Pasadas las 22.15, se terminó nomás el sufrimiento. Voló a kilómetros de distancia la pesadísima mochila que traíamos todos, aquella que a la vuelta de Madryn sólo contenía sueños pero poco a poco y con el transcurrir de los meses se fue llenando de presiones, de dificultades, de complicaciones. Y con la entereza de todo un pueblo reflejada en un grupo de pibes que nunca bajó los brazos, Quilmes cumplió el objetivo de permanecer en su lugar.
Durante toda la semana -larguísima, por cierto- y ante la proximidad de la salvación, se hizo inevitable repasar una y otra vez la cantidad de obstáculos que debió sortear un plantel al que, de por sí, nunca le sobró nada. Y siempre me quedó y me va a quedar una imagen: en Mendoza, después del hórrido 0 a 0 de ida contra estos, compartimos cena con otros cerveceros y varios tuvieron que hacer un verdadero esfuerzo para contener el llanto.
Faltaba una rueda y el equipo estaba en la vía. Sinceramente, en las horas subsiguientes al final del Inicial era muy difícil encontrar argumentos sólidos más allá de la irracional fe del hincha para creer que se podía zafar del descenso. Alguien dijo “esperemos que al menos no se nos lesionen tantos, si no estamos al horno”. Para qué. Fue igual o todavía peor. El famoso equipo de memoria, que era necesario encontrar o al menos tener a mano, se convirtió rápidamente en una quimera.
Ya corto desde la concepción inicial, Quilmes -y sobre todo De Felippe, artífice principal de este campañón- debió buscar agua en el desierto y la encontró. Apostando una vez más a la idea de base que en algún momento había tenido que dejar de lado, de a poco consolidó una estructura confiable, sólida. Y, lo más importante, que no se resintió ante las eventualidades que lo volvieron a diezmar una y otra vez. Ante Godoy Cruz jugaron -y sellaron la permanencia- Leyes y Alegre, quinto y sexto marcador central.
Por estas cosas y muchas más que sólo nosotros conocemos, hablamos de un logro más que importante y digno de celebrarse un rato largo. Nos apuntaron todo el año. Nos dieron por muertos. No tuvimos suerte nunca. La mano arrancó torcidísima. Pero acá estamos: otra vez en la A mientras otros que prometían título van a ir a jugar a Misiones. Hay que festejar. Pero también hay que ganarle a Tigre para empezar a procurar que esto sólo sea el primer paso de la verdadera meta, del real cambio de paradigma histórico: no bajar nunca más.