laburo. Por las dudas, vio. Dejé el auto en Saenz Peña y Laprida y cuando llegue a Vicente López me encontré con uno de esos muñecos que te cruzas siempre en el Centenario. «¿Y? ¿Cómo lo ves?», me preguntó. «No sé, tengo miedo de que ganar sea estirar la agonía», le dije.
Y ese pensamiento lo tuve hasta 10 minutos antes de que empiece el partido. Después, te tiran los colores. Es así. Salió Trípodi con el resto de la banda a la cancha y me olvidé de De Felippe, de Aníbal, de mi novia, de mi hermana, de todo. En ese momento, no queda otra: Querés que gane Quilmes. Como sea, como se pueda, pero que gane.
¿Y así ganó Quilmes? No sé. Miré el partido varias veces y no me decido de si Quilmes jugó bien. Supo el cómo y eso vale la pena destacarlo. El lugar común de «golpeó en los momentos justos», bueno, eso hizo el Cervecero. El golazo de Cobo llevó tranquilidad a un equipo ansioso por la falta de triunfos y la gran jugada entre Elizari y Díaz que definió Mansilla prácticamente terminaron el partido.
Bah, cualquier otro equipo estando 2-0 de local contra un rival tan tibio como All Boys, baja la persiana. Pero nosotros, je, nosotros le metemos picante hasta a una sopa de arroz. Yo no sé si fue porque De Felippe tarda en los cambios, porque los jugadores no están bien físicamente, pero los últimos minutos lo sufrimos. Inevitablemente.
Pero sirvió y nos clasificamos a esta serie de finales del mundo que se nos vienen ahora. Ahora, por favor, hagamos que valga la pena y no que hayamos estirado la agonía.